Picasso, maltratador

El artista empleó, sobre todo, la violencia psicológica, más que física, y no solo con mujeres, sino también con hombres. Pero también fue el mejor pintor del siglo XX

Dora Maar y Picasso, en Mougins (Francia), en 1937.Rue des Archives

Un día de 1938, Dora Maar llegó al taller del pintor surrealista Víctor Brauner con un ojo morado. Este le preguntó qué le había sucedido. “Me he peleado con mi padre” dijo la fotógrafa. Por tensas que fueran las relaciones entre padre e hija en aquella época, es difícil pensar que su padre le diera un puñetazo. No hay otra explicación que la de atribuir la agresión a ...

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Un día de 1938, Dora Maar llegó al taller del pintor surrealista Víctor Brauner con un ojo morado. Este le preguntó qué le había sucedido. “Me he peleado con mi padre” dijo la fotógrafa. Por tensas que fueran las relaciones entre padre e hija en aquella época, es difícil pensar que su padre le diera un puñetazo. No hay otra explicación que la de atribuir la agresión a Picasso, su amante de entonces. Más que físico, Picasso fue sobre todo un maltratador psicológico, y no solo con mujeres, sino también con hombres. Christian Zervos, el autor del catálogo razonado de la obra picassiana, explica en una carta a Siegfried Giedion que, tras una gestión fallida con el pintor, no quería ver a Picasso: “Conozco el placer que le provoca ver sufrir a la gente”. Y añade: “La obra y el hombre nunca son lo mismo”. “El artista es enorme, el hombre muy pequeño”. Tampoco Christian Zervos era una joya de buen comportamiento: abusó sexualmente, durante la Ocupación, de la adolescente que habían recogido en su hogar, Yvette Szczupak-Thomas, quien al cabo de los años relató su historia.

Se conocen muchos otros episodios del maltrato psicológico de Picasso: todo el mundo quería cuadros del artista, y su estrategia era citar juntos a dos de sus grandes marchantes para ponerles nerviosos esperando durante una hora en la antesala, elucubrando quién de los dos entraría antes.

A Françoise Gilot, que narra cientos de estas anécdotas, le decía al principio: “No sé por qué la he permitido venir. Sería muy agradable ir al burdel”. También le encantaba hacer coincidir a dos de sus amantes para provocar los celos: esto hizo que un día se encontraran en el estudio de Picasso Dora Maar y Marie-Therèse Walter, que al final acabaron peleándose físicamente. Picasso declaró años más tarde que aquel era uno de sus recuerdos más preciados.

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Las víctimas de los maltratadores psicológicos suelen tardar muchos años en denunciarlo. Y más si estos son grandes artistas o escritores. Vanessa Springora escribió recientemente un libro titulado El consentimiento, en donde narra la historia de un escritor pedófilo llamado Gabriel Matzneff, famoso en Francia, que la sedujo (con su consentimiento) cuando ella tenía 14 años. No solo las víctimas se enamoran de verdad, sino que el maltratador suele ejercer de “maestro de vida” o las colma, como contrapartida a sus desprecios, de regalos o consejos. De ahí que a ellas les sea tan difícil superar la etapa de admiración y reconocer que han sido víctimas de un abuso.

Pero Picasso también fue el mejor pintor del siglo XX, por más que ahora alguien se empeñe en desacreditarlo como tal. Inventó el collage, inventó el cubismo, inventó las esculturas con objetos cotidianos (aunque Víctor Hugo ya había firmado un sencillo guijarro de río). Casi siempre “robando” alguna idea a los demás, fuera este Braque, Julio González o cualquier otro. Pero sus resultados son más vivos, más radicales, más variados, y siempre explorando hasta el infinito más posibilidades plásticas. También era sumamente inteligente, simpático y cuando quería, generoso: dio 200.000 francos para los niños hambrientos de la República durante la Guerra Civil española; ayudó a muchos refugiados, regaló 1.000 dólares (de los años cincuenta) para sufragar la intervención quirúrgica de Alice Toklas, la compañera de Gertrude Stein, y ayudó a varios artistas, solamente a aquellos que le caían bien.

¿Qué hacer, pues, con Picasso? Ahora, con el cincuentenario de su muerte, las feministas radicales querrán abolirlo y, sin embargo, como escribió Daniel Rico, “tenemos patrimonios incómodos pero que, a poco que escarbemos, todos lo son.”

Por poner otros ejemplos, Hitchcock también fue genial, pero se sabe que le dijo a Tippi Hedren que arruinaría su carrera al negarse esta a sus avances. Por su parte, Dalí realizaba actos sexuales con patos, a los cuales primero mataban delante de él.

La propia Simone de Beauvoir, icono del feminismo del siglo XX, fue desenmascarada en un libro titulado Simone et les femmes, en donde se explica cómo la escritora siempre negó sus experiencias sexuales con jóvenes, algunas de ellas sus alumnas. Pero lo impresionante del libro no es tanto que lo negara, sino cómo, en sus cartas a Sartre, con quien compartía algunas de ellas, las trata como meros objetos sexuales. Citamos estos ejemplos porque son personajes famosos, pero podemos recordar que en aquellas épocas —y también ahora— estos casos de abusos eran muy comunes. Lo que ha cambiado no sólo es la mentalidad, sino la denuncia.

¿Qué hacer, pues, con los violentos, los pedófilos, los fascistas, las manipuladoras? ¿Suprimirlos de los museos y bibliotecas? Evidentemente, no.

Seguramente, veremos una reconsideración que separará vida y obra, y los episodios o comportamientos recriminables serán explicados en catálogos, artículos y libros de historia. En esta reconsideración, que ya estamos viendo, no es justo hacer presentismo —juzgar con criterios presentes los actos del pasado— ni dejar pasar, por el contrario, argumentos tan machistas como aquellos que afirman: “A Picasso le gustaban las mujeres. ¿Y qué hay de malo en ello?”.

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