Elogio de mi teta egoísta

Si mi libertad de no tener hijos causa problemas, sólo es el resultado de haberme creído que podía escoger mi destino y de las conquistas de las que antes vinieron

Varias mujeres pasean por la calle.d3sign (Getty)

A mi madre le han entrado ganas de ser abuela, así que la última vez que sibilinamente protestó me volví frente a ella desempuñando el cortafuegos definitivo: “Mira mamá; es que a mí me gusta vivir mi vida de forma egoísta, y no tengo claro lo de tener hijos”. La señora que me parió se quedó incrédula, mientras pude intuir admiración por criar a una hija que la cuestiona generacionalmente. Aunque lo siguiente fue quedarme pensativa sobre por qué iba a ser egoísta hacer lo que me plazca con mi vida.

Tal vez, porque así como yo podría tener hijos para darle a mi madre una al...

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A mi madre le han entrado ganas de ser abuela, así que la última vez que sibilinamente protestó me volví frente a ella desempuñando el cortafuegos definitivo: “Mira mamá; es que a mí me gusta vivir mi vida de forma egoísta, y no tengo claro lo de tener hijos”. La señora que me parió se quedó incrédula, mientras pude intuir admiración por criar a una hija que la cuestiona generacionalmente. Aunque lo siguiente fue quedarme pensativa sobre por qué iba a ser egoísta hacer lo que me plazca con mi vida.

Tal vez, porque así como yo podría tener hijos para darle a mi madre una alegría, y cumplir una misión en la familia, el debate público versa, cada vez más, sobre culpabilizar a las mujeres por los efectos de su emancipación. Nos venden que el Estado de bienestar sólo se hunde por culpa de la fémina que decide desligarse de la potestad reproductiva, esa que la naturaleza le otorgó. El nacimiento de niños se desplomó este semestre en España hasta los niveles más bajos de la serie histórica.

Cogen vuelo entonces los oportunistas que aprovechan para colar sin filtro su moral reaccionaria. La ultraderecha que culpa al aborto es, en el fondo, lo mismo que esa izquierda nostálgica empeñada en atribuir la baja natalidad sólo al capitalismo por tenernos precarias, o, según asegura incluso, por distraernos con placeres banales. En ambos casos, predican un rancio paternalismo basado en la idea de que toda mujer nació para alumbrar, aunque ella no pueda elegirlo, pobrecita.

Podrían haber venido a la boda de una amiga. En la mesa estábamos las “sin formar familia”, junto a las “casadas esperando hijos”, y todas, con las riendas económicas de nuestra vida. La única diferencia es que las primeras hemos elegido libremente que, tras pasar la veintena trabajando y estudiando, los treinta son nuestros años de salir y entrar, de disfrutar sin ataduras. Porque sí, la maternidad también es elegida, pero supone renuncias, como vivir para otro hasta que se valga por sí mismo. Y eso suelen callarlo muchas chicas por miedo a ser acusadas de “malas madres” en público.

Curioso es que los ofendidos con nuestra libertad se disfrazan de subversivos cuando no podrían hacerle más el juego al sistema, que nos desearía de vuelta al redil reproductivo. Los días pares te imponen la lactancia materna, cuando el biberón dio tanta autonomía a las mujeres para incorporarse al mercado de trabajo. Los impares, cuestionan la madurez de una mujer para decidir sobre su cuerpo, cuando ilegalizar el aborto es condenar a las clases humildes a abortar en pisos insalubres.

Así pues, a los reaccionarios poco les interesa la precariedad; sólo la coartada para su discurso. Y mucho menos nuestra libertad, porque no pueden tolerar que cuando una mujer elija, se elija sólo a sí misma, y no como parte de una comunidad o familia. Propagan así el viejo estigma de que la soledad femenina nunca es elegida. Fea palabra es “soledad”, que connota tristeza. ¿Acaso está triste una mujer en la treintena que, teniendo un proyecto personal significativo, disfruta de su libertad a antojo?

Se llega así a una verdad incómoda. Con amigos reflexionamos sobre cómo, desprovistas de su papel cuidador, muchas mujeres de la generación de mi madre no saben cómo realizarse, porque tal vez no tuvieron tanto tiempo para conocerse a sí mismas fuera de unos hijos o de un marido. Muchas otras, siquiera rehacen su vida al divorciarse; quizás le hayan cogido el feliz gusto a la soltería. Ello permite dudar de si todas ellas formaron una familia fruto de su libre albedrío, o sólo por el yugo social de norma o la costumbre.

Así que si mi libertad de no tener hijos causa problemas, sólo es el resultado de haberme creído que podía escoger mi destino y de las conquistas de las que antes vinieron. Lo público debe ayudar a cuantas lo necesiten. Pero ¿por qué se empeñan en sepultar mi voluntad bajo los anhelos del Estado o la familia si, por ahora, esos anhelos no son los míos? Nuestra libertad sólo es notoria cuando incomoda. Y sobre la mujer se han establecido a lo largo de la historia demasiados clichés que la controlan, la reconducen y la obligan. Defender eso, mi teta egoísta, sí es hoy subversivo.

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