Manga ancha
Tener amantes y no pagar impuestos es un juego de niños frente a hacer saltar los aires la jefatura del Estado solo por un capricho náutico
Después de una Guerra Civil y de una dictadura de 40 años, en 1976 la democracia llegó a este país fruto de un sacrificio colectivo en el que participaron fuerzas sociales y políticas de distinta índole. Unas venían del exilio, de la clandestinidad, de la lucha interior contra el franquismo por la que muchos ciudadanos sufrieron cárceles y torturas; otras llegaban desde la derecha liberal, desde la cultura, desde la Iglesia, e incluso desde el propio franquismo....
Después de una Guerra Civil y de una dictadura de 40 años, en 1976 la democracia llegó a este país fruto de un sacrificio colectivo en el que participaron fuerzas sociales y políticas de distinta índole. Unas venían del exilio, de la clandestinidad, de la lucha interior contra el franquismo por la que muchos ciudadanos sufrieron cárceles y torturas; otras llegaban desde la derecha liberal, desde la cultura, desde la Iglesia, e incluso desde el propio franquismo. El príncipe Juan Carlos, nombrado heredero de Franco a título de rey, no trajo en absoluto la democracia. Solo pasaba por allí, tal vez sin enterarse de nada, y la inmensa mayoría de la opinión pública creía que su paso iba a ser muy efímero. No obstante, los astros se alinearon de tal manera que su figura se convirtió en la piedra clave del arco político, en símbolo de la unidad de una España invertebrada. El rey Juan Carlos, bien aconsejado, puso la vela de su barco a favor del viento de la historia, pero afirmar que trajo la democracia, como si se tratara de un regalo personal, es simplemente un escarnio frente al cúmulo de dolor y zozobra que costó conquistarla. Su trabajo consistió en no poner ningún obstáculo a un proceso inevitable y por eso llegó a ser un rey respetado e incluso querido por el pueblo gracias a su simpatía natural. Fueron unos años de felicidad y de manga ancha. Los graves daños que sus tropelías con el fisco y el supuesto desorden de su vida privada hayan podido causar a la monarquía, que son demoledores, podrían ser irreparables si ahora por frivolidad y mala cabeza su persona se convierte en el símbolo de la división política, aclamado por una parte de la derecha y zaherido por una parte de la izquierda, algo que apesta a siglo XIX. Tener amantes y no pagar impuestos es un juego de niños frente a hacer saltar por los aires la jefatura del Estado solo por un capricho náutico.