Mari Tere, Teresa, la Campos

A las chicas de la radio nos sorprendía aquella mujer arrebatada que había roto con su vida anterior y que mostraba tan abiertamente una ambición por llegar a lo que ella creía lo más alto

María Teresa Campos, en uno de sus programas.

Recuerdo aquel año 82 en que llegó la Campos a Madrid. A mis 20 años, aquella jefa de Informativos me parecía una mujer madura, pero fui descubriendo a alguien que ansiaba redescubrir su juventud. Mari Tere, así era el nombre con el que la conocí, ansiaba encontrar en la capital todas aquellas experiencias íntimas que le habían sido negadas. Dejaba atrás un matrimonio fracasado y esperaba que sus niñas se pudieran reencontrar pronto con ella. Mari Tere l...

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Recuerdo aquel año 82 en que llegó la Campos a Madrid. A mis 20 años, aquella jefa de Informativos me parecía una mujer madura, pero fui descubriendo a alguien que ansiaba redescubrir su juventud. Mari Tere, así era el nombre con el que la conocí, ansiaba encontrar en la capital todas aquellas experiencias íntimas que le habían sido negadas. Dejaba atrás un matrimonio fracasado y esperaba que sus niñas se pudieran reencontrar pronto con ella. Mari Tere llegó con su voz educada en horas de radio, hablando con afable acento malagueño en la vida privada y neutro cuando se ponía frente al micrófono. En la vieja escuela solo cabían los acentos castellanos. A las chicas de la radio nos sorprendía aquella mujer arrebatada que había roto con su vida anterior y que mostraba tan abiertamente una ambición por llegar a lo que ella creía lo más alto. La ambición femenina estaba entonces muy mal vista. Su sueño era presentar un telediario y se postulaba una vez y otra a los directivos porque jamás dudo de su valía. Para ellos, incluso a sus 42 años ya era mayor. También anhelaba hacerse un lugar en la febril noche madrileña y no fueron pocas las veces en que las chicas, como escuderas, la acompañábamos a Bocaccio, donde ella aspiraba a encontrar un hueco en esos sillones que calentaban los Umbrales, las Asquerinos y los Balbines. Yo observaba la jugada desde mi papel de aprendiza y no comprendía sus prisas por conquistar un papel en aquel parnaso, porque para nosotras ya era toda una jefaza que a diario taconeaba con autoridad por aquel caserón del barrio de Salamanca donde estaba la emisora. Era Mari Tere una mujer nacida para la radio y gozaba de todo aquello que se precisa en el medio: preciosa voz, gracia, rapidez, ironía, cultura y mucho oficio, porque llevaba delante del micrófono desde los 14 años. Poco a poco fue quedándose atrás el diminutivo malagueño y se convirtió en María Teresa. María Teresa presentó algunos de los programas más insólitos del momento. Había uno en particular, Apueste por una, en el que debatía a muerte con otra colega sobre asuntos de actualidad. Ella hacía las veces de la progre, porque lo era, y la otra defendía la postura conservadora. Luego las oyentes votaban, apostaban por una. Como rival era temible, no perdonaba una. Si perdía, reaccionaba como una jugadora de póquer, se cabreaba y se marchaba de la radio echando humo. Una de aquellas veces en que salió pitando, tuvimos que salir a buscarla porque llamaron desde Málaga para comunicarle que su marido se había quitado la vida. Aquella extraña primera noche de viudedad la pasamos juntas.

María Teresa quería explotar su vis cómica en antena, ser actriz. Y mira por dónde me convertí en su plumilla. Yo siempre entregaba a destiempo, pero ella era tan rápida que memorizaba los guiones con echarles un vistazo. Cuando se fue a presentar la tarde en TVE, me pidió que le escribiera historietas e hicimos muchas locuras secundadas por todo el equipo. Se hicieron muy célebres los guiones protagonizados por Paco Valladares y ella y sus Monólogos a la plancha. Todo era artesanal, libre, absurdo, tan manga por hombro que tenía mucha gracia. Recuerdo aquellos años de la tele como la era de la inocencia: si había cotilleo, no era hiriente; si había actualidad, tenía un aire amable; si había literatos, se les regalaba un sketch sobre su obra; si había músicos, se les aplaudía. María Teresa se convirtió en Teresa y, aunque la calificaban de maruja, era una dama pop, se movía entre lo popular y lo culto sin complejos.

No es fruto de la nostalgia pensar que hubo un momento en que la televisión perdió su inocencia, y arrastró en esa aspereza exhibicionista a periodistas y espectadores. A mí me gusta recordar a la Campos en sus años de aspirante a la fama. Fue una gran experiencia ver luchar a la mujer madura.

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