El socialismo ha muerto (en Francia) y estamos en su funeral

A los supervivientes les toca bajar al fondo del pozo seco y preguntarse por dónde y por qué se ha escurrido el agua

La candidata del Partido Socialista francés (PS), Anne Hidalgo, se dirige a los simpatizantes del partido en el Poincon de París, el pasado 10 de abril.THOMAS COEX (AFP)

Todo escritor siempre teme ese momento en que, al echar el cubo al pozo, este solo le devuelva el sonido del golpe en un fondo ya vacío, me decía hace unos días Don Winslow. Vacío de agua, de historias, de inspiración, de público. La catástrofe. Y eso es exactamente lo que le ha pasado a Anne Hidalgo y al socialismo francés que, tras arrojar el cubo al agujero en busca de votos, ha escuchado un veredicto seco: solo el 1,7% de los franc...

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Todo escritor siempre teme ese momento en que, al echar el cubo al pozo, este solo le devuelva el sonido del golpe en un fondo ya vacío, me decía hace unos días Don Winslow. Vacío de agua, de historias, de inspiración, de público. La catástrofe. Y eso es exactamente lo que le ha pasado a Anne Hidalgo y al socialismo francés que, tras arrojar el cubo al agujero en busca de votos, ha escuchado un veredicto seco: solo el 1,7% de los franceses la han votado; en París, donde es alcaldesa, el 2,17%. No hay ya agua para el viejo partido de François Mitterrand y François Hollande cinco años después de abandonar el Elíseo.

Y esto no es algo que pueda atribuirse solamente a la candidata, una política entera, de principios, de valores, feminista, ecologista y en las antípodas de la estridencia. Pero los votantes parecen agotados de políticos previsibles, educados, racionales y tan comedidos en sus propuestas como demasiado comprensivos con las dificultades en el camino.

Hablar de socialismo francés es hablar de socialismo europeo. En esta ocasión se puede disociar, ya que Portugal, España y Alemania mantienen encendida la antorcha que se va apagando en otros sitios, pero la humillación sufrida en Francia es tan grande que todos deben aprender lecciones.

Los barrios más populares han votado a Jean-Luc Mélenchon o a Marine Le Pen. Los trabajadores ya no sienten que el socialismo les represente en Francia, un viejo problema que se extiende a medida que esta opción queda más y más atrapada entre los sueños de cambio y un respeto excesivo a la inamovilidad de las élites.

Los ciudadanos comprenden rápidamente la desigualdad. La inflación. La diferencia entre quienes solo pueden acceder a una sanidad pública agotada y quienes tienen seguro privado. La distancia entre un discurso ecologista precioso y unos impuestos que caen en el trabajador. Por eso están huyendo de los viejos partidos que ya no les dan respuestas.

Le Pen ha acertado en algo más que en la exhibición de sus gatitos, tan rentable hoy en el mundo infantilizado de las redes, ha aparcado la obsesión de la identidad para centrarse en el gran asunto: el poder adquisitivo de los ciudadanos. Emmanuel Macron es el sistema y está apuntalado por el desafío que supone la guerra de Ucrania. Y Mélenchon avanza, pero sin ninguna capacidad de aunar. Es el socialismo, por tanto, la mayor víctima de unas elecciones y un entorno económico en el que no se sabe mover. En Francia ha muerto y estamos en su funeral. A los supervivientes les toca bajar al fondo del pozo seco, preguntarse por dónde y por qué se ha escurrido el agua. Y ponerse a trabajar en ello.


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