Diada de luto por el ‘procés’

Resulta un sarcasmo eso de que ahora los catalanes están “más cerca de la independencia”.

Manifestación de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) con motivo de la Diada.MARTA PÉREZ (EFE)

Diez años después de la impresionante primera Diada secesionista, la de ayer se vistió de luto por el fracasado procés, con menos de un tercio de asistentes que en la última normal, 2019. No hubo sonrisas, ni chavales, ni cánticos. Banderas, camisetas y pancartas lucían en negro, y no por la muerte de ...

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Diez años después de la impresionante primera Diada secesionista, la de ayer se vistió de luto por el fracasado procés, con menos de un tercio de asistentes que en la última normal, 2019. No hubo sonrisas, ni chavales, ni cánticos. Banderas, camisetas y pancartas lucían en negro, y no por la muerte de Isabel II. Ojalá el negro se debiese a la pulsión involuntaria de certificar el duelo de la escapada: del golpe institucional/parlamentario de septiembre de 2017, más aún que el 1 de octubre (1-O), aquel símil de referéndum.

Y no porque guardara parentesco con el movimiento eclosionado hará pronto 100 años en la marcha sobre Roma de Benito Mussolini y sus escuadristas. Pues similitudes escénicas las hay: las antorchas de la víspera, el color negro intimidante. Y sobre todo, el manifiesto de convocatoria firmado por la ANC, esa entidad tan democrática que no consagra presidente al elegido por las bases en las urnas, sino al designado por su cónclave.

Peor. En esta ocasión su texto rezaba que “se ha acabado esperar nada de los partidos... dejemos los partidos atrás... la fuerza de la gente es la única”. De ese antipartidismo al partido único no hay más que un paso. De “la gente” al “popolo”, solo otro. De la camiseta negra a la camicia nera, únicamente el formato. Por suerte, el difuso democratismo pacifista de la militancia cortocircuita por ahora esa deriva de cierta dirigencia.

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Así que más que adscribirse al melonismo, el negro sería solo luto por el fracaso y defunción del procés (no reconocidos). Pues no ha logrado nada tangible para los catalanes: es un sarcasmo eso de que ahora están “más cerca de la independencia”.

Y ha destruido sus bases mentales. Donde se predicaba la “unitat del poble català” se vocifera “traïdors” (contra Esquerra y su apuesta a por el diálogo) y “Govern [de la Generalitat], dimissió”. Donde se proclamaba el unanimismo (un neologismo de Pierre Vilar), el neopujolista Jordi Sànchez le dice a Oriol Junqueras, que es “un indocumentado” o “miente”. Donde se loaba la “unilateralidad” rupturista, solo un 11% de catalanes confiesa comulgar con esa fe. Y hasta Òmnium califica al 1-O de “agotado”, mientras su exlíder, Jordi Cuixart, en vez de practicar la letanía del “ho tornarem a fer”, se fue de business a Suiza. De la cosecha 2017 solo acuden Turull y Forcadell, color sepia.

Pero ojo, en política a veces los muertos resucitan. O se reproducen. Si se les pincha sin razón. O si se les ignora.


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