Empleo en transformación

La legislación habrá de afrontar sin resistencias atávicas los nuevos formatos posibles en plena revolución digital

Varias personas forman fila ante una oficina del INEM.EFE

La convergencia de numerosos factores recientes está sacudiendo la estructura misma del empleo en las sociedades occidentales, y también en la española. La penetración de las plataformas digitales conjugada con la llegada del teletrabajo como opción expandida con éxito durante la pandemia, junto a la automatización de múltiples sectores, ha revolucionado el esquema clásico de los modelos de trabajo sin que exista ahora mismo un horizonte claro sobr...

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La convergencia de numerosos factores recientes está sacudiendo la estructura misma del empleo en las sociedades occidentales, y también en la española. La penetración de las plataformas digitales conjugada con la llegada del teletrabajo como opción expandida con éxito durante la pandemia, junto a la automatización de múltiples sectores, ha revolucionado el esquema clásico de los modelos de trabajo sin que exista ahora mismo un horizonte claro sobre el futuro. Sí existe la conciencia creciente de la necesidad de una readaptación casi permanente en múltiples sectores. La automatización y los avances tecnológicos han acabado con algunos empleos —y es una incógnita qué puede ocurrir en el futuro no tan lejano con la inteligencia artificial—, pero también han dado paso a nuevas formas de trabajo.

España no es ajena a esta profunda transformación. El país cuenta con casi 20,5 millones de personas trabajando, pero arrastra desde hace décadas una persistente incapacidad para aprovechar toda su fuerza laboral. La tasa de paro se sitúa muy por encima de las de nuestro entorno, en el 12,9%. Y aun así, el 34% de las empresas, según el Banco de España, no encuentra el personal que necesita para cubrir sus vacantes. El equilibrio entre la seguridad de los trabajadores y la flexibilidad que demandan las empresas es a menudo difícil y, pese a su empeño, la precariedad sigue siendo demasiado frecuente en la economía digital. La reforma laboral ha mejorado algunos males endémicos, como la temporalidad, pero aún hay muchas debilidades que solucionar.

La semana de 40 horas sigue vigente de forma hegemónica desde hace un siglo mientras llegan las primeras experiencias de cambio que empiezan a dar resultados. Algo más de sesenta empresas británicas experimentaron con la reducción de la semana laboral a 4 días y una gran mayoría optó por mantener el modelo sin perder productividad ni rebajar salarios. Son todavía ensayos incipientes (algunos pocos también en España) pero el interés por ellos ha crecido tanto desde las empresas como desde los trabajadores. De hecho, entre los jóvenes empieza a calar también una nueva relación con el empleo, que cede espacio entre sus prioridades en favor de horarios más reducidos (y menores salarios).

La semana de cuatro días no es una panacea ni es aplicable a cualquier empleo. Casi todas las empresas que han ensayado esa fórmula se encontraban en buena situación financiera, habían aplicado ya fórmulas acordadas de teletrabajo, el engranaje de los turnos laborales permitió mantener la actividad sin problemas y obtuvieron la conformidad de los clientes. La transformación en marcha pedirá flexibilidad y cautela a sabiendas de que es improbable que se convierta en una fórmula universal. La experiencia de la pandemia ha afectado a ámbitos muy dispersos de la actividad cotidiana y uno de ellos ha sido el empleo. La sociedad entera y los legisladores tendrán que aprender a identificar y regular esas nuevas fórmulas potenciales, adaptadas a la pluralidad de modelos de trabajo y sin incurrir en resistencias atávicas a los cambios por parte de ninguno de los actores, siempre que el objetivo último sea beneficiar a empresarios, trabajadores y clientes. Ni será fácil ni será rápido pero el nuevo mundo pospandemia, en realidad, ya está aquí.


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