Pulmones en llamas

La región amazónica está, literalmente, bajo ataque. Usar la palabra “amenazada” es insuficiente

Zona de la selva del Amazonas deforestada para plantar soja cerca de Porto Velho (Brasil).VICTOR MORIYAMA / New York Times / ContactoPhoto (NYT)

Podríamos decir que Leonardo DiCaprio es, “también”, un gran actor. Sin negar esa indudable condición, lo digo por su notable papel como ambientalista. Es suyo el mensaje “los pulmones de la tierra están en llamas”, que dirigió hace algunos meses por Instagram a sus 34 millones de seguidores a propósito del calentamiento global y de los tremendos incendios forestales que esos días se producían en Brasil.

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Podríamos decir que Leonardo DiCaprio es, “también”, un gran actor. Sin negar esa indudable condición, lo digo por su notable papel como ambientalista. Es suyo el mensaje “los pulmones de la tierra están en llamas”, que dirigió hace algunos meses por Instagram a sus 34 millones de seguidores a propósito del calentamiento global y de los tremendos incendios forestales que esos días se producían en Brasil.

La región amazónica está, literalmente, bajo ataque. Usar la palabra “amenazada” es insuficiente. Es asombroso que el tema no sea prioritario para las élites políticas y los gobiernos de la región. Hasta parecería que DiCaprio o el presidente francés, Emmanuel Macron, le prestan más atención al tema. Se ha mencionado en la IX Cumbre de Las Américas para concretarse en el anuncio estadounidense del modestísimo compromiso de aportar 12 millones de dólares contra la deforestación en Brasil, Colombia y Perú. Nada.

La última expresión de este drama ha sido la desaparición del periodista británico Dom Phillips, colaborador del diario The Guardian, y del indigenista brasilero Bruno Pereira, producida el pasado domingo 5 en el valle de Yavarí, Brasil, cerca de la frontera con el Perú. Todo indica que la criminalidad de la pesca o la tala ilegal, buscando el silencio y la impunidad, sería el origen de este grave ataque.

Cuatro asuntos suelen estar soslayados en el brutal drama social y ambiental de la destrucción acelerada de la flora amazónica.

Primero, la Amazonia como “pulmón vegetal del mundo”. El Panel Científico de la Amazonía, que reúne a 200 expertos internacionales, advirtió en la cumbre internacional en Glasgow sobre cambio climático (la llamada COP26), hace seis meses, que si se mantienen los actuales altos índices de deforestación se llegará a un punto de no retorno antes de 2050, al haber perdido hasta el 70 % de su vegetación nativa.

Sin esa selva el calentamiento global sería mucho más impactante y podría llegar a que ese territorio se transformase en una sabana, liberando gigantescas cantidades de carbono. Se aseguraría así que el mundo no pueda alcanzar los objetivos establecidos para evitar los peores efectos del cambio climático. Así de brutal.

En segundo lugar, que siendo esta amenaza válida para toda la región amazónica, tiene que ver en especial con Brasil, por su dimensión. Precisamente donde está la mayor parte de la selva tropical del mundo, con capacidad de absorber -aún- la mayoría del dióxido de carbono emitido en el planeta.

La deforestación en las zonas protegidas de la Amazonia brasileña creció 79% durante los primeros tres años de gobierno de Bolsonaro. Solo en el período agosto 2020-julio 2021 la Amazonia perdió 13,235 kilómetros cuadrados de cobertura vegetal, la mayor degradación en los últimos 15 años. Un área mayor que Qatar o Jamaica, igual a Bahamas o más de la mitad de todo el territorio de El Salvador.

La mayoría de análisis solventes coinciden en la responsabilidad directa del gobierno de Bolsonaro: falta de fiscalización de las autoridades ambientales y la reducción de presupuesto para combatir esos delitos. La deforestación ilegal, además, aumentó en 22% solo en un año gracias a la lenidad oficial, dada la impunidad de invasores de tierras y de mineros y madereros ilegales.

Mucho de este resultado tiene que ver, sin embargo, con intereses de ganaderos y finqueros. Lo que no es poca cosa considerando que Brasil es el mayor país exportador de carne de vacuno en el mundo y que el 50% de ese ganado se cría y pasta en lo que antes fue selva amazónica. Según la información disponible, los actores empresariales involucrados se encontrarían bien protegidos por el Secretario de Asuntos de la Tierra del Ministerio de Agricultura, Nabhan García, un “coleguita” ganadero él mismo.

En tercer lugar, el impacto de todo esto en los pueblos indígenas amazónicos y sus representantes. La deforestación impactó especialmente en territorios indígenas o zonas de conservación. Todos los años dirigentes indígenas brasileros vienen siendo asesinados; 24 en el 2019 y otros 20 en el 2020. A la impunidad en la investigación de esos crímenes se añade una caída enorme en la confiscación de madera ilegalmente extraída y en la persecución de delitos ambientales. Según la ONG Global Witness, la mayoría de los defensores ambientalistas latinoamericanos (71%), y ya no solo en Brasil, fueron asesinados precisamente por proteger a los bosques de la deforestación.

En cuarto lugar, ¿qué hacer? Empezar por fortalecer la capacidad de acción y reacción de la articulación de los ocho Estados miembros en la hoy debilitada Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). Su limitado vigor actual es, por cierto, parte de la actual fragmentación latinoamericana. Que debería encontrar en la agenda amazónica, sin embargo, un punto de encuentro. Sujeto ello a que los Gobiernos pongan en su agenda —y en serio— la protección de la Amazonia.

Por otro lado, este drama debería convocar a una acción más firme a quienes importan bienes surgidos de esta destrucción del bosque tropical amazónico. Parte de ellos está en la Europa importadora de carne o café, en el contexto en el que la expansión de la agricultura industrial es responsable del 80% de la deforestación mundial.

Tiene la Comisión Europea un borrador de reglamento “sobre determinadas materias primas y productos asociados a la deforestación y la degradación de los bosques” que habría que traducir en decisión. Con él se pretende “minimizar el consumo de productos procedentes de cadenas de suministro asociadas a la deforestación o la degradación forestal” y aumentar la demanda de productos legales y “libres de deforestación”.

El grave ritmo de la deforestación en la Amazonia de Brasil; sus efectos sobre la sociedad brasileña y el mundo; las graves responsabilidades políticas del gobierno de Jair Bolsonaro, presidente del país que ocupa el principal espacio tropical del mundo; tienen repercusiones globales. Frente a ello, el mundo aún ha sido tibio.

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