Italia, capital Varsovia
Lo más probable después de la victoria de Meloni es un escenario polaco, resumible en la tríada atlantismo-soberanismo-ultraconservadurismo
Italia, se suele decir, es un laboratorio político y anticipa las tendencias a nivel europeo: el fascismo, el eurocomunismo, el telepopulismo de Berlusconi, el ciberpopulismo del Movimiento 5 Estrellas… Si es así también ahora, prepárense porque significaría un frenazo a la integración europea y una seria amenaza a la supervivencia de las democracias liberales.
La victoria de la coalición de ultraderecha —dejémonos de blanqueamientos y llamemos las...
Italia, se suele decir, es un laboratorio político y anticipa las tendencias a nivel europeo: el fascismo, el eurocomunismo, el telepopulismo de Berlusconi, el ciberpopulismo del Movimiento 5 Estrellas… Si es así también ahora, prepárense porque significaría un frenazo a la integración europea y una seria amenaza a la supervivencia de las democracias liberales.
La victoria de la coalición de ultraderecha —dejémonos de blanqueamientos y llamemos las cosas por su nombre— en las elecciones de este domingo es incontestable (44%), no obstante la alta abstención que ha batido récords, al representar más de un tercio del electorado. Hermanos de Italia, la formación liderada por Giorgia Meloni, se ha convertido en el primer partido (26,13%), cuando hace tan solo un lustro entró por los pelos en el Parlamento. La Liga se ha redimensionado mucho (9%) y Forza Italia es ya la sombra de lo que era (8%). Meloni se ha convertido, pues, en la líder indiscutida de la coalición aprovechando el lento declive del berlusconismo y los errores garrafales de Salvini, además de capitalizar el haber sido la única oposición al Gobierno de unidad nacional de Mario Draghi.
La coalición de ultraderecha se ha beneficiado de la división del bloque progresista, del recorte de los parlamentarios y de una ley electoral, la Rosatellum, según la cual el 37% de diputados y senadores son elegidos con el sistema mayoritario en colegios uninominales. Al presentarse unidos, Meloni, Salvini y Berlusconi se llevaron casi todos esos escaños: no hubo, ni podía haber, partido con estas reglas del juego. El Partido Democrático (19%) no consiguió forjar un “frente amplio”, más allá de sumar pequeñas formaciones como la Alianza Verdes-Izquierda y +Europa. Tampoco supo movilizar a la ciudadanía frente al peligro de un Gobierno ultraderechista: la coalición de centroizquierda consiguió en su conjunto el 26,5%. Bajo el liderazgo del expresidente Giuseppe Conte y enarbolando la bandera de la renta de ciudadanía, el Movimiento 5 Estrellas (15%) ha conseguido no solo evitar el batacazo que todos le auguraban, sino mantenerse como el primer partido en el sur de la península. Finalmente, la alianza entre Matteo Renzi y Carlo Calenda (7,8%) no ha despegado: el Tercer Polo macroniano sigue siendo ininfluyente.
La derecha, pues, dispone de una amplia mayoría absoluta en las dos Cámaras. No es algo novedoso debajo de los Alpes, pero, a diferencia de los tres anteriores gobiernos conservadores (1994, 2001-06, 2008-11), esta vez la hegemonía no la ejerce Forza Italia, sino Hermanos de Italia. Aunque se tratase de un partido-hacienda liderado por un empresario demagogo, la formación de Berlusconi era parte de la familia de los populares: Meloni, en cambio, es la presidenta de Conservadores y Reformistas Europeos, partido que cuenta con los polacos de Ley y Justicia, Vox y los Demócratas de Suecia. Su ideología está bien representada por el lema “Dios, Patria y Familia”, de infausta memoria, al cual se asocia la aceptación del libre mercado en su versión neoliberal. Meloni mezcla la tradición posfascista —en su símbolo luce la llama tricolor del Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por los excombatientes de la República de Saló— con el neoconservadurismo autoritario de marca anglosajona. Sus relaciones con el trumpismo son excelentes. Hermanos de Italia, en síntesis, es una de las declinaciones de esa gran familia global que he llamado extrema derecha 2.0, cuyo modelos de gobierno son las democracias iliberales de Hungría y Polonia. No es casualidad que Orbán y Morawiecki hayan sido los primeros en felicitar a Meloni.
Quedan ahora diversas incógnitas por despejar: ¿quién presidirá el Gobierno? ¿Meloni o una figura más “presentable” de puertas afuera? Recordemos que el encargo es potestad del presidente de la República. ¿Salvini y Berlusconi aceptarán sin rechistar su nuevo rol secundario? ¿Cuál será la política exterior del nuevo Ejecutivo? ¿La cercanía de Salvini con Putin será solo un recuerdo del pasado? ¿Se querrá forzar una renegociación con Bruselas del Plan de Recuperación pospandémico? No se olvide que Italia, además de tener una deuda pública abultada (153% del PIB), es el principal beneficiario del fondo Next Generation EU con cerca de 200.000 millones de euros. ¿Y, finalmente, se pondrá en marcha una reforma de la Constitución en sentido presidencialista? No son temas baladíes.
El contexto internacional, marcado por la guerra en Ucrania, la crisis energética y los últimos coletazos de la pandemia, es especialmente inestable, pero con estos resultados un Gobierno de este tipo, siempre que no supere algunas líneas rojas, tiene altas probabilidades de llegar al final de la legislatura. Con esta correlación de fuerzas dentro de la coalición, además, la línea la marcará Meloni. Lo más probable, pues, es un escenario polaco, resumible en la tríada atlantismo-soberanismo-ultraconservadurismo. No se pondrá en duda el vínculo con Washington ni el apoyo al esfuerzo bélico de Kiev. Bajo el eslogan de la defensa de los intereses nacionales, se tirará la cuerda con Bruselas en todo lo que se pueda, fortaleciendo el eje con los países de Visegrado. En el plano interno, se recortarán derechos, empezando por los migrantes, el aborto, el colectivo LGTBI y la igualdad de género. Resumiendo: Italia, capital Varsovia.
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