Alternativas para África

Europa tiene que jugar un papel importante para ayudar a un continente fragilizado por crisis sucesivas

Empleado de Kenne Cane en una fábrica de Nairobi.Thomas Mukoya

La situación en muchos países africanos puede ser cada vez más dramática —y explosiva— si la guerra en Ucrania sigue impidiendo la llegada de cereales. Si esto dura más tiempo, las hambrunas y las migraciones serán el rostro del continente en los próximos meses. Junto a esta crisis específica, el embate de los altos precios de los alimentos y los combustibles fósiles, los fenómenos climáticos extremos, la ralentización de la economía mundial y las crecient...

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La situación en muchos países africanos puede ser cada vez más dramática —y explosiva— si la guerra en Ucrania sigue impidiendo la llegada de cereales. Si esto dura más tiempo, las hambrunas y las migraciones serán el rostro del continente en los próximos meses. Junto a esta crisis específica, el embate de los altos precios de los alimentos y los combustibles fósiles, los fenómenos climáticos extremos, la ralentización de la economía mundial y las crecientes dificultades de los países endeudados de la zona para cumplir sus obligaciones —en una época de fortalecimiento del dólar debido a las subidas de los tipos de interés— son otros factores que amenazan con desestabilizar profundamente a las frágiles sociedades africanas. Estas convulsiones se abaten sobre un continente ya extenuado por un enorme frenazo económico vinculado a la pandemia y que, a la vez, prosigue en la senda de un intenso crecimiento demográfico. Las proyecciones publicadas por la ONU hace unos días apuntan a que el África subsahariana pasará de los 1.150 millones de habitantes que tiene hoy a 1.400 en 2030.

El escenario demográfico es inquietante y no lo es menos el geopolítico. Hay graves conflictos enquistados y una inseguridad extrema en amplias zonas del continente, especialmente en el Sahel, por un lado, y en Etiopía y su región circunstante, por otro. Además, en África se proyecta el riesgo de una competición entre las grandes potencias. China es desde hace dos décadas un referente en términos de financiación y construcción de infraestructuras y Rusia no pierde ocasión en los últimos años para penetrar en distintos países inestables a través del suministro de servicios de seguridad y, por lo general, erosionando sus perspectivas democráticas. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea han anunciado futuros proyectos de inversión global que pretenden ofrecer una alternativa a la oferta china pero que todavía no han cogido velocidad de crucero. La cumbre del G-7 recientemente celebrada en Alemania ha reafirmado ese compromiso, en el que África puede y debe figurar como protagonista.

Hay en marcha proyectos que muestran el camino, como la construcción de una fábrica de vacunas en Senegal con ayuda financiera e intelectual europea. Y hay terrenos donde el compromiso con África puede demostrarse enseguida: los pactos climáticos incluyen la promesa de inyectar 100.000 millones de dólares —para realizar una transición justa y compensar los daños que sufren por fenómenos extremos— en países que no contribuyeron a la contaminación y al calentamiento globales. La sequía del Cuerno de África ilustra bien la cuestión. Es necesario actuar, y Occidente, especialmente Europa, tiene un papel importante que desempeñar, tanto por cuestiones morales como por interés propio.

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