El empacho moral de Núñez Feijóo

El líder del PP sigue hoy en el mismo lugar en el que estaba hace un mes. Lo más grave es cubrir de moralina los símbolos e instituciones que pertenecen a todos

Alberto Núñez Feijóo saludaba este martes a su llegada al Congreso para la primera sesión de su debate de investidura.Fernando Sánchez / Europa press

La fuerza de las convicciones en política puede tener el efecto de forjar una posición inamovible, quizás por eso Feijóo sigue hoy en el mismo lugar en el que estaba hace un mes: sin poder pactar con nadie más que con la ultraderecha, Coalición Canaria y UPN. O ese es el mantra moral que vino a vender hoy al Parlamento el candidato a la investidura que va de la mano con Vox: el de erigirse como el político honorable, de palabra y ...

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La fuerza de las convicciones en política puede tener el efecto de forjar una posición inamovible, quizás por eso Feijóo sigue hoy en el mismo lugar en el que estaba hace un mes: sin poder pactar con nadie más que con la ultraderecha, Coalición Canaria y UPN. O ese es el mantra moral que vino a vender hoy al Parlamento el candidato a la investidura que va de la mano con Vox: el de erigirse como el político honorable, de palabra y de principios frente al recreo de vanidosos charlatanes que han convertido el Congreso en puro juego de poder. Puede que esta caricatura dicotómica construida con una estudiada retórica política tiktoker le sirva para distinguirse de Sánchez, pero aboca al mundo político a un callejón sin salida. El brutal desplazamiento de la política hacia la moral que estamos viendo estos días, con el argumentario de la dignidad, la humillación, los traidores y la falta de escrúpulos, cierra el círculo de cualquier negociación o diálogo porque las ideas y los proyectos propios del orden político y la conciliación de intereses contrapuestos que exige, se sustituye por un mundo ordenado moralmente en torno a opuestos excluyentes. El clérigo implacable contrastó con el político que sacó a paseo su poder: número de diputados, mayoría absoluta del Senado, gobiernos autonómicos y locales (con Vox). También el que apeló a salir del bibloquismo y el que denunció que no es verdad que la mitad de los españoles no pueda entenderse con la otra mitad. Bien cierto es. No sería esto una contradicción performativa si Feijóo no hubiera apelado al espíritu de concordia mientras se encerraba en la fortaleza del bien frente a las fuerzas del mal o no hubiera dibujado una España en decadencia moral (sic) para erigirse como el único salvador, viejo recurso del populista.

Feijóo parece no querer darse cuenta o se entera demasiado bien de lo que hace: si la realidad no se ajusta a mi molde moral, peor para ella. Lo más grave es cubrir de moralina los símbolos e instituciones que pertenecen a todos, como ya hace cuando habla de la Constitución, de la jefatura del Estado o incluso de la Transición. Y, sin embargo, no hubo periodo más político en nuestra historia reciente que el de la Transición. La Constitución no es el Santo Grial que haya que salvar frente a los infieles, sino el instrumento político que marca las reglas del juego democrático para la conciliación de intereses contrapuestos que hacen posible la negociación en democracia. Este Feijóo convertido en clérigo moralizante pretendió hacernos creer hoy que él ha dicho que no a Junts por sus principios y por eso permanece incólume como una estatua de Santa Teresa. Es una forma curiosa de reconocer que también ha hablado con Puigdemont y que quizás —solo quizás— lo que haya impedido esa negociación es ir de la mano con Vox. Pero es más fácil proceder con esa apropiación moral y faccional de los símbolos de todos, incluso en una sesión de investidura (o de censura), al precio de carcomer, cada día un poquito más, nuestras instituciones democráticas.

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