El moritat de Gerhard Schröder

El político alemán no está solo. Nadie llega por sí solo a la Cancillería en Alemania

Gerhard Schröder, el excanciller alemán, en una imagen de 2020.Kay Nietfeld (AP)

Moritat: género musical popular que germinó en el Medioevo alemán. Balada monótona y pegajosa que narra sin escandalizarse las andanzas de un malhechor, normalmente un asesino salteador de caminos, condenado a muerte y en fuga de sus verdugos. Puede traer o no moraleja.

Los doctos afirman que el nombre del género amasa en una sola las palabras “muerte”, “asesinato” y “suceso”. Característico del moritat es la socarrona simpatía por el protagonista. La moritat que con seguridad usted ha...

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Moritat: género musical popular que germinó en el Medioevo alemán. Balada monótona y pegajosa que narra sin escandalizarse las andanzas de un malhechor, normalmente un asesino salteador de caminos, condenado a muerte y en fuga de sus verdugos. Puede traer o no moraleja.

Los doctos afirman que el nombre del género amasa en una sola las palabras “muerte”, “asesinato” y “suceso”. Característico del moritat es la socarrona simpatía por el protagonista. La moritat que con seguridad usted ha escuchado en la versión de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, es la de Mackie Messer –Mackie Navaja—que en 1928 compuso en Berlín el genial, prolífico Kurt Weil.

Al año siguiente, justo el año del crac de la Bolsa de Nueva York, Bertold Brecht la incorporó a su célebre Dreigroschen Opera, en español, “ópera de tres centavos”. No sobrará, espero, hacer notar que los tres centavos de Brecht le fueron inspirados por la Ópera de los mendigos, tragicomedia musical del dramaturgo inglés John Gay, estrenada en 1728.

La verdad ha rendido lo suyo la pieza original de Gay que, apartándose de las convenciones teatrales de su época, descendía al submundo de los pícaros de Londres. Brecht encontró en ella pretexto para su pieza, la única de todas las suyas que, a mi modo de ver, realmente engastó en su doctrinal de cómo hacer teatro de denuncia.

Los brechtianos del mundo, una plaga del siglo XX tan obtusa y sectaria como la de los lacanianos, quisieron ver en ella una pieza didáctica sobre la relojería oculta del capitalismo. “Mira y aprende”, dice a menudo el chulo Macheath, mirando al público de platea.

Mucha gente, hombres y mujeres de talento y valía, que anduvieron mundo revueltos con Brecht dieron, después, en acusarlo de ser una corneja ladrona de argumentos. Me es difícil creerlo y pienso en William Shakespeare, la corneja que encontró los motivos de Macbeth en las Crónicas de Hollinshed. Solo que fue él quien puso las brujas en el páramo y se inventó una esposa instigadora. Brecht, rescató la pieza de Gay y supo aliarse con Kurt Weil, hace casi un siglo.

Llegada a nuestras costas, la ópera de Brecht-Weil infundió en Chico Buarque su Ópera do malandro, ambientada en el Río de Janeiro de 1941. Rubén Blades, rapsoda caribeño de gran altura, transmutó el espíritu del moritat berlinés de Mackie Navaja en la entrañable y ya eterna Pedro Navaja. ¿ A qué viene todo esto que ya parece guion de algún podcast divulgativo de la BBC?

Desde los días en que Putin parecía solo estar amagando con invadir Ucrania me parecía ya que los hechos del excanciller alemán Gerhard Schröder, gran alfil del partido socialdemócrata, y hoy alto ejecutivo de las energéticas de Putin en Alemania, Nord Stream 2 y Gazprom, daban para un moritat de actualidad, interpretado por la gran Ute Lemper.

Sin embargo, la entrevista a Schröder que publicó The New York Times durante el fin de semana me hizo pensar, ya no en una maleva balada berlinesa de los años 20 del siglo pasado, sino en una ópera didáctica en tres actos sobre el capitalismo globalizado e iliberal de estos nuestros locos años veinte, escrita por un émulo contemporáneo de Brecht.

Schröder—dice Norbert Röttgen, antiguo ministro, parlamentario conservador y furibundo enemigo de Putin— “se aprovechó de la reputación y la influencia de la Cancillería y se ofreció como agente de los intereses rusos para hacerse rico”.

Schröder— reporta la corresponsal Karin Benhold—, “quien ahora tiene 78 años, se pavoneó sin disimulo, soltando chistes pero, en lo esencial, argumentó que si se hizo rico también su país lo hizo. En cuanto al gas ruso, todo el mundo estaba a bordo, señaló, burlándose de sus detractores entre copiosas cantidades de vino blanco”.

Todo el mundo estaba a bordo, el bocadillo favorito de los chivos expiatorios. Schröder, en efecto, no está solo. Nadie llega por sí solo a la Cancillería de la República Federal Alemana. Bajo su cinismo circulan argumentos formulados con aplomo por el establishment político alemán desde la caída del muro de Berlín hasta la víspera de la invasión a Ucrania.

Die Gazprom Opera. Uhm…

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