Hay una derecha que no quiere cizaña

El PP está muy solo para llegar a La Moncloa si busca para su alianza a la ultraderecha, que provoca rechazo en partidos regionales

El coordinador general de la ejecutiva de Aragón Existe, Francisco Javier Juárez, en un acto de España Vaciada, el 29 de abril en Madrid.Carlos Luján (Europa Press)

Hay una España que no quiere líos, que no busca cizaña. Ve de lejos el cainismo que supone Vox para nuestro país y recela con que se expanda. Y es en esa España de alma regionalista, silente y tan a menudo ignorada, donde Alberto Núñez Feijóo podría sufrir tras este 28 de mayo. El Partido Popular está muy solo para llegar de la mano de la ultraderecha a La Moncloa.

Y es que hay al menos tres autonomías que el PP sueña...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hay una España que no quiere líos, que no busca cizaña. Ve de lejos el cainismo que supone Vox para nuestro país y recela con que se expanda. Y es en esa España de alma regionalista, silente y tan a menudo ignorada, donde Alberto Núñez Feijóo podría sufrir tras este 28 de mayo. El Partido Popular está muy solo para llegar de la mano de la ultraderecha a La Moncloa.

Y es que hay al menos tres autonomías que el PP sueña con recuperar este domingo —Islas Baleares, Canarias y Aragón— donde la batalla se intuye ajustada, y el papel de ciertos partidos regionalistas podría ser clave para decantar la balanza a izquierda o derecha. El hecho es que tanto el PI (Proposta per les Illes), como Coalición Canaria o Aragón Existe no descartarían entenderse con los populares, si sumaran en solitario. El problema es que ya han avisado de que no quieren pactar con Vox, en caso de que mediara en la ecuación. El PSOE se frota las manos.

Es la paradoja del barón Feijóo. El líder de las cuatro mayorías absolutas en Galicia, el presidente ruralista al que la ultraderecha llegó a tachar de “nacionalista” —gallego— se podría ver ahora salpicado también por el ostracismo moral de Vox en la España de las regiones. El problema de la derecha actual no va solo del independentismo en Cataluña o Euskadi. Hay una España modélica, que no tiene ansias de ruptura ni de autodeterminación, que tampoco quiere saber nada de quienes impugnan su autonomía o traen crispación.

Lo aprecié invitada al debate de la televisión pública canaria esta semana, donde Vox no tenía atril porque no cuenta con representación autonómica. Algún periodista del lugar me habló de la incomodidad en Coalición Canaria ante la hipótesis de recibir sus votos para gobernar; antes preferirían a otros partidos insulares, como la Agrupación Socialista Gomera —ahora socia del PSOE—.

Lo palpé dando una conferencia en Mallorca hace un mes, donde jóvenes simpatizantes del PI me reconocieron su rechazo al partido de Santiago Abascal. Ante la duda, su tendencia sería a apoyar al PSIB, con quien ya mantienen pactos municipales. Algo parecido le ocurre a Aragón Existe, si tuviera que elegir entre apoyar al PP con Vox mediante, o a Javier Lambán.

Ahora bien, la izquierda no debería cantar victoria. La sed de poder, de visibilidad, o de pactos por parte del regionalismo podría arrojar piruetas poselectorales, pese a la repulsa que les produce cualquier cercanía con la ultraderecha. El PP bien podría intentar acordar con todos por separado, o buscar el favor de otras fuerzas regionales del arco parlamentario, orillando a Vox.

Aunque los partidos regionales han demostrado ya una lúcida intuición: ¿qué aporta Vox en la España territorial? Existe incluso la percepción de que está desconectado del día a día municipal, o de que sus tribunas solo están para seguir alimentando la confrontación a escala nacional. Véanse los discursos de su vicepresidente en Castilla y León, Juan García-Gallardo, tan frecuentes en los telediarios estatales.

La propia ultraderecha sabe que su presencia aísla al PP. Ya en las elecciones castellanoleonesas de 2022 se pensaba que Alfonso Fernández Mañueco podría necesitar de plataformas como Soria Ya o Por Ávila para gobernar. No se dio el caso, pero fue curioso ver el equilibrismo de Vox para compatibilizar su nacionalismo español frente a esas otras reivindicaciones o identidades. Reconoció el sentimiento de abandono de la España vaciada, eso sí, culpando al independentismo catalán o al “centralismo autonómico”.

Jamás se percibió en la política española un clima de tanta incompatibilidad hacia una formación como ocurre hoy con Vox —prueba es su soledad en las mociones de censura en el Congreso—. Si algo es compartido en España son identidades regionales, y el amor por los rasgos propios culturales, las lenguas, la capacidad de autogobernarse; en definitiva: las diferencias territoriales de las que el propio PP en sus mejores tiempos hizo gala.

Tal vez Feijóo cree que puede elaborar una mayoría alternativa con apoyo de partidos regionalistas para llegar a La Moncloa, sin necesidad de meter a Vox en el Ejecutivo —por ejemplo, con el PNV—. La realidad es que cada vez cabe menos duda del malestar territorial que muchos auguran que traerá la ultraderecha si llega a gobernar este país. Hay una España que no quiere cizaña y oh, sorpresa, no está solo en los partidos regionales. Es mayoritaria.

Sobre la firma

Más información

Archivado En