Respuesta a Laura Freixas: alerta
Las personas trans existen y basta. Viven y son. Nadie tiene que avalar su existencia y, si alguien lo hace, es porque su presencia en el mundo le molesta, le incomoda, le trastorna
A una señora que se llama Laura Freixas y que tiene más de 30.000 seguidores en Twitter y a saber cuántos más en Instagram; a esta mujer que se define públicamente como madre, escritora y feminista; a esta señora que recuerda que fue presidenta de la Asociación Clásicas y Modernas, que se ve que es una asociación que trabaja incansablemente “para la igualdad de género en la cultura”; a esta mujer que ha escrito una montaña de libros, algunos con títulos que tienen más bien buena pinta (El asesino en la muñeca, ...
A una señora que se llama Laura Freixas y que tiene más de 30.000 seguidores en Twitter y a saber cuántos más en Instagram; a esta mujer que se define públicamente como madre, escritora y feminista; a esta señora que recuerda que fue presidenta de la Asociación Clásicas y Modernas, que se ve que es una asociación que trabaja incansablemente “para la igualdad de género en la cultura”; a esta mujer que ha escrito una montaña de libros, algunos con títulos que tienen más bien buena pinta (El asesino en la muñeca, Todos llevan máscara o ¿Qué hacemos con Lolita? Argumentos y batallas en torno a las mujeres y la cultura, entre otros), a esta mujer le parece que las personas trans “han invadido nuestros espacios” (me imagino que el plural hace referencia a las mujeres que hemos nacido mujeres y así nos sentimos), aunque confiesa: “Acogí la existencia de las personas trans con simpatía”. Es que es tan innoble decir esto que una vez superado el furor te da un ataque de risa que cura. Ya sé que un disparate de una envergadura reaccionaria como esta no hace la más mínima gracia, pero es que esto ya es el colmo. La entrevista fue publicada en elDiario.es el pasado 29 de abril.
El problema no es solo la esencialización de raíz heideggeriana y pasada de vueltas de un nosotras-las-mujeres que formaría una masa compacta y abstracta, un conjunto fundamentalmente unido y básicamente poco diverso, un bloque uniforme que casi traspunta la pureza de un elemento químico. Basta dar un vistazo a la historia reciente para ver dónde desemboca este tipo de tratamiento de los seres humanos. Alerta.
El problema no es solo el peligro que representa una idea como “acoger la existencia” de alguien. Freixas explica que aceptó la realidad de las personas trans con buena actitud. Aún tendremos que aplaudirle por no haber insultado a nadie o por haber practicado esta cosa tan civilizada de ser medio amable y de no echarles la caballería encima a determinadas personas. Como si la existencia de los trans tuviera que ser avalada por alguien. Como si su existencia requiriera ser legitimada por un ente superior, por un discurso académico, por una maquinaria institucional o por una artillería normativa. En el fondo, esto de Freixas, como esto de la gran mayoría de heideggerianos, es directamente religioso.
Una religiosidad analítica, hay que decirlo, que no representa ningún problema cuando se enseñan las cartas y se habla de fe. Pienso de verdad que mirarse la religiosidad por encima del hombro y como un pensamiento que no tiene nada que ver con la especulación más severa es muy triste, arrogante y ridículo.
Ahora bien, la religiosidad que emana de la entrevista a Freixas y de la gran mayoría de heideggerianos (entre los cuales, no lo olvidemos, hay muchas feministas), es diferente y me parece tramposa. Se llenan la boca de cosas como, por ejemplo, ontología, piruetas semánticas, desvelos, verbos ser que excluyen todas las lenguas en que no es el auxiliar determinante o autenticidades grecolatinas, pero, al final, todo es magia autoritaria: o te adhieres o te quedas fuera. Son discursos que ciegan y, todavía peor, son sermones que fascinan, que hechizan, que secuestran.
Jeanne Hersch, escritora y filósofa, traductora y miembro de una familia judía del Bund (un partido socialista que, desde finales del XIX, agrupaba a judíos obreros de Lituania, Polonia y Rusia, que tenía una concepción laica de la cultura judía y, como pilares fundamentales, la justicia social, la libertad democrática y la solidaridad internacional), construye toda una obra que creo que se podría calificar tranquilamente de resistencia a la ontología y, en última instancia, de debate crítico e intenso con la filosofía de Martin Heidegger.
Si Heidegger se hace famoso con Ser y tiempo, la tesis doctoral de Hersch se titula El ser y la forma (una imputación a una de las obras gurú con más descendencia del siglo XX que la gran mayoría de facultades de Filosofía se han dedicado a ocultar). Sobre la bomba de relojería que son los discursos que fascinan, Hersch explica, después de asistir a un curso impartido por Heidegger en 1933 en Friburgo, que el gran filósofo del siglo XX presenta los pensamientos “sin justificación” y que, escuchándolo, “se asiste a algo que parece una profecía: o la reconocemos (...) o nos quedamos fuera, entre los anónimos”, los inauténticos. Alerta de nuevo.
Frente a esto, Hersch concluye que un pensamiento así se tenía que expresar con un “tono extrañamente autoritario” y que es natural que desembocara en “un tipo de teología de la palabra poética” que acabaría abasteciendo de herramientas filosóficas al nazismo. Theodor W. Adorno, en Ontologia y dialéctica. Lecciones sobre la filosofía de Heidegger, lee a Heidegger desde un prisma parecido.
Es evidente que Freixas no es nazi. Pero también es evidente que afirmaciones como “me parece estupendo que se maquillen, se pongan falda o lo que quieran, pero no veo por qué tienen que ser considerados mujeres” dan alas a la extrema derecha y, si se las dan a la extrema derecha, se las dan a la violencia. Porque esto que dice Freixas no es solo denigrar a las personas trans a golpe de reduccionismo patético. Esto también es poner en duda la libertad individual de considerarse cada uno lo que a uno le dé la santísima gana. Esto, por lo tanto, no es exactamente una opinión que puede ser confrontada. Esto es una idea despótica y, como tal, tiene que ser refutada con la cabeza y, si hace falta y se puede, también con el corazón.
A mí, una idea como “aceptar la existencia” de alguien me parece que forma parte de esta escuela antihumanística de frase llamativa y de ética corta. Las personas trans existen y basta. Viven y son. Nadie tiene que avalar su existencia y si alguien lo hace es porque su presencia en el mundo le molesta, le incomoda, le trastorna. No tengo ningunas ganas de hacer hipótesis de psicoanalítica barata, pero es bastante obvio que las fobias del tipo que sean provienen de un deseo mal digerido o de un trauma oscurecido.
Pero decía que el problema no es solo el esencialismo que trata a las mujeres en bloque, ni la idea de que la existencia de alguien necesite de tu admisión. El problema es que, hablando en pasado (“acogí la existencia de las personas trans”), se ve claramente que la señora Freixas cree que la transexualidad no ha existido desde siempre y que se trata de una gente que ha llegado al planeta hace solo cuatro días. Debe de pensar que son extraterrestres modernos que se suman al carro y que tienen la misión de robar el terreno a las mujeres. Es esto lo que me da risa. El resto, no.
Es tan grave soltar que las personas trans “dicen que no van al baño de hombres porque les pueden agredir, pero claro, si van a nuestros baños nos pueden agredir a nosotras”; es una acusación tan grosera, que desde aquí me dan muchas ganas de preguntarle a Freixas cómo tuvo el valor de mover los roles tradicionales de género en un libro como Sylvia Plath y Ted Hughes. ¿Genio y musa? ¿genia y muso? ¿genia y genio? Ahora imagínate, señora Freixas, que vamos al lavabo y el “muso” de que hablas nos agrede.