Campesina, esclava sexual y farlopera
En España hay miles de mujeres y menores que vienen por necesidad, persiguiendo un sueño, y caen en las redes de plomo de los delincuentes con la complicidad de muchos hombres. Como le sucedió a Luz Marina
Luz Marina nació en Colombia, en el seno de una familia humilde. Era la tercera de los 14 hijos de una pareja de campesinos propietaria de un pequeño tierruco. Nada más terminar la escuela primaria, Luz Marina se incorporó al campo con su familia, para sumar dos manos más a la supervivencia. A los 15 años se emancipó con el primer chico que conoció y a los 16 nacía el primero de sus siete hijos.
Luz Marina trabajaba en la venta ambulante cuando uno de sus hijos sufrió un accidente de moto. La pareja tuvo que vender la pequeña casa que tenían en propiedad, su domicilio, además de ...
Luz Marina nació en Colombia, en el seno de una familia humilde. Era la tercera de los 14 hijos de una pareja de campesinos propietaria de un pequeño tierruco. Nada más terminar la escuela primaria, Luz Marina se incorporó al campo con su familia, para sumar dos manos más a la supervivencia. A los 15 años se emancipó con el primer chico que conoció y a los 16 nacía el primero de sus siete hijos.
Luz Marina trabajaba en la venta ambulante cuando uno de sus hijos sufrió un accidente de moto. La pareja tuvo que vender la pequeña casa que tenían en propiedad, su domicilio, además de pedir un préstamo al banco para poder hacer frente a los costosos tratamientos de su hijo. No solo eran pobres, sino lo peor, tenían necesidades. El hijo necesitaba una operación que quizá le levantaría de la silla de ruedas donde había quedado tras el accidente.
A Luz Marina una señora que conocía por su trabajo le ofreció venir a España para trabajar como camarera en un hotel y así ayudar a su familia. No tenía dinero para comprar el billete de avión ni tampoco el de la bolsa de viaje (2.000 euros) para pasar como turista a nuestro país. La conocida la tranquilizó: el dinero sería adelantado por su futura jefa y se lo iría descontando del salario mensual que recibiría en España.
La campesina nunca antes había montado en avión. En realidad, jamás había salido más allá de la pequeña capital de provincia a la que pertenecía su pueblito de nacimiento. Tenía miedo, le dolía el corazón al abandonar a sus hijos, su gente, su tierra y todo lo que conocía hasta ahora. Pero también era una mujer muy fuerte y decidida, a quien el trabajo nunca la había asustado. No recordaba ni un solo día de su vida que no hubiera saludado al amanecer ya incorporada a sus labores, y que no la hubiera bañado la luz del atardecer habiendo terminado sus quehaceres. Luz Marina era una leona dispuesta a sacar adelante a sus cachorros y esta era la razón por la que cruzaba el enorme charco que la separaba de España.
En Madrid la esperaban Mercedes, su empleadora, y el hijo de esta. Allí mismo, en el aeropuerto, comieron los tres y le hicieron un sinfín de preguntas a la colombiana. Ya en el coche instalados, Mercedes le dijo a la recién llegada que a su deuda —billete de avión, tramitación de pasaporte, bolsa de viaje…— se iba a sumar el almuerzo que acababan de tomar, la gasolina y los peajes del coche que los trasladaba al centro de la ciudad. En total, 320 euros más.
Al llegar al piso, había otras siete mujeres, algunas muy jóvenes. Mercedes presentó a Luz Marina con el nombre de Eva y le pidió su pasaporte para asegurarse de que pagara su deuda. A continuación, le ordenó entrar a una habitación para hacerle fotos desnuda. Luz Marina se negó. Primero con gritos, luego con llanto. Mercedes entonces le habló de su deuda, de sus hijos… Y la colombiana, con lágrimas que corrían como bólidos por sus mejillas, accedió a hacer esas fotos en cueros. Qué vergüenza sentía la mujer a la que nadie, salvo su pareja desde niños, había visto desnuda. Después la acomodaron en una habitación con varias literas y le pidieron que se duchara y descansara.
A la mañana siguiente, cuando Luz Marina despertó, había mucha actividad en el piso: hombres sentados en los sofás, otros saliendo de las habitaciones… Fue en ese momento cuando Mercedes le contó el “trabajo” que iba a desempeñar, y le puntualizó que debía hacer todo lo que los “clientes” desearan. La colombiana se negó las primeras veces, pero estaba sola, acorralada, con temor a las amenazas a su prole, y a que enviaran a su familia a través de Facebook —como la habían amenazado— sus fotos desnuda. Así se convirtió en una esclava que accedió a todo tipo de prácticas sexuales y al consumo de drogas. Aunque no por mucho tiempo.
Luz Marina no es muy agraciada y era mayor para este “trabajo”: 32 años. Pasada la novedad, los asiduos demandan carne fresca para prostituir y quieren mujeres jóvenes. Luz Marina no era bonita ni apetecible para ser chupada y sobada, pero su estampa tosca de mujer de campo no levantaba sospechas, así que Mercedes le dio una balanza y ella misma tenía que pesar y colocar en pequeñas bolsitas la cocaína que transportaba de piso en piso. Hasta 15 viajes diarios convirtieron a la campesina en farlopera.
En nuestro país, hay miles de esclavas sexuales e historias reales como la de Luz Marina. Mujeres y menores que vienen por necesidad, persiguiendo un sueño, y caen en las redes de plomo de los delincuentes con la complicidad de muchos hombres. Luz Marina tuvo la suerte de ser rescatada por la Policía Nacional y derivada a un recurso especializado en trata sexual. Pero muchas otras no tienen la misma fortuna.
El 30 de julio es el día mundial contra la Trata de Personas.