Elon Musk y la tragedia de los motivados

La etiqueta de los despedidos de Twitter, #LoveWhereYouWorked, es otra prueba más contra la cultura corporativa. El trabajo nunca corresponderá el amor de los empleados ni será su familia

Una fotografía de Elon Musk en un móvil junto al logo de Twitter.OLIVIER DOULIERY (AFP)

Llevo varios días pensando en qué será de Esther Crawford. El miércoles, la directora de Product Management de Twitter colgó una foto suya durmiendo con un antifaz y un saco de dormir en las oficinas de la compañía en San Francisco. “Cuando tu equipo se esfuerza las 24 horas del día para cumplir con los plazos, a veces #DuermeDondeTrabajas”, tuiteó.

Lo suyo no era un comentario irónico. Tampoco una foto-denuncia. Ni siquiera escondía una pizca de cinismo frente al caos que asola su empresa ...

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Llevo varios días pensando en qué será de Esther Crawford. El miércoles, la directora de Product Management de Twitter colgó una foto suya durmiendo con un antifaz y un saco de dormir en las oficinas de la compañía en San Francisco. “Cuando tu equipo se esfuerza las 24 horas del día para cumplir con los plazos, a veces #DuermeDondeTrabajas”, tuiteó.

Lo suyo no era un comentario irónico. Tampoco una foto-denuncia. Ni siquiera escondía una pizca de cinismo frente al caos que asola su empresa desde que Elon Musk se hiciera con ella. Frente a las críticas que la imagen despertó por aquello de verlo y pensar instantáneamente lo de “no herederás la empresa”, esta trabajadora insistió en su fe ciega en el líder tirando de uno de los inventos más sonrojantes de internet, las etiquetas corporativas: “Somos #OneTeam [”#UnEquipo”] y usamos la etiqueta #LoveWhereYouWork [”#AmaDondeTrabajas”] para enseñarlo, por lo que retuiteé con #SleepwhereYouWork [”#DuermeDondeTrabajas] como guiño descarado a mis compañeros tweeps [así se denominan entre ellos los trabajadores de la compañía]. Hemos estado en medio de una loca adquisición pública durante meses, pero seguimos adelante y estoy muy orgullosa de nuestra fuerza y resistencia”, tuiteó, avivando la llama de ese agujero del infierno que aúna el lenguaje emocional de las tecnológicas y el perverso góspel del ajetreo y la productividad.

Al parecer, esa demostración de compromiso no era tan espontánea como parecía. Al hilo de las imágenes de Crawford y otros empleados pasando la noche en sus escritorios, el periodista tecnológico Gergely Orosz desveló: “He confirmado que varios ingenieros de Twitter durmieron en la oficina durante el fin de semana en un esfuerzo por cumplir con la fecha límite del miércoles para construir la función de verificación. Muchos de estos mensajes no son irónicos: son reales. Se entiende que los que no actúan bien podrían ser despedidos”. Todo ese entusiasmo generalizado, en realidad escondía algo mucho más primario y básico: el terror al paro.

Frente a esta performance pesadillesca de entrega en los cuarteles de Twitter, fue inevitable no pensar en el periodista tecnológico de The New York Times John Herrman. Hace unos años, se inventó el verbo “larpear” (acrónimo de Live Action Role-Playing) para explicar cómo ahora nos vemos obligados a demostrar que estamos trabajando sin parar. Nos lo curramos muchísimo para contestar al instante con emojis, mensajes ingeniosos o con enlaces a artículos en los chats laborales para que se entienda que estamos activos y entregados, emocionalmente implicados, en lugar de dedicarnos a aquello por lo que se nos paga estrictamente un salario: nuestro simple trabajo.

Pocas horas después de que Esther Crawford colgase su foto durmiendo en los cuarteles de Twitter defendiendo lo de #AmaDondeTrabajas, se filtró que Musk planeaba despedir a 3.700 trabajadores de la compañía, casi la mitad de la plantilla. El magnate cumplió de la forma más cruel y corporativa posible: los echó de madrugada, en viernes, en secreto y desconectando sin previo aviso su contraseña del sistema. Y es ahí cuando la etiqueta #LoveWhereYouWorked (”#AmaDondeTrabajaste”) se ha convertido en el funeral y quedada para llorar donde centenares de extweeps se han congregado incrédulos y con fotos de sus ordenadores sin poder conectarse a su cuenta. Devotos todavía incapaces de entender su tragedia: que aquel trabajo al que han entregado la vida nunca les correspondió ni mucho menos fue su familia. Más que tanto derroche de amor, lo que les habría hecho falta hubiese sido un buen sindicato. Porque esta es solo otra empresa del tardocapitalismo haciendo lo que sabe hacer mejor: poner sus beneficios por encima de las personas. Y de eso no se libra ni el tweep más motivado.


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