Hartos de tener razón

A 10 años del bosón de Higgs, los físicos ya se van mereciendo un hecho inesperado

El gráfico del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), presentado en Ginebra en 2019, muestra una colisión de protones en el LHC, realizada para dar con el bosón de Higgs.

Todo el mundo quiere tener razón. Todo el mundo menos los físicos. Hace casi 10 años que 6.000 físicos que trabajaban en el LHC (Gran Colisionador de Hadrones) de Ginebra anunciaron el descubrimiento del bosón de Higgs, “la partícula Dios” en la nomenclatura del premio Nobel Leon Lederman, la última pieza del modelo estándar, o tabla periódica del mundo subatómico. El hallazgo se celebró con justificada fanfarria y alegría. Pero ¿qué ha ocurrido en estos 10 años? Bueno, no mucho, la ve...

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Todo el mundo quiere tener razón. Todo el mundo menos los físicos. Hace casi 10 años que 6.000 físicos que trabajaban en el LHC (Gran Colisionador de Hadrones) de Ginebra anunciaron el descubrimiento del bosón de Higgs, “la partícula Dios” en la nomenclatura del premio Nobel Leon Lederman, la última pieza del modelo estándar, o tabla periódica del mundo subatómico. El hallazgo se celebró con justificada fanfarria y alegría. Pero ¿qué ha ocurrido en estos 10 años? Bueno, no mucho, la verdad. No es que los físicos se hayan aburrido de buscar partículas. Es el colisionador el que parece haberse cansado de hallarlas. De allí solo salen las partículas que los físicos ya conocían, o que los teóricos habían predicho. Nada nuevo, nada sorprendente, ningún descubrimiento inesperado que pueda indicar una vía de progreso a la física, una luz más allá del modelo estándar.

Siendo uno de los mayores logros del intelecto humano, y la teoría más exitosa de la ciencia, el modelo estándar no puede ser la teoría definitiva de la física. Para empezar, no incluye la gravedad, una de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza (las otras tres son el electromagnetismo, la fuerza nuclear débil y la fuerza nuclear fuerte). Tampoco incluye la materia oscura, que es seis veces más abundante que la ordinaria. Difícilmente podría incluirla, puesto que nadie sabe en qué consiste. De ahí que los físicos no se conformen con tener razón acerca de lo que ya preveían. Lo que más desean es que la naturaleza les desmienta, les sorprenda y les muestre una fractura que marque el camino al futuro.

Esta propiedad del pensamiento científico suele chocar en otros sectores. Ni a una abogada ni a un empresario ni a una historiadora les gusta que les contradigan. Todos esperan que sus dictámenes y predicciones sean exactos, y que la realidad les dé la razón. La verdad científica, en cambio, nace con fecha de caducidad. Jorge Wagensberg decía que las únicas verdades absolutas son las verdades matemáticas. El teorema de Pitágoras sigue siendo tan cierto hoy como hace tres milenios. Pero dejando aparte las matemáticas, la verdad científica es una aproximación, cierto que cada vez más profunda y abarcadora, pero siempre una aproximación. Y son las fisuras en la teoría actual, sus puntos débiles, los que marcan la dirección hacia una aproximación mejor. Por eso tener razón no es el mayor deseo de un científico. Los físicos del LHC ya están hartos de tener razón, como decía el matemático loco de Parque Jurásico.

Un principio de la improvisación de jazz es equilibrar lo esperable con lo sorprendente. Si todo tu solo es tan predecible como el perro de Pavlov, el público se aburrirá, la crítica te crucificará y tu carrera empezará a disiparse como lágrimas en la lluvia. Si, por el contrario, todos los sonidos resultan inesperados y extraños, el respetable se irá a la barra y el crítico ni vendrá al club, con el mismo resultado para tu carrera. La única forma de prosperar es equilibrar lo previsible con lo sorprendente. A 10 años del bosón de Higgs, los físicos se van mereciendo ya un hecho inesperado que les estimule a seguir explorando este mundo paradójico.

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