Tribuna

Tenemos que hablar más de política

Hemos vuelto a callar ante los gritos inaceptables, a la desgana miserable del “qué más da, todos son iguales”. Quienes conservamos memoria tenemos la obligación de no callar en los claustros de profesores, los centros de trabajo y los círculos de amigos

EULOGIA MERLE

Está pasando. Partamos del ascenso al poder de Alternativa para Alemania (AfD) en el distrito de Sonneberg. Se trata de un pequeño enclave rural situado en la región de Turingia, perteneciente en su día a la extinta República Democrática Alemana (RDA). Esa victoria de la ultraderecha confirma de nuevo la tesis que ...

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Está pasando. Partamos del ascenso al poder de Alternativa para Alemania (AfD) en el distrito de Sonneberg. Se trata de un pequeño enclave rural situado en la región de Turingia, perteneciente en su día a la extinta República Democrática Alemana (RDA). Esa victoria de la ultraderecha confirma de nuevo la tesis que Géraldine Schwarz trató de demostrar en Los amnésicos, que es un libro fundamental para comprender la Europa del presente. Según la periodista francoalemana, los países que se han atrevido a hacer una confrontación honesta con su “pasado sucio”, por decirlo como José Álvarez Junco, han forjado una sociedad civil más fuerte, un sentido de la responsabilidad individual moral y un espíritu crítico en sus ciudadanos no solo favorecedores de la democracia, sino reactivos ante los hombres providenciales, los partidos que tratan de solucionar todos los problemas fácilmente, los discursos que incitan al odio contra un grupo y ante cualquier extremismo político. Es lo que hizo la antigua República Federal de Alemania (RFA), desde los primeros pasos ambivalentes de Konrad Adenauer hasta la reunificación, y siguió haciendo luego Alemania de una manera transversal, como demostró la firme oposición a la ultraderecha xenófoba de la excanciller Angela Merkel. Su partido conservador no tiene dudas a la hora de plantar cara a las bravuconerías de AfD, aun si eso conlleva colaborar con los poscomunistas de Die Linke: toda una educación sacada de la observación escrupulosa de uno de los ejemplos más logrados de manipulación y de ceguera colectiva, como fue el Tercer Reich.

Sin embargo, en aquellas regiones que permanecieron en la órbita soviética hasta 1989, ese “trabajo de memoria” del que habla Géraldine Schwarz comenzó tarde a causa de la exculpación llevada a cabo por las autoridades de la RDA, para quienes los nazis solo fueron los alemanes occidentales. En esos Länder, como ocurre también en países como Hungría o Polonia, es donde más está ascendiendo la extrema derecha. El blanqueamiento de Vichy, incluso por presidentes como François Mitterrand, que alimentó el mito de que toda Francia formó parte de la Resistencia, favoreció el crecimiento del partido que lidera actualmente Marine Le Pen. En Italia, la democracia cristiana dificultó desde su hegemonía tras la guerra la confrontación sincera con el fascismo, hasta el punto de que hablar hoy de Benito Mussolini en ese país se ha normalizado de tal forma que quienes lo han hecho con menos complejos ocupan los principales cargos del Gobierno. Calificar a posteriori la conducta de una población siempre es complicado, de ahí que Schwarz se centre sobre todo en la historia de su abuelo, que fue un integrante de la mayoría de alemanes que se dejaron llevar por la corriente, decidieron no solo mirar hacia otro lado sino incluso beneficiarse. Rigieron su comportamiento por una acumulación de pequeñas cegueras y cobardías con falta de perspectiva, y sin los cuales no se sostiene ninguna dictadura. Aunque nadie pueda exigirle a nadie que sea un héroe, y menos aún si juzgamos el pasado desde el presente, por muy opresivo que resulte un régimen, viene a decirnos Los amnésicos, uno siempre tiene una parte de elección y responsabilidad ineludible, puede resistir de manera gradual y no hacer lo que no se exige. Por eso resulta imprescindible comprender que a nosotros nos podría pasar lo mismo.

La Historia nunca se repite, las circunstancias siempre son otras, pero los mecanismos psicológicos del ser humano ante contextos en los que se recurre a la exaltación emocional siguen siendo los mismos. Respecto a España, nadie lo ha sabido explicar mejor que Antonio Cazorla en Miedo y progreso. Aunque millones de españoles de a pie vivieron bajo el férreo yugo del franquismo, aunque muchos optaron por el silencio y por bajar la cabeza y matarse a trabajar porque no podían hacer otra cosa, aunque la dictadura recurriese con la máxima crueldad a la represión y a la injusticia corrupta y a la mentira como mecanismo de control, una multitud de personas normales apoyó al régimen y vio en Franco el mejor garante del nuevo orden hasta el mismo día de su muerte. Esa duración es lo que diferencia a España del resto de Europa. Pero cuando ha habido un intento de hacer justicia a las víctimas del bando perdedor de la Guerra Civil y del franquismo, de reparar el olvido de las más de 100.000 personas enterradas en fosas comunes o en paradero desconocido, las dos veces que se ha aprobado una ley que, con todos sus errores o insuficiencias, ha sido el único paso que ha dado España por emprender un “trabajo de memoria” semejante al alemán, la reacción de la derecha ha sido tan virulenta que una de las primeras medidas en los pactos de gobierno firmados por el PP con Vox está siendo la eliminación, junto a las políticas de género y los carriles bici, de todo lo que tenga que ver con ello.

Al margen de la moda de la pulserita en la muñeca con la bandera de España y el “viva Franco” adolescente, una de las consignas que más está calando en los institutos y en los bachilleratos de adultos (donde muchos alumnos quieren ser militares, guardias civiles o policías nacionales), es la negación de la violencia machista: el sentimiento de persecución y ofensa que los varones dicen experimentar ante la “ideología de género”, como la llaman Vox y Fernando Savater. Ese es un fracaso de las fuerzas progresistas y del sistema educativo. Qué hemos estado haciendo mal para que los eslóganes, los bulos y los mensajes simplistas de Vox estén calando de esa forma entre el alumnado y las familias en buena parte de clases desfavorecidas. Un fallo en la manera de enseñar la Historia y de concienciar en la igualdad, pero también de la ciudadanía en su conjunto, que ha dejado de rebatir en público esos discursos y ha dimitido del debate y los argumentos. Uno de los grandes logros del franquismo fue que la sociedad cayese en la apatía política y el individualismo cínico. Tras el periodo de movilización social que fue la Transición, en cambio, hemos vuelto a la desgana miserable del “qué más da, si todos son iguales”, a no hablar de política, a callar ante los gritos inaceptables. Por eso, quienes conservamos la huella de aquellos años de esperanza y renacer democrático, ya sea desde el papel de los que intervinieron o de los que somos sus hijos, tenemos la obligación de no callar en los claustros de profesores, los centros de trabajo y los círculos de amigos. Tenemos el deber de alzar la voz, de contestar, de hablar alto y claro. El momento es grave. “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, nos sigue advirtiendo Luis Cernuda. Si no, solo sonarán las voces de los que más gritan, de quienes siempre han estado ahí o se les han acercado sin reparar en las consecuencias o asumiéndolas mientras hacen viñetas cómicas de la izquierda. ¿Dónde están, por ejemplo, la mayoría de escritores de mi generación? ¿Seguirán preocupados por sus ediciones, sus charlas literarias y clases de escritura creativa, ensimismados en su cambiante mundo de matices, promocionándose en sus redes sociales y hablando de política solo cuando afecta a sus problemas personales?

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