Tribuna

Las Rosalías

Las épocas también se expresan según su relación con estas aromáticas flores, símbolo político del progreso

Rosalía durante el festival Primavera Sound Barcelon.Gianluca Battista

Cada época tiene sus valores y una predisposición subjetiva en relación con las certezas, las dudas y la percepción que cada individuo o sociedad se hace de sí mismo. Según la filósofa Rahel Jaeggi, progreso y regresión van de la mano pues son anverso y reverso de una misma moneda. Lo que varía es el telón de fondo, y el actual informa de una deriva violenta del mundo.

Esta deriva se comprende mejor con la lectura de El yo soberano (Debate), ...

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Cada época tiene sus valores y una predisposición subjetiva en relación con las certezas, las dudas y la percepción que cada individuo o sociedad se hace de sí mismo. Según la filósofa Rahel Jaeggi, progreso y regresión van de la mano pues son anverso y reverso de una misma moneda. Lo que varía es el telón de fondo, y el actual informa de una deriva violenta del mundo.

Esta deriva se comprende mejor con la lectura de El yo soberano (Debate), de la historiadora Élisabeth Roudinesco. Su análisis da pistas de cómo se han ido conformando tres aspectos de nuestra época que nos repliegan en la polarización. Uno es el triunfo del “yo de la autoafirmación” o “yo soberano”. Otro, la sustitución de los movimientos de emancipación por los de reivindicación identitaria. Y, finalmente, la consolidación de una cultura de asignación de identidad que tiende a excluir la alteridad, la diferencia.

El exquisito ensayo de Eça de Queirós Las rosas (Acantilado) da a entender que las épocas también se expresan según su relación con estas aromáticas flores, símbolo político del progreso cuando lleva a término el libro, en 1893. Sin pertenecer a la aristocracia floral como la azucena o el loto, desarrolla una carrera triunfal desde que los poetas de la antigua Grecia empezaron a celebrarla.

Se presenta en sociedad de la mano de Homero, cuando Afrodita unge el cuerpo de Héctor con aceite perfumado de rosas (Ilíada). Los dioses las admiraron y los humanos prepararon coronas y ramos como ofrendas. En Roma se creó la fiesta llamada Rosalía y las cortesanas, acompañadas por el sonido de las cítaras, llevaban a Venus las primeras rosas del año. Era la proclamación sacramental de la primavera y del amor.

Sin embargo vivió una crisis con el primer cristianismo, que no quiso conceder espacio a la alegre flor, tan cercana a Baco y a Venus. Sus pétalos y su perfume fueron proscritos. Amenazada su existencia por la llegada de los bárbaros, sobrevivió gracias al refugio que encontró en los monasterios. Con el paso de los siglos, rendida a sus encantos, la Iglesia sucumbió y atribuyó esta olorosa flor a María, su “rosa mística”. El largo viaje de las rosas se cuela también en la música popular. Los pertenecientes a la generación de la llamada transición política crecimos cantando La negra flor de Radio Futura (1987), una pieza con ritmos “de fuera” y un grato talante respondón que nos hacía soñar con conocer un día Barcelona y sus Ramblas.

Apenas a cuarenta kilómetros de la capital catalana y finalizando el siglo xx nace una nueva rosa, corpórea y soberana: la Rosalía. En ella buscan hoy su reflejo no pocas jóvenes. En pleno contexto de esencialismo polarizado, esta creadora musical abandera una actitud de apertura a la diversidad, voluntad cosmopolita y vocación de cruce y actualización cultural. Maneja con destreza referencias de quienes la han precedido en el campo de la música, la literatura, el arte o el feminismo. El tatuaje de un liguero en su pierna, un guiño al arte de Valie Export, subraya la idea de que el cuerpo femenino es (no sólo, no siempre) un campo de batalla conquistado.

El libro dedicado a esta artista La Rosalía. Ensayos sobre el buen querer (Errata Naturae) recuerda en el colofón a otra rosa necesaria, Rosalía de Castro, y refiere que en sus últimos años de vida, ante la “caterva de ignorantes que escupían su odio hacia ella”, ésta respondía con cortés elegancia.

Algún nostálgico dirá que antes todo era más inocente. El hecho histórico novelado por Bibiana Candía en Azucre (Pepitas de Calabaza) desmiente tal presunción. Trata de cómo un político y empresario gallego envió a cerca de dos mil jóvenes paisanos suyos a Cuba para esclavizarlos. Es cierto que ellos embarcaron voluntariamente, pero habían sido engatusados con engaños. El objetivo de este político liberal era retenerlos en las plantaciones de caña de azúcar para sacar el máximo provecho de la fuerza de sus cuerpos (otro campo de batalla). Cuando esto sucedió, Rosalía, hija de sacerdote y madre soltera, era adolescente. El icónico poema que escribirá años después “¡Pra a Habana!” cobra un nuevo sentido a la luz de esos acontecimientos. Rosalía fue una escritora brillante, inconformista y valiente, y sin embargo confinada durante décadas en una imagen de llorona, hoy redimida.

Insaciables en su abuso son los tiranos. Trece jóvenes, Las Trece Rosas, fueron fusiladas por la dictadura franquista finalizada la guerra, en agosto de 1939.

Pero no hay primavera sin rosas, flor de gloria y de piedad, emblema de la belleza, metáfora de la fragilidad de la vida. Anverso de la deriva. El poeta latino Ausonio, testigo del desastre político de su tiempo, le dedicó la bellísima elegía cuyo tópico Collige, virgo, rosas llega a nuestros días: Corta las rosas, doncella, mientras está fresca la flor y fresca tu juventud, pero no olvides que así se desliza también la vida.


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