La trampa de lo viral
Las redes sociales han hecho creer que lo importante y lo verdadero es aquello que recibe más ‘me gusta’ o más retuits. Tenemos que recuperar la capacidad de creer que la verdad importa
Cuando triunfaron los blogs lo repetíamos mucho: “La libertad de prensa para quien tiene una prensa”. Creíamos que la habilidad de publicar y distribuir sin obstáculos políticos, económicos o técnicos tendría que democratizar la construcción de realidad, multiplicando sus fuentes y liberándola de las servidumbres comerciales. Esta semana, Elon Musk empezó a eliminar de Twitter a periodistas que trabajan para las grandes cabeceras estadounidenses cubrie...
Cuando triunfaron los blogs lo repetíamos mucho: “La libertad de prensa para quien tiene una prensa”. Creíamos que la habilidad de publicar y distribuir sin obstáculos políticos, económicos o técnicos tendría que democratizar la construcción de realidad, multiplicando sus fuentes y liberándola de las servidumbres comerciales. Esta semana, Elon Musk empezó a eliminar de Twitter a periodistas que trabajan para las grandes cabeceras estadounidenses cubriendo noticias sobre Elon Musk. Si un artículo se publica en un periódico y no es compartido, amplificado, debatido y rebatido en Twitter, ¿se ha publicado realmente?
También ha disuelto el consejo que asesoraba la moderación y el discurso de odio. La moderación da igual: nos han distraído durante años con proyectos de verificación de datos y debates sobre quién puede ser expulsado o ignorado por los algoritmos de recomendación, cuando el problema es el perverso sistema de incentivos que se instaló cuando Facebook inventó el “like” y Twitter el retuit. Originalmente diseñados para favorecer la interacción de los usuarios, se han convertido en una máquina de viralizar contenidos indignantes, escandalosos o directamente falsos. Y ha creado el ph perfecto para que prosperen solamente cuatro elementos minoritarios y antidemocráticos: la extrema derecha, la extrema izquierda, las agencias de desinformación y los trolls.
Una de las principales características de las instituciones es que imponen procesos que frenan la viralidad. Sanidad obliga a los antivacunas a estudiar medicina antes de ofrecer atención médica, la academia impone a los demagogos muchos años de exámenes antes de dar clase a los demás. El Ejército exige años de entrenamiento antes de liderar a otros a salvar la patria. Para juzgar hay que cursar carrera de Derecho, superar el concurso de oposición libre y realizar el curso correspondiente en la Escuela Judicial.
Son sistemas imperfectos con importantes sesgos de clase, pero que buscan reconducir las pasiones y corregir los sesgos a través del ejercicio de la disciplina, la duda, la competencia y la experiencia a través del tiempo. En el diseño de interfaces ese elemento se llama “fricción”. Cuando un sistema elimina la fricción y optimiza lo viral, acabamos discutiendo las proposiciones de ley y denunciando reformas del Código Penal con abandono mesiánico, sin voluntad de consenso y sin más conocimiento o comprensión de las leyes que la interpretación de un contenido que nos llega por Telegram o un hilo de @Afr0d1ta1984 que tenía muchos retuits.
Los periódicos y los partidos son instituciones importantes. Sin embargo, han abandonado muchos de los frenos a la viralidad, en detrimento de los valores que nos dan la razón de ser. En el proceso, hemos enseñado a los lectores y ciudadanos a que nos juzguen por el número de me gustas y retuits porque es lo que hacemos nosotros. Tenemos que recuperar la capacidad de creer que la verdad importa, aunque no tenga ningún “me gusta” y no se pueda retuitear.