¿Y si los bárbaros estuvieran dentro?
El triunfo de Giorgia Meloni de la mano de valores como los de la familia, la religión y la patria (el pueblo) puede erosionar el proyecto plural de la Unión Europea
La foto da para pensar, la de Matteo Salvini, Silvio Berlusconi y Giorgia Meloni —hay un cuarto, Maurizio Lupi, que tiene algo de intruso— en la recta final de la campaña electoral en Italia. No habían ganado todavía, pero ya asomaban en sus gestos las marcas de los triunfadores: sonrisas, brazos levantados con las manos entrelazadas, algún índice apuntando al cielo como un guiño de complicidad. Es una fotografía en la que se oye de fondo el clamor de...
La foto da para pensar, la de Matteo Salvini, Silvio Berlusconi y Giorgia Meloni —hay un cuarto, Maurizio Lupi, que tiene algo de intruso— en la recta final de la campaña electoral en Italia. No habían ganado todavía, pero ya asomaban en sus gestos las marcas de los triunfadores: sonrisas, brazos levantados con las manos entrelazadas, algún índice apuntando al cielo como un guiño de complicidad. Es una fotografía en la que se oye de fondo el clamor de sus seguidores. Las encuestas decían que iban a arrollar y arrollaron. Se les nota esa seguridad.
El rostro de Berlusconi lleva siendo desde hace tiempo el más inquietante, parece de plástico, artificial, sin vida. Llegó al poder hace muchos años y se quitó la política de en medio para convertirla en espectáculo y puro negocio, y exhibió su vida personal llena de lujos y velinas como la marca indiscutible del éxito. Salvini tuvo desde que apareció los ademanes del amigo brutote que no tiene complejos de ninguna especie y que está dispuesto a convertirse en el mayor azote de los infieles: señaló abiertamente a los inmigrantes como enemigos y no tuvo ningún empacho en cerrarles todas las puertas. Por lo que toca a Meloni, su mejor papeleta es la de la pureza. Cuando el resto de los partidos convinieron en limar sus diferencias y aceptar el liderazgo de Mario Draghi para salir de la crisis que produjo la pandemia, Meloni se quedó fuera con su organización, Hermanos de Italia, para no contaminarse con las impurezas de la política real y mantener vivo un proyecto que tuviera el brillo de la Italia de Mussolini y celebrara algunos viejos referentes: la familia, la religión (católica), la patria (el pueblo).
El detalle importante de la fotografía es el que no se ve, pero que indudablemente se oye: el clamor de sus seguidores. Y ese es seguramente uno de los problemas que tiene Europa en estos momentos. Porque ese clamor es el resultado de un largo y paciente trabajo en el que se han implicado determinadas fuerzas para borrar la pluralidad de las sociedades del Viejo Continente y sostener que no hay nada más que amigos y enemigos. Voltaire escribió en sus Cartas filosóficas de 1734: “Si no hubiese en Inglaterra más que una religión, sería de temer el despotismo; si hubiese dos, se cortarían mutuamente el cuello; pero como hay treinta, viven en paz y felices”. De eso ha tratado siempre la Unión Europea: de reconocer las múltiples diferencias entre unos y otros y de construir a partir de ahí un proyecto común.
Berlusconi ya empezó doblegando ese proyecto. De la mano de sus televisiones cultivó de manera insistente la indignación de los ciudadanos (honrados, decentes, de una pieza) contra los políticos corruptos y los convenció de que votaran a un empresario para gestionar el país. Salvini explotó el miedo a los de fuera para encumbrarse como el salvador de “los nuestros”. Y ahora ha llegado Meloni con el aura de una mujer auténtica que no va a permitir que los viejos y sagrados valores se vean contaminados por los derechos de las minorías.
Todos ellos han levantado la bandera de la civilización frente a la barbarie, pero, visto lo visto, ¿no serán ellos en realidad los bárbaros?