El Gobierno de Draghi, una estrella fugaz en la oscuridad de la política italiana
Ya no se habla en la campaña electoral de las reformas que Italia necesita sino, una vez más, de fascismo y comunismo
El Gobierno de Mario Draghi ha sido el 67º de la República italiana, que nació en 1946 tras la caída del fascismo mussoliniano. Entre tantos gobiernos reluce como una estrella, especialmente entre los de la Segunda República, iniciada en 1994 y que he vivido más de cerca. En un año y medio (del 13 de febrero de 2021 al 21 de julio de 2022), Draghi ha Gobernado con un amplio y dispar grupo de partidos que prácticamente lo único que tenían en común, cuando se formó, e...
El Gobierno de Mario Draghi ha sido el 67º de la República italiana, que nació en 1946 tras la caída del fascismo mussoliniano. Entre tantos gobiernos reluce como una estrella, especialmente entre los de la Segunda República, iniciada en 1994 y que he vivido más de cerca. En un año y medio (del 13 de febrero de 2021 al 21 de julio de 2022), Draghi ha Gobernado con un amplio y dispar grupo de partidos que prácticamente lo único que tenían en común, cuando se formó, es que no querían ir a las elecciones… de inmediato; es decir, la parálisis del mínimo común denominador era lo esperable. No con Draghi, quien, por lo menos, ha hecho tres cosas.
Primero, en medio de la pandemia de la covid y aprovechando el fondo Next Generation EU, ha sabido activar la economía italiana poniendo en marcha su Plan de Recuperación y Resiliencia, que no sólo es el mejor dotado (131.500 millones de euros; 68.900 en ayudas y 122.600 en préstamos), sino que, gracias a sus expertos, es posiblemente el más ambicioso y mejor formulado. Esto también ha supuesto empezar un conjunto de reformas: sistema judicial, Administración pública y, en parte, mercado de trabajo.
Segundo, tras muchos años de irrelevancia, ha recuperado el liderazgo que le corresponde a Italia como tercer mayor país de la UE, jugando un papel clave cuando esta se ha enfrentado a su mayor crisis desde el Tratado de Roma: la invasión rusa de Ucrania (y ha congelado, con su autoridad, las veleidades putinescas de algunos de sus socios gubernamentales).
Tercero, no solo es lo que ha hecho en poco tiempo, sino también cómo lo ha hecho. En la era en que gobernar se ha convertido en tuitear y discutir en insultar, él ha puesto sobre la mesa planes de gobierno (sobre la pandemia, el Plan de Recuperación y Resiliencia, defensa, etcétera) y ha dado confianza a sus ministros y colaboradores. La mayoría le han correspondido, lo que en algunos casos ha sido una auténtica metamorfosis (Luigi di Maio y otros). Como ya hizo en el Banco Central Europeo, ha hecho lo mismo en la Italia de la verborrea: ha preferido hacer a hablar.
Pero ha sido una estrella fugaz, que como tal aparece de la oscuridad, de la oscuridad de la política italiana. De la perdida de apoyo de un partido minoritario (Italia Viva de Matteo Renzi) a un Gobierno sin rumbo (el número 66, el segundo de Giuseppe Conte). Pero la oscuridad italiana tiene un mecanismo para que las crisis de gobierno no se conviertan en crisis de Estado: la intervención clarividente del presidente de la República Sergio Mattarella. No es casualidad que la reforma del sistema italiano de pensiones (por hacer en España, y ni siquiera planteada en su plan de recuperación y resiliencia) la hiciese el Gobierno de Mario Monti (2011–2013), engendrado con el mismo mecanismo por el presidente Giorgio Napolitano.
Y como estrella fugaz desaparece en la oscuridad. En una oscuridad que recuerda la bajada, en círculos consecutivos, por el infierno de Dante. En el que nos encontramos primero con el profesor Conte (si, el de Conte I y Conte II), quien, abandonado por Di Maio (ministro de Asuntos Exteriores y exlíder del Movimiento 5 Estrellas) y otros arrepentidos, para hacerse oír se disfraza de verde izquierdista y dice a Draghi: “Jamás daremos armas o quemaremos basuras”. Pero el descenso no acaba aquí; más abajo nos esperan Matteo Salvini y, como no, Silvio Berlusconi, que atraídos por los cantos de sirena de Meloni (“sono Giorgia, sono mamma, sono italiana”) traicionan a Draghi para irse con ella a unas elecciones prometidas y prometedoras. Y, cuando de fuera aún resuena el clamor republicano de “hagamos la coalición alternativa de reformistas y centroizquierda con el programa de Draghi como bandera” y las encuestas dicen que puede ganar a Meloni & Boys, llegamos al círculo inferior y nos encontramos a Carlo Calenda, autor de la proclama, acompañado esta vez del viejo diablo Renzi (más diablo que viejo); están escribiendo un correo electrónico a Enrico Letta (dirigente del, posiblemente más votado, Partido Democrático y a quien Renzi defenestró en 2014, cuando era primer ministro designado por Napolitano, siguiendo el mecanismo, en 2013), que dice: “Nosotros somos reformistas liberales y, desde este infierno, vosotros, la señora Bonino y demás, oléis a centroizquierda”. Aquí se acaba el descenso en la oscuridad de este infierno dantesco… de momento.
¿Por qué ya nadie discute que va a ganar la coalición de centroderecha y a la cabeza la dirigente del partido más votado, Giorgia Meloni, y el número 68 va a ser el primer Gobierno italiano con una mujer como primer ministro? Por la relativamente nueva ley electoral —llamada Rosatellum—, el 60% de los diputados y senadores se eligen por un sistema proporcional con listas cerradas de partidos y el 40% por un sistema mayoritario en el que, lógicamente, mayores coaliciones tienen mayores posibilidades. Esto último, junto a un complejo sistema de asignar votos residuales a nivel nacional y entre distritos electorales, hace que la movida de Calenda-Renzi haya hundido la agenda Draghi. No tanto por dar prácticamente certeza al resultado electoral como porque, con esta expectativa, ya estamos asistiendo a una campaña en la que, por una parte, la coalición de centroderecha aparece como unida en 15 puntos (desconocidos a fecha de hoy), cuando de hecho no lo esta, y frente a ella cada coalición quiere presentar perfil propio (aunque sea para retener a socios minoritarios, como el PD, poniendo como una de sus ocho prioridades la legalización de la marihuana medicinal). Ya no se habla de las reformas que Italia necesita (algunas de ellas comprometidas en el Plan de Recuperación y Resiliencia), sino, una vez más, volviendo a la oscuridad profunda, de fascismo y comunismo.
Esto preocupa en Europa (mientras Putin sonríe, cosa que solo hace en privado). ¿Qué es lo que debe preocupar más? Que el centroderecha gane con una mayoría suficiente como para poder cambiar la Constitución sin referéndum. Esto no es lo que prevén las encuestas, pero, si pasase, Meloni ha hablado claro: se cambiaría el sistema actual por otro presidencialista (parecido al sistema francés, pero posiblemente con aún mayor poder para el presidente). ¿Por qué afrancesar el sistema es de temer? Porque, como señalaba, dentro de su oscuridad, el sistema actual hace que la institución del Estado —el presidente de la República— pueda actuar con una visión de Estado —a largo plazo— en particular en momentos de crisis (cosa que no puede hacer el Rey en España), mientras que, desde que desapareció la vieja Democracia Cristiana y el viejo Partido Comunista, raramente los partidos italianos se han guiado por políticas de Estado a largo plazo (retórica aparte). ¿Sería distinto un presidente meloniano?
Y en el escenario más probable de que gane la coalición de centroderecha sin tanta mayoría, ¿qué sería lo mejor? Para el centroderecha, que Meloni no tenga que depender de Salvini y Berlusconi. Para la otra parte, que sea una victoria clara, como oposición, de la coalición de centroizquierda y, dentro de ella, del PD. En una palabra, que nuestros personajes en el infierno allí se queden. Y, lo más difícil: que, con la mayor responsabilidad que da un resultado claro, ni en Italia ni en Europa esto signifique una confrontación, lo que podría llegar a ser una ruptura.