Lecciones de genocidio con Picasso al fondo

Acercarse a lo sucedido hace poco más de un siglo en Congo a manos de europeos no es solo una vuelta al pasado para aprender historia. Leerlo es mirarnos al espejo de lo que somos

Busto del rey Leopoldo II en el jardín del museo de África en Bélgica, cubierto de pintura roja, en 2020.Delmi Álvarez

Si la lectura fuera un menú, la carta del mejor restaurante a nuestra disposición, necesitaríamos las más vibrantes novedades para componer los platos. Hay buenos libros que te miran estos días a los ojos como esos peces recién sacados del mar que te aguardan en las vitrinas de los bares. Frescos, sabrosos (y que me perdonen los veganos). Pero también necesitaríamos vinos para acompañarlos y esos se buscan en años pasados, en las mejores cosechas, a las que el tiempo solo ha añadido valor. Y uno de esos para descorchar estos días es ...

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Si la lectura fuera un menú, la carta del mejor restaurante a nuestra disposición, necesitaríamos las más vibrantes novedades para componer los platos. Hay buenos libros que te miran estos días a los ojos como esos peces recién sacados del mar que te aguardan en las vitrinas de los bares. Frescos, sabrosos (y que me perdonen los veganos). Pero también necesitaríamos vinos para acompañarlos y esos se buscan en años pasados, en las mejores cosechas, a las que el tiempo solo ha añadido valor. Y uno de esos para descorchar estos días es El fantasma del rey Leopoldo.

La investigación minuciosa y el relato templado que hace Adam Hochschild del mayor genocidio o matanza colectiva previa al nazismo está en la bodega desde hace años, cierto. Pero se puede abrir ahora. O reabrir.

Acercarse a lo sucedido hace poco más de un siglo en Congo a manos de europeos no es solo una vuelta al pasado para aprender historia, para entretenerse con las expediciones de Stanley de costa a costa, de océano a océano, para regresar a ese corazón de las tinieblas humanas que también describió Conrad, para asombrarse una y otra vez, página tras página, ante los avances de lo que llamaron “civilización” mientras establecían líneas ferroviarias, rutas de barcos de vapor desmontables y capaces de remontar cataratas colosales, puertos y una geografía nueva destinada a expoliar y sacar hacia el Atlántico los recursos de unos nativos a los que golpearon, forzaron, violaron, masacraron, mutilaron y esclavizaron mientras el citado rey convencía al mundo de que había creado un Estado idílico en la campaña de relaciones públicas más dañina y exitosa en siglos. No solo.

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Leerlo es mirarnos al espejo de lo que somos, de lo que fuimos, de las zonas oscuras de las que venimos. Leerlo es contemplar que los belgas (los europeos, en suma) practicaron en el Congo, por ejemplo, la formación de niños soldado entre los propios huérfanos que dejaban a su paso. O que, entre las cantidades colosales de marfil y caucho, llegó también un arte africano tan llamativo por su capacidad de abstracción, de exacerbar los rasgos faciales en una linealidad diferente, que influyó en el cubismo de artistas como Picasso o Braque.

Venimos de ahí. La riqueza europea viene de ahí. Y la emigración africana que hoy paramos en las vallas o agoniza en las aguas abisales viene de ahí. No todas las fuerzas coloniales cortaron tantas manos como la Force Publique de Leopoldo, claro. Pero todas esquilmaron ingentes riquezas a cambio de nada. Nunca lo olvidemos: venimos de ahí.

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