Darse un baño

Como el que va a la playa un día de verano, para asistir a la exposición de Sorolla es necesario llevar de casa la toalla y el bañador, una sombrilla de colores y una cesta de mimbre con las viandas

Una mujer visita la exposición 'Sorolla a través de la luz', en el Palacio Real, el pasado febrero, en Madrid.Jesús Hellín / Getty

No creo que exista espectador frente al mar pintado por Sorolla quien no piense que sería maravilloso poder darse un chapuzón metiéndose en uno de sus cuadros. En este caso, como el que va a la playa un día de verano, para asistir a la exposición de Sorolla es necesario llevar de casa la toalla y el bañador, una sombrilla de colores y una cesta de mimbre con las vi...

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No creo que exista espectador frente al mar pintado por Sorolla quien no piense que sería maravilloso poder darse un chapuzón metiéndose en uno de sus cuadros. En este caso, como el que va a la playa un día de verano, para asistir a la exposición de Sorolla es necesario llevar de casa la toalla y el bañador, una sombrilla de colores y una cesta de mimbre con las viandas para tomarlas después del baño a la sombra de una barca varada en la arena. No creo que exista espectador que no sueñe que también podría ser ese niño desnudo con la luz iridiscente y resbaladiza sobre su cuerpo mojado que echa a navegar un balandro de papel entre el oleaje. Puedes asegurar que no ha existido barco más seguro que aquel que fabricaste con una hoja del cuaderno escolar. Después de doblarla varias veces de una forma determinada, abrías el pliegue y de pronto aparecía entre los dedos un maravilloso velero. Con un leve impulso lo botabas en una orilla del mar y comenzaba a navegar en busca de las islas de piratas que de niño imaginabas dentro de una dicha todavía incontaminada. Era un barco que nunca naufragaba a la hora de transportar todos tus sueños. No creo que exista espectador que no deseara ser ese chaval desnudo con la cabeza cubierta con un sombrero de paja que cruza llevando de las riendas un caballo blanco con todos los azules del mar disueltos entre las patas. O cualquiera de esas muchachas con la bata rosa pegada a la carne que acaban de salir del agua. Una de ellas se baja el tirante del hombro con una actitud en que el delicado erotismo es a la vez un paso de danza. Todo sucede en un instante de luz, mientras las pescaderas como heroínas arremangadas esperan que lleguen a tierra las barcas de los marineros que sin ellos saberlo todos se llaman Ulises. Se cumple este año el centenario de la muerte de Sorolla. Es todo un siglo iluminando con su paleta la España clara.

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