¿Esto es verdad? Da igual, vamos con todo, publicamos

En el periodismo, como en la vida y las redes sociales, hay que reflexionar un poco antes de hacer clic en enviar

Una persona utiliza un teléfono móvil.G. L. (Unsplash)

Una vez, un jefe me dijo: “Nunca tuitees algo que no escribirías en un guion de radio, en televisión o en un artículo en prensa”. Este jefe me invitaba a la autocensura, ¿por qué? ¿Por mi bien? ¿Qué bien? ¿Quizá por si un futuro empleador —entonces era becario— leía mis tuits y se asustaba con mis opiniones?, ¿por si mis publicaciones condicionaban que pudiera conseguir o no un trabajo? ¿Debería afectar? Estas preguntas se las hacen —nos las hacemos— muchos mileniales cuando abrimos nuestras cu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Una vez, un jefe me dijo: “Nunca tuitees algo que no escribirías en un guion de radio, en televisión o en un artículo en prensa”. Este jefe me invitaba a la autocensura, ¿por qué? ¿Por mi bien? ¿Qué bien? ¿Quizá por si un futuro empleador —entonces era becario— leía mis tuits y se asustaba con mis opiniones?, ¿por si mis publicaciones condicionaban que pudiera conseguir o no un trabajo? ¿Debería afectar? Estas preguntas se las hacen —nos las hacemos— muchos mileniales cuando abrimos nuestras cuentas de redes sociales, hasta el punto de que algunos tienen un perfil privado o usan la nueva herramienta de círculos de Twitter para que solo un selecto grupo de personas puedan leer y reaccionar a sus tuits, que habitualmente son críticas a otros usuarios.

Teniendo en cuenta el debate de esta semana en la red social, quizá lo que tendría que haberme dado aquel jefe no era una invitación a la autocensura sino una invitación a la búsqueda de la verdad que, como aspirante a periodista, debería tener muy presente en mi día a día. Algo tipo: nunca tuitees algo que pueda ser mentira o estar manipulado. Y mucho menos lo escribas en un guion de radio, televisión o en un artículo de prensa. Una recomendación que, escuchados los últimos audios del comisario Villarejo, no todos los periodistas han seguido a lo largo de su carrera, sea por la presión de los directivos de las grandes corporaciones de medios de comunicación, cuyos intereses son muchos y fuertes; o sea por la propia pasión por el periodismo, que te lleva por derroteros llenos de fango de los que es muy difícil salir. Hablo, claro, de aquellos “poderes oscuros” que citaba el presidente del Gobierno en su última entrevista en EL PAÍS.

“Hay miles de periodistas que trabajan todos los días con toda la honestidad, siguiendo el contraste obligatorio de la información con todas las fuentes posibles. Si no lo tienes atado, no lo das. Uno no son todos. Y los “unos” por muy visibles que sean son excepción, no la regla”, tuiteó la periodista Isabel Valdés

Las redes sociales son el lugar en el que todas las voces son iguales. Para bien y para mal. Por suerte, Twitter no solamente lo habitan periodistas, es ahí donde la población encuentra un altavoz en el que compartir sus ideas. Suele funcionar como una cámara de eco donde solo leemos a quien nos interesa, pero nuestros mensajes pueden llegar a difundirse más allá. Entonces recibimos tuits de fuera de nuestra comunidad y muchos se aprovechan de la libertad de expresión que da Twitter para lanzar mensajes de odio y acosar a otras personas.

Naturalmente, parte de estos mensajes son denunciados a la red social o, en caso de suponer delito, ante la justicia, pero los receptores de estos mensajes, en ocasiones, acaban cerrando sus cuentas. La periodista Talia Lavin cuenta en La cultura del odio: un periplo por la ‘dark web’ de la supremacía blanca (Capitán Swing) que la mayoría de mujeres activas en la red son víctimas de ataques, lo que conduce con frecuencia a la autocensura, a gran escala o pequeña escala, a andar todo el día cuidando lo que se dice o a no decir ni mu (...), a negarse a compartir opiniones políticas y a ocultar las relaciones interpersonales. “Yo misma lo he experimentado en mis carnes, a diario, cada hora: los insultos misóginos, los insultos antisemitas y las críticas a mi aspecto se entremezclan en un cruel zumbido de fondo, en un contrapunto atonal y disonante que pretende cuestionar mi propia capacidad de dirigirme al público”.

Quizá la vuelta atrás de Elon Musk en la compra de Twitter, que dijo que había “poca libertad de expresión” en esa red social, sirva para mantener la posibilidad de denunciar eficazmente los mensajes de odio que se vierten en ella. El límite al odio y las noticias falsas es bienvenido, para este tipo de tuits sí es necesaria la autocensura; para mostrar opiniones políticas que no falten el respeto a nadie, no.

Sobre la firma

Más información

Archivado En