El humor del pobre

Las bromas de los poderosos juegan con la ventaja de nuestra desunión, nuestra sumisión y nuestra sorprendente fascinación por el dinero, pese a que nunca acabamos de tenerlo

El presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, interviene en la inauguración de la nueva planta de Wallbox, en Barcelona.David Zorrakino (Europa Press)

Jardiel Poncela, uno de los grandes talentos de la generación del 28, sostenía que definir el humor es como pretender pinchar una mariposa con el palo de un telégrafo. Quizá por esa imposibilidad aún estamos a la espera de que alguien escriba un tratado sobre la profunda diferencia entre el humor que se practica desde abajo y el que se practica desde arriba. El primero nace de la clase media o baja y suele ser fatalista, autoflagelante y sin atisbo de soberbia. El mejor ejemplo serían los telefonazos de Gila. El...

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Jardiel Poncela, uno de los grandes talentos de la generación del 28, sostenía que definir el humor es como pretender pinchar una mariposa con el palo de un telégrafo. Quizá por esa imposibilidad aún estamos a la espera de que alguien escriba un tratado sobre la profunda diferencia entre el humor que se practica desde abajo y el que se practica desde arriba. El primero nace de la clase media o baja y suele ser fatalista, autoflagelante y sin atisbo de soberbia. El mejor ejemplo serían los telefonazos de Gila. El humor que viene desde el poder es inverso, persigue la humillación del perdedor, es engreído, autosuficiente y faltón. Un ejemplo estaría en el tono de la comicidad de Donald Trump, que le llevó hasta la presidencia de su país por la apariencia de sincera incorrección. La semana pasada tuvimos otra muestra de esta locuacidad de la soberbia por boca del presidente de la compañía Iberdrola, cuando llamó tontos a aquellos españoles que mantienen la tarifa regulada de la luz. Se suma a una serie de declaraciones entre desafiantes y ventajistas que viene haciendo desde que comenzó la escalada de precios de la energía. Quizá sobreactúa al percibir que su reputación está algo tocada desde que se le investiga por recurrir supuestamente a los servicios del fullero Villarejo para solventar asuntos accionariales.

Tiene algo de razón, pues los españoles somos tontos, sin excepción, en lo que se refiere a las tarifas energéticas. Yo no distinguiría entre unos y otros. Más que tontos, la definición perfecta sería cautivos. Sí, cautivos de un sistema perfecto que funciona como público cuando hay que cubrir pérdidas y privado cuando hay que repartir ganancias. Muchos pequeños emprendedores que intentaron promover las energías sostenibles fueron llevados a la ruina cuando desafiaron a esos oligopolios, con la colaboración necesaria de un Gobierno de la nación que quebró su política de estímulos y le plantó un impuesto al Sol. Todo ello antes de que llegara la cacareada transición ecológica, ya sí capitaneada por las grandes empresas, entre ellas Iberdrola, líder de este nuevo rumbo por el cual hay que creerse que lo verde empieza en los Pirineos. Se oye de vez en cuando por la calle a gente referirse a ella como Ibertrola, como venganza del recibo mensual, pero qué gran llamada de teléfono habría sostenido Gila con la teleoperadora de la compañía.

Puestos a soñar con un humor que nos resarza de tanta humillación, imaginen la gran broma que podríamos haber pergeñado contra Elon Musk. Este es otro ejemplar perfecto del prepotente internacional que nos acostumbra a deleitar con su tonillo perdonavidas cuando utiliza el humor para sacudir el mercado. Si al comprar por 44.000 millones de dólares la red social Twitter los usuarios de todo el mundo hubieran decidido darse de baja de la aplicación, se habría topado con la sorpresa de que había comprado la nada a un precio un poco alto. Claro que para que una broma así funcionara se necesitaría que los más de 300 millones de personas que utilizan esa red social actuaran como una sola voz colectiva. Lo que nos habríamos reído. Pero no podrá ser, porque el humor del pobre es una guarida de supervivencia mientras se perpetúan los agravios. En cambio, el humor del poderoso juega con la ventaja de nuestra desunión, nuestra sumisión y nuestra sorprendente fascinación por el dinero, pese a que nunca acabamos de tenerlo.

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