Agonía socialista en Francia

El acuerdo de las izquierdas en torno a Mélenchon arrastra a los socialdemócratas a posiciones nacionalpopulistas

Jean-Luc Mèlenchon.SARAH MEYSSONNIER (REUTERS)

El acuerdo al que han llegado el Partido Socialista y Francia Insumisa, la formación liderada por Jean-Luc Mélenchon, para las elecciones legislativas de junio rompe la tradición netamente europeísta del socialismo francés y abre la brecha de un nacionalpopulismo que apenas había estado entre sus elementos de identidad. Sin incurrir en la literalidad del programa de Mélenchon para las presidenciales de abril, que...

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El acuerdo al que han llegado el Partido Socialista y Francia Insumisa, la formación liderada por Jean-Luc Mélenchon, para las elecciones legislativas de junio rompe la tradición netamente europeísta del socialismo francés y abre la brecha de un nacionalpopulismo que apenas había estado entre sus elementos de identidad. Sin incurrir en la literalidad del programa de Mélenchon para las presidenciales de abril, que hablaba de “ruptura concertada” y “confrontación” con los tratados de la Unión Europea, el pacto rebaja la contundencia verbal, pero no diluye la intención última. Los socialistas asumen un programa compartido que “conducirá necesariamente a tensiones, a constatar contradicciones”, pero llega a afirmar: “Hará falta superar estos bloqueos y estar dispuestos a no respetar ciertas reglas mientras trabajemos para transformarlas”. El pacto anima a desobedecer las leyes europeas cuando impidan la ejecución de sus políticas nacionales, en caso de gobernar. Significa llanamente la prevalencia de la legislación nacional francesa frente a la europea en materia de reglas económicas y sociales o de política agraria.

El acuerdo es un seísmo para la familia socialdemócrata francesa, tensionada y dividida ante ese pacto dada su histórica vocación europeísta. Supone la renuncia a actuar como dique de contención a impulsos soberanistas y la adopción de las posiciones disgregadoras que han exhibido países con regímenes iliberales como Hungría y Polonia. La situación agónica del Partido Socialista —apenas obtuvo un 1,7% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales de abril, frente al 21,9% de Francia Insumisa— le ha conducido a una arriesgada subordinación al liderazgo euroescéptico de Mélenchon. Al fondo hay un cálculo político coyuntural: en el reparto de candidaturas, a los socialistas les corresponderían unas tristes 70, 100 a los ecologistas y 50 a los comunistas de un total de 577 circunscripciones (el resto, 357, son para Francia Insumisa). El objetivo primordial de esta operación es pragmático: aspira a mantener el actual grupo parlamentario de 30 diputados (el mínimo son 15). Solo 5 de las 13 regiones francesas, y algunas de las principales ciudades del país, están gobernadas hoy por los socialistas.

Mélenchon no gobierna en ninguna y es precisamente la implantación territorial la principal carencia de los insumisos. Pero ha sido el gran resultado obtenido por Mélenchon en las presidenciales de abril el origen de su legitimidad para plantear una candidatura conjunta de las izquierdas y tratar de optimizar los resultados de todas. El acuerdo ha sido rubricado ya también por Los Verdes y el Partido Comunista, y la incorporación de los socialistas conlleva el simbolismo político que implica la renuncia en Europa a erigirse como alternativa política a las fuerzas que pretenden minar la cohesión interna de la UE.

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La caída libre en que se halla el Partido Socialista francés le obliga a un análisis que no puede contentarse con aducir causas externas a su debacle actual. La grieta que abre este pacto en la familia socialdemócrata europea empuja de forma irresponsable la nave del euroescepticismo y las aventuras soberanistas en un contexto de turbulencias políticas a escala planetaria. Puede ser el último recurso desesperado del instinto de supervivencia.


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