Ciudadano Sheridan

Aparte de ser un satírico de alto octanaje, Sheridan es un buen mexicano y un infatigable enemigo del fraude intelectual

Guillermo Sheridan, Director de la Fundación Octavio Paz, en sus oficinas de Coyoacán.Pedro Mera (Cuartoscuro)

El político plagiario de una tesis académica que es pillado en flagrancia y sin escapatoria figura ya en la vida contemporánea de nuestra América con un frecuencia estacional equiparable a la del fenómeno del Niño.

La respuesta del delincuente, su maquinal aspaviento, se ciñe a la idea de que la luz cenital que ha caído sobre él es parte de una proterva campaña de descrédito que, en temporada electoral, busca dañar la causa superior a que ha dedicado su carrera. Hace poco más de un año, una di...

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El político plagiario de una tesis académica que es pillado en flagrancia y sin escapatoria figura ya en la vida contemporánea de nuestra América con un frecuencia estacional equiparable a la del fenómeno del Niño.

La respuesta del delincuente, su maquinal aspaviento, se ciñe a la idea de que la luz cenital que ha caído sobre él es parte de una proterva campaña de descrédito que, en temporada electoral, busca dañar la causa superior a que ha dedicado su carrera. Hace poco más de un año, una diputada, por entonces Presidente de la Cámara de Representantes de Colombia, fue expuesta como plagiaria de una tesis de maestría.

Un portal rastreador de infracciones al Derecho de autor en el medio académico demostró tan irrebatiblemente la apropiación dolosa de un texto ajeno que la misma universidad que otorgó el grado anunció que elevaría las evidencias al Consejo de Estado, a la Corte Suprema de Justicia y hasta a la Fiscalía General de la Nación solicitando la anulación del título de maestría de la legisladora.

Ignoro en qué habrán parado las diligencias anunciadas por la universidad y hay que decir también que el portal, que a fines de 2022 anunció su cierre, ha sido en otras ocasiones tachado de tendencioso y errático en su metodología. Lo cierto es que la Comisión de Ética de la Cámara de Representantes no alcanzó a conocer del caso dentro del período de sesiones. La legisladora cuestionada tampoco logró reelegirse y el episodio se extinguió sin consecuencias para su carrera política. No fue este un desenlace infrecuente en América Latina, ni en cualquier otra parte. Basta un vistazo en derredor. Putin, Peña Nieto y una legión de plagiarios.

Por eso es tan importante lo ocurrido en México, donde la oportuna denuncia de un fraude académico ha desbaratado el designio autoritario de copar el poder judicial. El escritor Guillermo Sheridan, acatando un exhorto de Yazmín Esquivel, ministra de la Suprema Corte de Justicia y aspirante a presidir el mismo cuerpo, publicó en Latinus, semanas atrás, la fundada advertencia de que la tesis de licenciatura de Esquivel, presentada y aprobada por la UNAM hace “un chingo de años”, fue un plagio.

La ministra había invitado a los mexicanos a hacer frente común contra la corrupción. Aparte de ser un satírico de alto octanaje, Sheridan es un buen mexicano y un infatigable enemigo del fraude intelectual que estima, como cualquiera de nosotros, que plagiar una tesis de grado es corrupción.

La mañanera de descalificaciones presidenciales contra el intelectual y académico no se hizo esperar y vino, además, acompañada de un relativista dictamen: “cualquier error, anomalía, cometida por la ministra Yazmín cuando fue estudiante, cuando presentó su tesis de licenciatura, es infinitamente menor al daño que han ocasionado a México [Enrique] Krauze y el señor que hace la denuncia, Sheridan”.

Cosa venial, entonces, pecadillo de juventud, anomalía eso de recibirte de abogado plagiando la tesina; Sheridan, en cambio, es miembro de una panda de saqueadores neoporfiristas. Con todo, y en momentos en que se agudiza en toda la región la lucha entre la libertad y tiranías de todo pelaje, el inning ha sido esta vez para la democracia: a la veracidad del denunciante se sumó la UNAM que obró institucionalmente, con ejemplar firmeza, en defensa de la probidad académica.

Como lector, me aficioné a Sheridan desde que, hará ya veinte años, leí en Letras Libres una sátira suya a costa de un exaltado profesor de la izquierda identitaria gringa que propugnaba el estudio del spanglish como lengua literaria.

Sheridan acometió la traducción de la primera parte del Quijote y publicó una vera burla titulada A skinny caballo que no me resisto a compartir: In un placete de la Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen who always tienen una lanza in the rack, una buckler antigua, a skinny caballo y un greyhound para el chase. A cazuela with más beef than mutón, carne choppeada para la dinner, un omelet pa’los Sábados, lentil pa’los Viernes, y algún pigeon como delicacy especial pa’los Domingos, consumían tres cuarers de su income.

Si busca usted sus libros hallará entre ellos uno muy notable que, como diría don Alfonso, es “libro de pedacería”: textos autobiográficos de diverso orden que, disyuntos, valen por sí muchísimo cada uno; reunidos hacen un autorretrato.

Se titula Toda una vida estaría conmigo. Lo leí con deleite y, aunque nunca he visto a Sheridan en persona, puedo decir que lo conozco y lo tengo por amigo. Por eso me contenta muchísimo que haya sido precisamente él quien le parase el trote al Gran Transformador avasallante.

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