Ser pacifista hoy es apoyar la victoria de Ucrania
La UE ha encontrado en su firme apoyo al país invadido, en la defensa de su libertad y soberanía, el rumbo moral que hace años parecía haber perdido
En un acto de este diario celebrado en diciembre, un lector preguntó si, una vez acabe la guerra en Ucrania, haremos como si jamás hubiera ocurrido. Nuestro enviado especial Jacobo García respondió que no, pues la agresión del Kremlin es un camino de no retorno para la juventud ucrania. Y nada podrá ser como antes, tampoco en la Unión Europea, porque nuestra idea de paz depende ya de la derrota de Rusia. El pacifismo hoy es ...
En un acto de este diario celebrado en diciembre, un lector preguntó si, una vez acabe la guerra en Ucrania, haremos como si jamás hubiera ocurrido. Nuestro enviado especial Jacobo García respondió que no, pues la agresión del Kremlin es un camino de no retorno para la juventud ucrania. Y nada podrá ser como antes, tampoco en la Unión Europea, porque nuestra idea de paz depende ya de la derrota de Rusia. El pacifismo hoy es enviar al país gobernado por Volodímir Zelenski las armas que precise como dique de protección de nuestras libertades y modelo de convivencia.
Es la doctrina que Sanna Marin deslizó en Davos para alertar del peligro de no frenar a tiempo la expansión rusa. “Enviaríamos el mensaje de que se puede atacar a otros países y salir ganando”, dijo la primera ministra finlandesa, representando el sentir de los Estados bálticos y orientales. Son quienes se han implicado con mayor contundencia en esta guerra por su pánico atávico a sufrir una agresión futura, tras padecer la bota de la Unión Soviética.
Aunque nada pasará como una anécdota, tampoco en Europa occidental, vista la rapidez con que Bruselas se ha ido moviendo tras asumir que la política de apaciguamiento de Angela Merkel frente a Vladimir Putin ha resultado un fracaso, y no sólo por la invasión en curso. Dirigentes de varios partidos de ultraderecha, cuya ideología viene desestabilizando nuestras democracias, se fotografiaban paseando por el Kremlin. Rusia demostró su habilidad atenazando a la locomotora alemana en su dependencia del gas barato, una forma de chantajear al continente entero. Sabemos que la desinformación rusa es capaz de penetrar hasta los tuétanos del sistema.
En consecuencia, ser pacifista hoy en la UE es apoyar la victoria de Ucrania frente a Rusia para alcanzar una paz justa. El pacifismo actual no está en esa izquierda que niega a los ucranios su legítimo derecho a defenderse, llenándose la boca con una falsa moral de que “las guerras son malas”, como si Bruselas fuera la culpable de algo, con lo que ampara al agresor ruso y desprotege nuestros intereses. El pacifismo real hoy es aceptar que, mientras algunos se oponen al envío de tanques, misiles o aviones de combate para que Kíev dé la vuelta definitiva a la invasión de Putin, obvian que más grave sería enviar soldados, de producirse una eventual agresión en el territorio de la OTAN.
Generaciones enteras de jóvenes europeos asisten a la constatación de que su idea de paz quedará irremediablemente atada, durante décadas, a la creciente necesidad de reforzar nuestra seguridad y la independencia energética. El antiotanismo se ha convertido así en un fósil de la Guerra Fría, que sólo deleita a quienes viven empeñados en creer que nuestra idea de democracia comparte algo con el régimen ultranacionalista y de desprecio a las minorías ruso, simplemente porque odian a Estados Unidos. Olvidan quién sostendrá nuestro auxilio si vienen mal dadas.
Sin embargo, la UE no debe autocomplacerse sin antes reflexionar sobre los dilemas que existen en sus Estados miembros a la hora de forjar nuestro propio anillo defensivo. Polonia ha ejercido sin complejos el liderazgo de apoyo a Ucrania, pese a que venía suponiendo un quebradero de cabeza para Bruselas en cuestiones como su sistema judicial y la obediencia a ciertas normas comunitarias. Esa misma Europa del Este, en cambio, es capaz de empujar el envío de los tanques Leopard, de la mano del Reino Unido pos-Brexit, mientras que en Europa occidental, estandarte moral de la Unión, vivimos en continuo rebufo sobre nuestra propia protección.
Dicha dualidad explica por qué algunas voces ven con suspicacia la integración ucrania en el espacio comunitario. Existen recelos de que el país se acabe convirtiendo en una especie de Polonia o Hungría, cuya noción de pertenencia a la UE se base en tildar de “injerencias” ciertas obligaciones de acatar los valores de nuestro modelo. E incluso, que los ucranios alteren los equilibrios de poder francoalemanes, máxime por el peso que su población y tamaño le daría dentro de las instituciones europeas.
Aunque Bruselas demuestra tener la esperanza puesta en Ucrania, vista la rapidez con que se le ha asignado el estatus de candidata a entrar a la UE y el plan para acelerar la integración económica, no debe interpretarse sólo como un gesto solidario, sino defensivo y de interés mutuo. Cuando acabe la guerra, el continente podría sumar otro Ejército, entrenado en el campo de batalla en algunas de las tecnologías más modernas. La diferencia con respecto a otros países del Este es que Ucrania necesitará tanto apoyo para la reconstrucción que sus instituciones podrán partir de cero, también, en la exigencia política que simboliza nuestra bandera azul de estrellas, progreso que tanto anhelan.
Como señaló este jueves Zelenski en el Parlamento Europeo, donde fue recibido entre ovaciones: “Estamos defendiéndonos y defendiéndoles a ustedes (…) de la fuerza más antieuropea del mundo”. La UE ha encontrado en su firme apoyo a Ucrania, en la defensa de su libertad, de su soberanía nacional y de su derecho a existir como pueblo, el rumbo moral que hace años parecía haber perdido.