Giorgia Meloni y la decisión sobre la Ruta de la Seda de China
El Gobierno italiano se encuentra ante la disyuntiva de renovar o no el polémico acuerdo con Pekín firmado hace cinco años, en un contexto geopolítico distinto, entre la presión de Washington y la amenaza de represalias si lo cancela
El Gobierno de Giorgia Meloni se encuentra en un aprieto ante la disyuntiva de renovar el controvertido Memorándum de Entendimiento entre Italia y China sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés, conocido como Nueva Ruta de la Seda) o cancelarlo unilateralmente. A menos que se interrumpa, el acuerdo se renovará automáticament...
El Gobierno de Giorgia Meloni se encuentra en un aprieto ante la disyuntiva de renovar el controvertido Memorándum de Entendimiento entre Italia y China sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés, conocido como Nueva Ruta de la Seda) o cancelarlo unilateralmente. A menos que se interrumpa, el acuerdo se renovará automáticamente a finales de año.
El memorándum Italia-China fue firmado en 2019 por el Gobierno de Giuseppe Conte, apoyado por el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga. Lo que se conoce como la amarillo-verde destacó como el primer Gobierno populista en toda regla de Italia, ya que los partidos de la extrema izquierda y la extrema derecha unieron sus fuerzas a favor de una agenda populista, nacionalista y altamente euroescéptica. Esos fueron los años en los que la política exterior italiana, normalmente estable y predecible, centrada en el apoyo a la integración europea, la asociación transatlántica y los fuertes lazos con la región mediterránea, se desvió drásticamente de Occidente, reforzando los vínculos con Rusia y China en particular. Italia se convirtió en el primer y único país del G-7 en suscribir la iniciativa BRI de China. No solo fue un paso controvertido, sino también mal negociado, que preveía una renovación automática del acuerdo tras su expiración al cabo de cinco años.
La patata caliente ha caído ahora en el tejado de Meloni, cuyo Gobierno de coalición incluye también a la Liga que había respaldado con entusiasmo la Nueva Ruta de la Seda en 2019. La elección no es fácil. Por un lado, Pekín ha insinuado (de forma bastante explícita) que si Italia cancelara el memorándum unilateralmente, su relación bilateral con China se resentiría, no solo por las oportunidades perdidas derivadas del acuerdo (que han sido pocas), sino quizá también por las represalias. En las últimas semanas, se han intensificado las visitas de delegaciones chinas a Roma para instar a Italia a seguir cooperando con Pekín a través de este instrumento. Este esfuerzo de la diplomacia pública china forma parte de un impulso más amplio de Pekín para contrarrestar las iniciativas europeas relativas al derisking (el plan para reducir la dependencia económica de China en sectores estratégicos) propuestas por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Según Pekín, la desvinculación es sinónimo de la desvinculación deseada por Washington y, como tal, debe combatirse. Ahora es difícil saber si acabarán siendo amenazas vacías o fundadas. Pero está claro que el riesgo existe. Por otra parte, con la escalada de tensiones entre Washington y Pekín, Europa inclinándose hacia una reducción de riesgos en su relación con China, y el G-7 en Hiroshima habiendo emitido su declaración más fuerte y explícita sobre China hasta la fecha, la renovación del acuerdo sobre la Ruta de la Seda levantaría ampollas en todo Occidente. Más aún para Giorgia Meloni, cuyo partido de extrema derecha, Hermanos de Italia, heredero de un pasado fascista, ha sido y seguirá siendo observado de cerca por sus socios en Europa y Estados Unidos.
Italia debería poner fin al Memorándum de Entendimiento con China, y probablemente lo haga. Ello estaría en consonancia con la línea más firme que Roma está adoptando en Asia oriental. Por ejemplo, enviando el patrullero de altura Morosini a una operación de libertad de navegación de cinco meses en la región. El patrullero italiano hará escala en varios países de la región y llegará al puerto japonés de Yokosuka a mediados de junio. También participará en el ejercicio de búsqueda y rescate Komodo 23, dirigido por Indonesia en el mar de China Meridional. Aún no está claro si el Francesco Morosini atravesará el estrecho de Taiwán. Si lo hiciera, sería una clara señal de que Italia considera el estrecho como aguas internacionales, a pesar de que China afirme lo contrario. Además, el Gobierno italiano planea desplegar el portaaviones insignia Cavour en el Indo-Pacífico. Si se confirma, el Cavour será enviado junto a su grupo de combate, formado por un destructor, una fragata y un buque de reabastecimiento. Navegará hasta Japón y después llevará a cabo operaciones conjuntas con Estados Unidos y sus aliados asiáticos. A la diplomacia naval italiana se suman los crecientes lazos tecnológicos y de defensa con India y Japón, así como la cooperación en materia de chips con Taiwán.
La profundización de las relaciones de Italia con los países de Asia Oriental, agravada por una eventual finalización del Memorándum de Entendimiento con China, probablemente tendrá un precio por parte de Pekín. Sin embargo, el coste de renovar el instrumento, en términos de tensar las relaciones con Estados Unidos en particular, será mucho mayor. Lo mejor que puede hacer Roma es utilizar los meses venideros para mitigar esos costes potenciales profundizando en las relaciones con otros países asiáticos, especialmente India y Japón, para compensar en parte los daños que pueda causar Pekín. Los errores tienen un precio, y aunque la responsabilidad del pasado no recae en ella, es Meloni quien debe pagar la factura.