Columna

De un lado está la gente decente

Delante de la papeleta que contiene el nombre del asesino del padre o del hijo de sus vecinos, usted puede teorizar durante horas hasta llegar a una conclusión o algún Petit de Murat le puede simplificar las cosas: a veces basta elegir entre la decencia o no

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, en una intervención tras el comunicado de los siete condenados por asesinatos de ETA que iban en las listas de EH Bildu que han renunciado a ser concejales en el caso de ser elegidos.Javier Hernandez Juantegui

Sobre la presencia de exetarras (a estas horas ya en retirada) en las listas de Bildu se han leído y escuchado escrupulosísimos análisis y muy pensadas reflexiones sobre leyes, ética y moral. Ha habido hemeroteca jugosa (no es la primera vez que en esas listas hay condenados por terrorismo y se ha recordado, porque se ha dicho a izquierda y derecha, que después de las armas, y dentro de la democracia, venía la...

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Sobre la presencia de exetarras (a estas horas ya en retirada) en las listas de Bildu se han leído y escuchado escrupulosísimos análisis y muy pensadas reflexiones sobre leyes, ética y moral. Ha habido hemeroteca jugosa (no es la primera vez que en esas listas hay condenados por terrorismo y se ha recordado, porque se ha dicho a izquierda y derecha, que después de las armas, y dentro de la democracia, venía la política). No se ha dicho mucho que uno puede ser exetarra, pero no puede ser exasesino. Y tampoco he visto citado un párrafo esencial del monumental Borges que escribió su amigo Bioy Casares sobre la estrecha amistad de los dos (aquella declaración de amor portentosa al enterarse Bioy de la muerte de Borges en Ginebra: “Eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges”) y que resume de una manera muy ligera y divertida algo que se ha querido convertir en una compleja materia de debate.

Ocurrió cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y Bioy Casares, Borges y varios amigos más se reunieron en un restaurante de Buenos Aires con la intención de firmar un manifiesto a favor de los aliados. La implacable confianza de los intelectuales en los manifiestos ante conflictos bélicos, o de cualquier otra índole, es impresionante y se prolonga con euforia hasta estos días. A mí, que he firmado uno o dos, me ha parecido siempre una manera de firmar a favor de uno mismo; de decirle al mundo: mi firma importa. Pero en la guerra, por desgracia, importan más las bombas.

El caso es que llegados a la reunión, uno de esos amigos de Bioy y Borges, llamado Martínez Estrada, quiso hacer una salvedad, “o por lo menos un llamado a la reflexión”, según Bioy. Siempre que hay un pero a un manifiesto contra los nazis se trata indiscutiblemente de un pero nazi. Se preguntó Martínez Estrada si “no habíamos pensado que tal vez de un lado estaban la fuerza, la juventud, lo nuevo en toda su pureza, y del otro, la decadencia, la corrupción de un mundo viejo”. Bioy lo descartó mentalmente como firmante del manifiesto. Pero se levantó otro hombre, Petit de Murat, y dijo que el asunto era muy simple, mucho más simple de lo que se quería hacer ver: “De un lado está la gente decente, del otro los hijos de puta”. Entonces Martínez Estrada, sofocado, dijo: “Hombre, si eso es así, yo firmo con ustedes encantado”.

El gusto de este país por el debate lleva a menudo a intelectualizar soluciones sencillas. No, Bildu no es un partido nazi y sí, sus exetarras tienen derecho a presentarse a las elecciones. Luego usted, delante de la papeleta que contiene el nombre del asesino del padre o del hijo de sus vecinos, puede teorizar durante horas hasta llegar a alguna conclusión, pero si no es así, algún Petit de Murat habrá cerca de usted que le simplifique las cosas: a veces basta elegir entre la decencia o no. Normalmente, cuando las cosas se explican de un modo tan contundente, las conclusiones son más rápidas y dignas. Si quiere ser usted un indecente dígalo rápido, no firme el manifiesto si no quiere, pero no nos hable de la fuerza, la juventud y el mundo nuevo. Si quiere ser indecente no nos explique por qué, fue lo que dijo Petit de Murat. Y entonces, al no dejarle justificar su indecencia, Martínez Estrada se fue con los decentes. Que es mucho más fácil de explicar.

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