Verano, fraudes y mentiras

Existe el peligro de que la política y la prensa caigan en una burbuja autorreferencial, donde lo esencial nunca es qué sino quién

Los periodistas seguían el martes la rueda de prensa de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez; la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, y la titular de Sanidad, Carolina Darias, tras la reunión del Consejo de Ministros en La Moncloa.ALBERTO ORTEGA (Europa Press)

A lo largo de la historia, los principales generadores de noticias falsas han sido los medios y los gobiernos. Las alarmas ante las noticias falsas de los demás pretenden poner barreras a la competencia. Pero eso no es razón para el cinismo, sino para la vigilancia. Muchos de los debates de este verano tienen un componente fraudulento. Combinan la tradición estacional con el espíritu de la época: el presidente del Gobierno ha repetido la célebre falsedad de que España es el segundo país con más desaparecidos después de Camboya; el Ministerio de Igualdad lanzó una campaña en defensa de la diver...

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A lo largo de la historia, los principales generadores de noticias falsas han sido los medios y los gobiernos. Las alarmas ante las noticias falsas de los demás pretenden poner barreras a la competencia. Pero eso no es razón para el cinismo, sino para la vigilancia. Muchos de los debates de este verano tienen un componente fraudulento. Combinan la tradición estacional con el espíritu de la época: el presidente del Gobierno ha repetido la célebre falsedad de que España es el segundo país con más desaparecidos después de Camboya; el Ministerio de Igualdad lanzó una campaña en defensa de la diversidad anatómica donde utilizaba y manipulaba sin permiso imágenes de cuerpos “no normativos”; hemos vivido una alerta por una supuesta trama de pinchazos en discotecas cuyo objetivo, se decía, era inducir a la sumisión química para abusar sexualmente de las víctimas (medios que extendieron un rumor amenazante denuncian luego la expansión del miedo).

En el caso del decreto energético que se vota hoy en el Congreso, las diferencias reales son menores que las escenificadas: en el estilo de hechos consumados del Gobierno y en el histrionismo de la oposición. Se exageraban los efectos negativos y las ventajas. Como ha escrito Janan Ganesh, la política actual es una lucha cada vez más feroz por cada vez menos, y quizá lo más interesante es ver a los defensores y a los atacantes cambiando de dirección al ritmo de los vaivenes de su partido, con la elegancia de una estampida de ñus. Así, las consecuencias que se atribuyen a una medida son una exageración malintencionada hasta el momento en que se convierten en una necesidad urgente (por ejemplo, en la ley de la memoria democrática); las soluciones que proponía el adversario eran delirantes hasta el momento en que uno mismo las adopta y al revés (por ejemplo, en los test de antígenos en la pandemia o en el decreto energético).

Uno de los peligros es que la política y la prensa caigan en una burbuja autorreferencial, donde no tratas de los problemas, sino de sus efectos sobre ti, donde lo esencial —en una medida, en un indulto, en el cumplimiento de la ley— nunca es qué sino quién. Su consecuencia es la pérdida de credibilidad: según el Eurobarómetro, el 90% de los españoles desconfía de los partidos políticos y, según un informe del Instituto Reuters y la Universidad de Oxford, España es el país donde más ha caído el interés por las noticias. Es algo que puede ocurrir cuando, como escribió Karl Kraus, todo es verdad, y al contrario.

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