Humillar a Manuel Valls: el nuevo deporte de moda

El ex primer ministro francés y candidato a la alcaldía de Barcelona en 2019 ha cerrado su cuenta en Twitter por la avalancha de críticas recibidas tras su enésima derrota electoral

El ex primer ministro francés, Manuel Valls, posa en una calle de Madrid, el pasado mayo.OSCAR DEL POZO (AFP)

Como es bien sabido, la empatía escasea en Twitter. Más aún si se trata de un político y ya no digamos si ese político se llama Manuel Valls. La derrota del controvertido exministro francés en la primera vuelta de las legislativas, como candidato del partido de Emmanuel Macron en representación de los franceses en España, Portugal, Andorra y Mónaco, ha dado luga...

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Como es bien sabido, la empatía escasea en Twitter. Más aún si se trata de un político y ya no digamos si ese político se llama Manuel Valls. La derrota del controvertido exministro francés en la primera vuelta de las legislativas, como candidato del partido de Emmanuel Macron en representación de los franceses en España, Portugal, Andorra y Mónaco, ha dado lugar a una auténtica celebración en la red social. Una explosión de júbilo a golpe de frases asesinas, memes y fotomontajes entre lo gracioso y lo humillante que incluso se ha propagado al otro lado de los Pirineos. Un linchamiento que ni siquiera el hombre que ha hecho de la derrota su sello ha sido capaz de soportar. Valls se despidió el pasado lunes de la plataforma con un escueto “Adiós Twitter”.

“No hay que reírse de la desgracia ajena”, reza un tuit acompañado de una foto del papa Francisco, “pero en el caso de Valls, los franceses pueden hacer una excepción”; “Valls ha conseguido: perder en Francia, perder en el extranjero, perder en Francia en el extranjero”, se puede leer en otro post a modo de check list que recibió unos 27.000 likes. Los catalanes, tras su incursión en la política española, con el intento fallido de conquistar la Alcaldía de Barcelona ―nada menos―, tampoco han escatimado en comentarios jocosos, como ese tuitero que se “descojona” de que Valls haya obtenido más votos en Portugal que en Barcelona.

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La animadversión contra el político viene de lejos. Ambicioso y siempre a contracorriente, sus posiciones sobre la política de seguridad en los barrios periféricos, su visión muy estricta, por no decir excluyente, de la laicidad, o su liberalismo en materia económica, le han valido los calificativos de socialtraidor e incluso de Sarkozy de izquierdas, que pagó con una derrota en las primarias socialistas de 2017 frente a Benoît Hamon. Su turismo electoral y la decisión de apoyarse en Ciutadans en las municipales de 2019 reforzaron la idea en las filas de la izquierda de que Valls era un traidor y que había sido responsable del descalabro socialista tras el mandato de François Hollande. Un resentimiento que se transformó en odio visceral tras su participación, en febrero de 2019, en la manifestación en Madrid contra Pedro Sánchez junto a la derecha y la extrema derecha. Esa misma extrema derecha que, como hijo de exiliado republicano y naturalizado francés a los 20 años, Valls había combatido desde los inicios de su trayectoria política.

Las bromas sobre su constancia en el fracaso y esa imagen de loser transfronterizo que lleva tatuado en la piel son casi entendibles y mentiría si dijera que no me provocaron risa. Su falta de lucidez a la hora de elegir sus combates políticos tiene algo de cómico, eso está claro. Lo que sorprende, sin embargo, en sintonía con una campaña marcada por agresiones contra Marine Le Pen o el exministro Jean-Michel Blanquer, a los que les cayó la ira en forma de lanzamiento de huevos o de crema pastelera, es ver la delectación con la que medio país goza de esta humillación pública. Desde vídeos en los que se habla de su “nueva vida” mostrando a un travesti buscando clientes en una gasolinera, hasta fotomontajes donde aparece disfrazado en candidata a la elección de Miss Ciruela (una fiesta popular de la ciudad de Metz), humillarlo se ha convertido en el nuevo deporte de moda en Twitter. El acoso ha llegado hasta tal punto que entender la esencia de ese odio, al que se sumó una buena parte de la izquierda, comenzando por Jean-Luc Mélenchon, líder de Francia Insumisa, que optó por publicar una foto donde aparecen los diputados de su partido sosteniendo pancartas en las que se puede leer “Hasta nunca”, ha dado lugar en los últimos días a decenas de debates en los medios de comunicación.

Ironías del destino, Valls había inaugurado en 2017 un programa de France Culture de varios capítulos dedicado a la derrota en política. Tras su primer fracaso, el de las primarias socialistas, comentó que si bien perder forma parte del recorrido de cualquier político y es un aprendizaje, “la quemadura de la democracia” duele y exige tomar distancia para luego poder regresar. Aunque también apuntó: “Existen derrotas de las que es imposible volver”. ¿Será está?

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