Un feminismo generoso

Creer que la causa de las mujeres es ajena a la voluntad de mejora de un mundo cada día más amenazado por la codicia y el nihilismo de quienes no piensan ni en el futuro de sus nietos es empobrecerla

La presidenta de la Junta de Extremadura, María Guardiola, durante la segunda jornada de la sesión de investidura.Jero Morales (EFE)

No paro de leer y escuchar en los últimos tiempos algo que me deja perpleja, algo así como que a las mujeres feministas se nos carga, por si la lucha de la mujer fuera poca, con el peso del resto de activismos, el medioambiental, el antirracista (que incluiría la defensa de la inmigración), el bienestar animal o, sin ir más lejos, la causa trans en lo que algunas consideran “nuestras filas”. Y no deja de extrañarme esa reivindicación del feminismo como algo puro y desconectado de los otros llamados de la realidad....

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No paro de leer y escuchar en los últimos tiempos algo que me deja perpleja, algo así como que a las mujeres feministas se nos carga, por si la lucha de la mujer fuera poca, con el peso del resto de activismos, el medioambiental, el antirracista (que incluiría la defensa de la inmigración), el bienestar animal o, sin ir más lejos, la causa trans en lo que algunas consideran “nuestras filas”. Y no deja de extrañarme esa reivindicación del feminismo como algo puro y desconectado de los otros llamados de la realidad. En primer lugar, no entiendo el feminismo como una carga, sino como una liberación, igual que no entiendo el ser mujer como una penuria constante y victimizada, sino como el convencimiento de que estás en tu derecho a tomar la palabra. En este sentido, todas las mujeres que han dejado su huella en el pedregoso camino feminista respondieron a las causas de su época, fuera la rebeldía contra la moral asfixiante, como así retrata la novelista George Elliot la sociedad inglesa del XIX, la lucha obrera de la que dejó cuenta Emma Goldman en sus memorias, el pacifismo defendido por mujeres como Grace Paley en su lucha contra la guerra del Vietnam, el antirracismo de Carson McCullers, el activismo incansable de Nadine Gordimer contra el apartheid, la defensa de la ciudad habitable de Jane Jacobs, el de Nina Simone contra la violencia racista o el de tantas sindicalistas españolas que al tiempo que luchaban contra la dictadura tenían que enfrentarse a la doble discriminación de la mujer en el universo laboral. Ejemplos hay tantos que casi sonroja nombrar a unas pocas. No creo que ninguna de ellas se planteara una cirugía que extrajera la causa de la mujer del mundo en el que se desarrollaron sus vidas. Así, Astrid Lindgren transformó su triste experiencia de maternidad desprotegida en una entrega sin tregua a los derechos de la infancia.

Pienso en esto de la segregación de las causas cuando escucho a la flamante nueva presidenta de la comunidad extremeña, la señora Guardiola. La por un día díscola mujer, elimina, como Vox quería, la consejería de Igualdad, pero se la adjudica ella misma para que no se diga que descuida la causa; al mismo tiempo, concede la consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural a ese socio abiertamente negacionista de la amenaza climática y se relame con un bombón que ambos partidos saborean: el medio ambiente no puede ser un lastre para el desarrollo extremeño. Qué decir, me siento afectada por las dos cuestiones, la que desdeña la violencia de género y la que amenaza con destruir el tesoro irremplazable de esa comunidad que son sus terrenos forestales; ya se sabe que en España no se ha inventado otro modelo de desarrollo que el que acaba con la biodiversidad para convertir nuestra tierra en desierto.

En una sociedad tendente al individualismo como esta en la que vivimos, creer que la causa de las mujeres es ajena a la voluntad de mejora de un mundo cada día más amenazado por la codicia y el nihilismo de quienes no piensan ni en el futuro de sus nietos es empobrecerla. Se trata de actuar con generosidad, de asumir la defensa de la libertad de expresión, el medio ambiente, la lucha contra la violencia de género, la igualdad salarial, la inmigración, la educación, la sanidad… ¿Son demasiadas causas? No, es la vida misma. Son las mismas causas de siempre, afectadas en el presente por la urgencia climática. Y sí, señor Rajoy, también nos importan las personas trans. Es más, diría que quien sabe incluir, en ese tratado ideológico que escribe entre medias la cabeza y el corazón, el bienestar de todos los seres humanos tiene sin duda la capacidad para entender mejor la complejidad del mundo. No pesan las causas porque todas ellas están fuertemente tejidas entre sí. Ojalá sepamos transmitir a las mujeres jóvenes esta idea inclusiva de una causa tan transformadora como es la nuestra.

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