La crisis en el Estrecho de Taiwán: otra bofetada a la globalización

Las consecuencias económicas de un mundo que aumenta su velocidad de crucero hacia una guerra fría no pueden ser más que la aceleración del proceso de desacoplamiento comercial, tecnológico e incluso financiero

nicolás aznárez

Cuesta trabajo pensar en una visita más disruptiva que la que realizó Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, a Taiwán el pasado 3 de agosto. En poco más de 24 horas, Pelosi consiguió levantar la ira del Gobierno chino que, inmediatamente después de que la dirigente demócrata abandonara Taiwán, bloqueó unos 3.000 productos importados de la isla y...

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Cuesta trabajo pensar en una visita más disruptiva que la que realizó Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, a Taiwán el pasado 3 de agosto. En poco más de 24 horas, Pelosi consiguió levantar la ira del Gobierno chino que, inmediatamente después de que la dirigente demócrata abandonara Taiwán, bloqueó unos 3.000 productos importados de la isla y anunció ejercicios militares durante varios días en seis áreas cercanas a las costas de Taiwán. Por si esto fuera poco, China ha anunciado que no seguirá cooperando —ni tan siquiera dialogando— con Estados Unidos en áreas enormemente importantes a nivel global, como puede ser el cambio climático.

Sin quitar importancia a estos anuncios, sin duda preocupantes, parece necesario pensar en qué consecuencias puede tener esta nueva crisis en el Estrecho de Taiwán —16 años después de la última— para nuestra atalaya europea, ya muy vapuleada por la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Empezando por las consecuencias políticas, todo parece apuntar a que las tensiones sobre Taiwán están aquí para quedarse y muy probablemente se recrudezcan. De hecho, China ha dado un paso más en su presión a Taiwán que es publicar un “libro blanco” sobre la reunificación de Taiwán. Este documento político puede ser aún más peligroso que los 11 misiles que China ha arrojado en aguas cercanas a Taiwán e incluso en aguas japonesas, intencionadamente o no. Ese libro blanco, que no da opción al status quo sino que presenta un modelo similar al de Hong Kong de “un país con dos sistemas”, tiene visos de convertirse en un instrumento político con el que China puede buscar apoyos —especialmente entre sus aliados en el sur global— para forzar dicha propuesta sin que Taiwán pueda hacer nada al respecto. Obviamente, la gran pregunta es cual sería la reacción de EE UU así como del resto de sus aliados, especialmente los que compartan aguas con Taiwán como Japón y Corea del Sur, pero también de la vieja Europa. Parece improbable que EE UU acepta la propuesta de China para Taiwán contenida en su libro blanco y que la mejor manera de mostrarlo sea que parlamentarios y políticos occidentales sigan visitando la isla. Parece claro que la búsqueda de alianzas por parte de China —seguramente, en algunos casos fructífera— para llegar a la reunificación con Taiwán y el desacuerdo de Occidente van a acelerar el proceso hacia una guerra fría, sin duda diferente a la anterior pero aun así una guerra fría.

En este contexto, las consecuencias económicas de un mundo que aumenta su velocidad de crucero hacia una guerra fría no pueden ser más que la aceleración del proceso de desacoplamiento comercial y tecnológico y, más recientemente, financiero que está detrás de la competencia estratégica entre EE UU y China.

Hay dos motivos principales por los que las condiciones actuales nada tienen que ver con los de 1996. De hecho, aunque para los taiwaneses esta crisis sea mucho más moderada que la de entonces en términos de percepción del riego, hay dos motivos de peso para esperar enormes consecuencias negativas para la economía taiwanesa, pero también la de China y la del mundo. El primer motivo es que la economía china ha más que doblado su tamaño en los últimos 16 años y que prácticamente ha alcanzado a de EE UU. La segunda es que Taiwán se ha convertido en el centro neurálgico de las cadenas de producción globales al ser el mayor fabricante y exportador de semiconductores del mundo, especialmente de los más sofisticados. La economía mundial ya ha experimentado de primera mano, después de la guerra comercial iniciada por el presidente Donald Trump y mucho más aún con la pandemia, que las cadenas de valor pueden sufrir estrangulamientos importantes por shocks similares a los que está experimentando Taiwán en este momento, por los ejercicios militares que China está realizando enfrente de sus principales puertos, que se han reanudado con la nueva visita oficial a Taiwán por parte de una delegación de senadores estadounidenses. Dado que este tipo de ejercicios tiende a dificultar el acceso de las naves comerciales a los puertos de Taiwán, la clave para medir las consecuencias económicas estriba en la duración de estos ejercicios y hasta qué punto puedan llegar a producir un bloqueo de facto de los puertos de Taiwán o, incluso, de deteriorarse aún más la situación, de su espacio aéreo. Aunque el origen del problema nada tiene que ver, es importante recordar que la propia ciudad de Shanghái —con más habitantes que todo Taiwán entero— ha permanecido recientemente confinada durante unos 100 días, con consecuencias nefastas para el transporte de mercancías desde su puerto, uno de los más importantes del mundo. En otras palabras, el mundo ya ha vivido shocks en las cadenas de producción de enorme calado desde que empezó la pandemia y el precio se sigue pagando hoy con una inflación desbocada prácticamente en todo el mundo.


El caso de Taiwán es especialmente importante porque acumula mucho más de la mitad de la producción de semiconductores del mundo y, en el caso de los más avanzados, prácticamente la totalidad. Considerando cuan relevantes son los microprocesadores —o microchips— para la producción de un sinfín de bienes, y especialmente los que nos van a permitir transitar hacia un mayor uso de energías verdes y una mayor digitalización, parece claro que las cadenas de producción globales se resentirían enormemente si los semiconductores —o sus componentes— no pudieran salir de Taiwán en el caso de que ese bloqueo— de facto se acabe produciendo.

Este escenario de estrangulamiento de las cadenas de producción es especialmente preocupante si consideramos que, para los chips más pequeños y avanzados, no hay sustituto fuera de Taiwán. Como llueve sobre mojado, los retrasos en las cadenas de producción y el aumento de los costes de transporte añaden fuertes presiones inflacionistas a las economías estadounidenses y europeas, lo que ha llevado a la Reserva Federal y, más recientemente, al Banco Central Europeo a tener que subir los tipos de interés mucho más rápido de lo que se esperaba. Por tanto, la crisis en el Estrecho solo pone más leña en el fuego que los bancos centrales intentan apagar. A esa mala noticia se le añade la presión por reorganizar las cadenas de producción ante este nuevo riesgo inminente que tiene como consecuencia una nueva bofetada a la globalización, empujada a su vez por los aires de guerra fría que corren. Bofetada tras bofetada, desde la guerra comercial a la pandemia, pasando por la invasión de Ucrania por parte de Rusia y ahora la crisis del Estrecho de Taiwán, parece difícil pensar que globalización vaya a sobrevivir a tanto golpe. Obviamente, tampoco tiene sentido pensar en un desacoplamiento completo donde no queden más intercambios entre el bloque económico liderado por EE UU y el liderado por China, pero sí que los mismos —especialmente en el pináculo de la cadena de valor— sean cada vez más restringidos y, por tanto, difíciles. En ese orden de cosas, Taiwán puede ser la última gota que colma el vaso de un mundo que, simplemente, ya no es abierto y que corre muchos riesgos asociados con antiguas interdependencias, como es el caso claro de la dependencia comercial de Occidente de China pero también de Taiwán, como productor del nuevo petróleo: los semiconductores.

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