‘Sudaovarismo’, a veces pienso en Rosalía

Las mujeres asumimos que la crítica es inherente a ocupar puestos visibles y, aun así, decidimos vivir sin agachar la cabeza, reivindicando las esencias de una misma. Y eso duele a algunos

Rosalía, durante un concierto en el WiZink Center de Madrid.Claudio Alvarez

A veces pienso en Rosalía porque abandera el sudaovarismo, esa filosofía de las mujeres que han decidido no pedir perdón ni permiso por existir o triunfar en la vida. No se trata de que todo importe un bledo. Pero llega un día en que el sudaovarismo es lo único que nos queda, cuando se asume que la crítica es inherente a ocupar puestos visibles y, aun así, se decide vivir sin agachar la cabeza, reivindicando las esencias de una misma. ...

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A veces pienso en Rosalía porque abandera el sudaovarismo, esa filosofía de las mujeres que han decidido no pedir perdón ni permiso por existir o triunfar en la vida. No se trata de que todo importe un bledo. Pero llega un día en que el sudaovarismo es lo único que nos queda, cuando se asume que la crítica es inherente a ocupar puestos visibles y, aun así, se decide vivir sin agachar la cabeza, reivindicando las esencias de una misma. Y eso duele a algunos, les hace pupita.

Así que lo confieso, a veces pienso en Rosalía. Las congéneres que más admiración me producen son las que no ceden ante el cuestionamiento. Si quiere componer un álbum nuevo, nada que ver con su anterior trabajo, lo escribe. Arden luego las redes por cuatro líneas livianas de una canción, como le pasó con Hentai. Pero qué importa eso, si aprendió a tocar la guitarra con nueve años, y el piano con 16 para avalarse a sí misma. Es el talento de quien puede permitirse cantar y bailar el registro que quiera, de lo más fiestero a lo más profundo.

El problema es que la sociedad no está aún acostumbrada a la promoción tan explícita del sudaovarismo en la mujer, por eso chirría y fascina. A saber, el prototipo que no busca aprobación, que incluso se burla de sí misma, asumiendo que no puede gustar siempre. La fémina a la que no le enseñaron a encajar en ningún esquema ajeno, sino que basa su felicidad en crear el suyo, a su manera. La que no vive a la sombra de nadie, ni cree que deba ser perfecta para ser querible.

Sin embargo, cierta izquierda promociona hoy en día el ideal de la mujer preocupada, la sufrida, como si la chica abnegada fuera la buena. Se hacen símiles con la madre, la matria, metáfora de quien atiende o prioriza el bienestar del resto. Nada podría ser más cuestionable. Poner los propios deseos en el centro, aunque a veces implique llevar la autenticidad individual hasta el límite, debe ser la primera pata del empoderamiento.

Y quizás debamos hacer una reflexión colectiva. Me decía un amigo progresista que esa despreocupación frente al resto, semejante oda a la alegría, no podía ser feminismo, porque suena a actitud de privilegio. La pregunta es si el feminismo solo puede mirar hacia abajo, exclusivamente denunciar la posición de desigualdad y opresión de muchas mujeres. O de vez en cuando, podemos mirar hacia arriba, a aquellas que pueden, y con su desparpajo revientan estereotipos.

Primero, porque rompen con la presión de que el éxito de una mujer debe ir siempre de la mano de una extrema imagen de recato o merecimiento. Rosalía es brillante técnicamente, pero ella no parece sufrir al dar una apariencia más distendida. Basta observar el gag en que aparece mascando chicle con la boca abierta. Eso cambia en la entrevista que le hizo el productor Jaime Altozano en YouTube por su álbum Motomami. Lo que parece banal, como la canción Chicken Teriyaki, se revela como una pieza más dentro de un trabajo estudiado al milímetro durante años, que es valioso por innovador musicalmente.

Segundo, porque la actitud de patear el tablero rompe con la falsa idea de que el feminismo va por ahí dando imagen de victimismo. Una respuesta más pasota ante ciertos comentarios tal vez sea otra herramienta más para combatir ciertos tics machistas. En vez de manifestar lo evidente, que “eso me lo dices porque soy mujer”, la indiferencia a veces también es un gustazo que empodera.

Tercero, el sudaovarismo excede a una cuestión de clase. Claro que el colchón del dinero añade ínfulas, pero la fémina guerrera, la que se impone con carácter, no necesariamente es una rica. La literatura española va llena de ejemplos de mujeres humildes empoderadas. Lo que sí resulta clasista es creer que la música moderna, que gusta a los centeniales y a los mileniales, debe de ser de menor calidad, y no el símbolo de una generación.

A la postre, la filosofía del “ser la ama” demuestra que emocionalidad y debilidad no es lo mismo. A las mujeres visibles se las suele tildar de insensibles, si no se lamentan. Pero solo ellas saben que el sudaovarismo reviste la piel de un cuero tan profundo, una especie de mutación genética, que les da resistencia para aislar el daño o la envidia. Eso no quiere decir que por dentro no sientan. Aunque no van a darle el placer al mundo de hundirlas. Cuentan con la gran ventaja de tener de su parte el apoyo más valioso. A sí mismas.

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