El tabú del Brexit
Resurge la iniciativa de otro referéndum sobre la salida del país de la UE, pero es más urgente su estabilidad interna
Los euroescépticos, como Boris Johnson, que apostaron todo su futuro político y el del Reino Unido a la carta del Brexit, han demostrado después que no tenían plan alguno ante la nueva realidad provocada. Los años de división y rencor que produjo en el país ese debate, sin embargo, han llevado a conservadores y laboristas a enterrar la cabeza en la arena, como los avestruces. El Gobierno de ...
Los euroescépticos, como Boris Johnson, que apostaron todo su futuro político y el del Reino Unido a la carta del Brexit, han demostrado después que no tenían plan alguno ante la nueva realidad provocada. Los años de división y rencor que produjo en el país ese debate, sin embargo, han llevado a conservadores y laboristas a enterrar la cabeza en la arena, como los avestruces. El Gobierno de Rishi Sunak —él mismo defensor a ultranza y desde primera hora del abandono de la Unión Europea— se limita a prometer que desplegará todas las libertades adquiridas con la decisión, sin concretar ninguna de ellas. El laborista Keir Starmer, consciente del caudal de votos que arrebató Johnson a la izquierda en el norte de Inglaterra con su populismo antieuropeo, tampoco quiere agitar el avispero. Reduce su discurso a asegurar que la oposición logrará que “el Brexit funcione” cuando llegue al poder, bajo la premisa de que el país puede beneficiarse de la salida de la UE si se implementa correctamente.
Los ciudadanos, los empresarios y, mucho antes, los expertos económicos, ya se han dado cuenta del desastre económico que ha traído consigo la decisión más trascendente adoptada por una generación en el Reino Unido. Dos de cada tres británicos, según las últimas encuestas, querrían repetir el referéndum. No se ponen de acuerdo en fijar fecha, y se dividen entre los que querrían ya una nueva consulta y los que preferirían esperar unos años. Pesa demasiado en la memoria el veneno que introdujo en las relaciones familiares y de amistad un debate que paralizó al país durante casi seis años. Pero son ya pocos los que se engañan a sí mismos. El Brexit ha golpeado drásticamente a las empresas exportadoras e importadoras británicas, ha reducido notablemente la actividad comercial del país, y ha atado las manos de muchos negocios, incapaces de contratar los trabajadores que necesitan y al ritmo que los necesitan.
La pandemia, la crisis en la cadena de suministros, la guerra en Ucrania y su impacto en el precio de la energía han sido factores fundamentales para disparar la inflación —10,7% — y desencadenar una crisis del coste de la vida y con el país oficialmente en recesión. Pero la causa para entender por qué es la economía del G-7 más afectada por la situación global y por qué se la comienza a contemplar como el “enfermo de Europa” es evidente para quien quiera verla. El Brexit es el factor que marca la diferencia, el error autoinducido que ha incrementado la desventaja respecto a otras naciones.
Los conservadores llevan ya 12 años en el poder, y las encuestas comienzan a señalar que los ciudadanos los ven más como el problema que como la solución. Por el lado de los laboristas, puede entenderse el tacticismo político que esconde la decisión de no acercarse a un asunto que sigue siendo tabú, pero si su líder aspira a volver a emocionar a los votantes, no puede esquivar el elefante en la habitación que amenaza con lastrar durante más de una década su economía.
El Reino Unido tiene que sacar lecciones de la era pos-Brexit. Salir del negacionisno es un primer paso porque implica que Londres ya está abordando qué lugar quiere tener en Europa (y la UE lo necesita como aliado, como se ha visto en Ucrania) y está dispuesto a honrar los compromisos firmados. Pero no es realista reabrir el melón del Brexit: es más urgente que el país busque un poco de estabilidad interna y luego vea qué papel puede jugar en su relación con Europa.