Cambio de juego

Sánchez ha retomado la iniciativa y han salido él y el Gobierno de coalición más fortalecidos del debate sobre el estado de la nación

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión extraordinaria del Congreso el pasado jueves.Alberto Ortega (Europa Press)

Nadie esperaba que el presidente Pedro Sánchez le daría la vuelta a la situación política con su performance en el debate del estado de la nación. No parecía posible porque, tras el hundimiento de la coalición de gobierno en las elecciones andaluzas, la moral del bloque de investidura era claramente derrotista, sin que dados los precedentes ni sus socios ni sus bases confiasen en las habilidades estratégicas de la Moncloa. De ahí que el momentum político (la tendencia de arrastre) par...

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Nadie esperaba que el presidente Pedro Sánchez le daría la vuelta a la situación política con su performance en el debate del estado de la nación. No parecía posible porque, tras el hundimiento de la coalición de gobierno en las elecciones andaluzas, la moral del bloque de investidura era claramente derrotista, sin que dados los precedentes ni sus socios ni sus bases confiasen en las habilidades estratégicas de la Moncloa. De ahí que el momentum político (la tendencia de arrastre) parecía proclive a imprimir más impulso al nuevo ciclo electoral del “efecto Feijóo”.

Pero no hubo tal. Rompiendo las expectativas, el presidente tomó por sorpresa a todos al anunciar un nuevo rumbo político que implicaba un giro a la izquierda. Y como se esperaba otra cosa muy distinta, este cambio de juego pareció una innovación: no desde luego revolucionaria (pues las medidas proyectadas son ortodoxas, dada la excepcional coyuntura crítica) pero sí socialmente beneficiosa, lo que llenó de satisfacción a sus socios de investidura, catalanes incluidos. ¿Y qué era lo que se esperaba, tomando a todos a contrapié?

Las señales previas al debate que Moncloa emitía eran muy distintas. Como respuesta a la debacle andaluza, ambos socios de coalición adoptaron un tono victimista y polarizador, que pretendía sacudir la desafección de sus bases electorales tratando de movilizarlas con ardorosas soflamas populistas. Así, Sánchez empezó a culpar de todos sus males demoscópicos a una conjura de terminales mediáticas al servicio de poderes oscuros. Y también su otrora vicepresidente adoptó una táctica parecida, como al abrir el caso Ferreras sin venir a cuento.

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Además, las divisiones en el seno de la coalición, así como dentro de Unidas Podemos (UP), empezaron a enconarse, amenazando con crear un agrio clima de ruptura como el que se ha dado en Italia, donde la escisión de parte de los diputados grillinos del M5S (el equivalente italiano de UP) ha terminado por causar el estallido del Gobierno de Mario Draghi, haciendo temer en Moncloa que aquí podría pasar otro tanto. Y por si fuera poco, encima la ley de Memoria Democrática se pactó con Bildu, lo que en el 25 aniversario del Espíritu de Ermua tenía que provocar el estallido del PP. De ahí que, cuando el debate se abrió, el discurso de la portavoz Cuca Gamarra fuera más casadista que feijoense, desmintiendo por la vía de los hechos la pretendida moderación de su jefe, presente pero mudo.

Ese era el clima de crispación con que se aguardaba el debate, clima que Sánchez cortó en seco con su cambio de juego que le ha permitido retomar la iniciativa, saliendo del lance el Gobierno de coalición más fortalecido. Otra cosa es cuánto podrá durar esta nueva correlación de fuerzas abierta por el debate, y si será capaz de neutralizar la desafección del electorado de izquierda y centroizquierda, revirtiendo su actual desmovilización. Lo sabremos tras el otoño, cuando haya que recargar las excepcionales medidas antinflación. Si es que antes no hay adelanto electoral o crisis de Gobierno. Hasta entonces, feliz verano.

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