Hogueras encendidas

La prohibición de libros en colegios y bibliotecas de Estados Unidos busca cercenar la libertad de pensar e imaginar. El propósito es silenciar y crear un estado generalizado de ignorancia

Quema de libros organizada por los nazis en la plaza de la Ópera de Berlín en mayo de 1933.Das Bundesarchiv

Cuando Toni Morrison ganó el premio Nobel de Literatura en 1993, era profesora en la Universidad de Princeton y, tras recibir la noticia, que pidió le confirmaran por fax para asegurarse de que no se trataba de una broma, se fue al aula a impartir su seminario sobre africanismo americano. Ahora hay un edificio que lleva su nombre, frente al que paso camino de mis clases, el Toni Morrison Hall.

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Cuando Toni Morrison ganó el premio Nobel de Literatura en 1993, era profesora en la Universidad de Princeton y, tras recibir la noticia, que pidió le confirmaran por fax para asegurarse de que no se trataba de una broma, se fue al aula a impartir su seminario sobre africanismo americano. Ahora hay un edificio que lleva su nombre, frente al que paso camino de mis clases, el Toni Morrison Hall.

Su novela Beloved, publicada en 1987, fue polémica desde su aparición por su forma osada de entrar en el tema de la esclavitud. Sethie, esclava en una plantación de Kentucky, prefiere dar muerte a su propia hija para que no tenga que vivir en cautiverio, como ella misma.

El año pasado, el candidato republicano a gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, utilizó un video en el que una madre de familia reclama que se prohíba Beloved en las escuelas por su contenido sexual, capaz de producir “terrores nocturnos” a su hijo; en 2013, el “proyecto de ley Beloved”, que contenía la misma prohibición, no llegó a prosperar en Virginia. Y Paraíso, otra novela de Toni Morrison, había sido sacada de las bibliotecas de las prisiones de Texas porque incitaba a “huelgas o disturbios”.

Para Dana Williams, de la Universidad de Howard, expurgar de contenidos sexuales los textos que llegan a manos de escolares lo que esconde es el racismo, porque “los libros como Beloved obligan a hablar de verdad sobre la historia”. El racismo, o la xenofobia, el afán de cancelación. Y la esclavitud. O el totalitarismo, porque también se ha prohibido en algunos sitios El cuento de la criada, de Margaret Atwood.

El asunto está, según la propia Toni Morrison, en que la prohibición de los libros busca cercenar la libertad de pensar y la libertad de imaginar. El propósito es silenciar, y crear un estado generalizado de ignorancia, como ocurre con quienes, desde la perspectiva contraria, rechazan la lectura en las escuelas de Huckleberry Finn, el clásico de Mark Twain, porque contiene términos “racialmente peyorativos”, con lo que se busca un “tipo de censura purista para apaciguar a los adultos en lugar de educar a los niños”. Si Beloved es “obscena”, es porque “la institución de la esclavitud era obscena” escribe Farah Jasmine Griffin en The Washington Post.

En el hermoso documental Las piezas que yo soy sobre la vida de Toni Morrison, dirigido por Timothy Greenfield-Sanders, ella expresa que ser una escritora negra “no limita mi imaginación; la expande... No soy solo una escritora negra, pero categorías como escritora negra y escritora latinoamericana ya no son marginales. Tenemos que reconocer que lo que llamamos literatura es más pluralista ahora, tal como debería ser la sociedad”.

Una sociedad que, en cambio del pluralismo que su diversidad supone, se muestra cada vez más polarizada, y la prohibición de libros en las escuelas sólo es un aspecto entre tantos. La Primera Enmienda de la Constitución, que ampara de manera radical la libertad de expresión, se ve constantemente desafiada, sobre todo en el llamado Cinturón Bíblico, que cubre ocho Estados del sur profundo, y se extiende por 10 más.

Pastores de las iglesias cristianas, juntas escolares y funcionarios públicos cuidan de que en las escuelas y bibliotecas no asome nada que tenga que ver con la enseñanza de la biología evolutiva, la educación sexual, el aborto y el tema LGTB; un territorio arcaico, de cultura rural, y donde campean hoy a sus anchas el negacionismo sobre la catástrofe ambiental y el rechazo a las vacunas.

En 1925, en el condado de Dayton, en Tennessee, se dio el famoso Juicio del mono, cuando John Scopes fue condenado por enseñar la teoría de la evolución; la ley Butler declaraba ilícita “la enseñanza de cualquier teoría que niegue la historia de la Divina Creación del hombre tal como se encuentra explicada en la Biblia”. Un siglo después, el creacionismo sigue desafiando a la ciencia desde los púlpitos y las juntas escolares.

En 1999, la junta de educación de Kansas aprobó eliminar de los currículos de los colegios estatales toda mención al origen y evolución del universo. Tanto Breve historia del tiempo de Hawking como El origen de las especies de Darwin son, pues, materia subversiva. Y en el año 2007 se inauguró en Kentucky el Museo de la Creación, donde los dinosaurios conviven con los seres humanos, como en la tira cómica de Los Picapiedra, porque así lo dicta la Biblia.

En el condado de McMinn, cercano al de Dayton, se ha prohibido este mismo año la lectura en clases de la célebre novela gráfica Maus, de Art Spiegelman, que trata sobre el Holocausto, porque contiene malas palabras y un desnudo, pero el autor lo atribuye más bien a antisemitismo.

Pocos días después, el pastor Greg Locke organizó en Nashville, en el mismo Estado de Tennessee, una quema de libros donde ardieron Harry Potter y la novela gráfica Crepúsculo por ser “libros satánicos”.

En 1933, vamos llegando al siglo de ese hecho, se dio la quema de libros perpetrada por los nazis en la plaza de la Ópera de Berlín. La diferencia está en que esta otra se transmitió por Facebook Live. Pero las dos épocas cada vez se parecen más.

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