Europa, desaparecida

La crisis de Ucrania muestra a los Veintisiete que es necesaria una posición fuerte en política exterior para poder influir

Josep Borrell y el primer ministro de Ucrania, Denys Shmygal, en Kiev el pasado 6 de enero.krainian Governmental Press (REUTERS)

Ha llegado el momento de que la Europa de la defensa pise el acelerador. Europa —ya se sabe— se construye a través de la amenaza, y esta vez el temor es que la Unión Europea quede fuera del tablero geopolítico abierto por Vladímir Putin directamente con Joe Biden sobre la cuestión de Ucrania. La fantasía del Kremlin es volver a un escenario anacrónico de posguerra en el que la vieja potencia se repartía las esferas de influencia con Es...

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Ha llegado el momento de que la Europa de la defensa pise el acelerador. Europa —ya se sabe— se construye a través de la amenaza, y esta vez el temor es que la Unión Europea quede fuera del tablero geopolítico abierto por Vladímir Putin directamente con Joe Biden sobre la cuestión de Ucrania. La fantasía del Kremlin es volver a un escenario anacrónico de posguerra en el que la vieja potencia se repartía las esferas de influencia con Estados Unidos, y de paso dejar claro que quien manda es Washington, no Bruselas, cuando se está discutiendo de la seguridad de Europa.

La inquietud de la UE está justificada. La ambición de una soberanía estratégica fijada por Emmanuel Macron como uno de los ejes de la presidencia francesa se pone a prueba en las reuniones en las que Washington eclipsa al servicio diplomático de la UE. La llamada de atención la dio el alto representante para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, con una visita de fuerte significado simbólico a Ucrania, donde el jefe de la diplomacia comunitaria habló claro al Kremlin: no se puede pretender resolver las cuestiones estratégicas que afectan a Europa “sin contar con los europeos”. Pero el formato bilateral de las conversaciones entre Washington (y hasta cierto punto, la OTAN) y Moscú, que se desarrolla esta semana, lo ha impuesto Putin para dividir a la comunidad transatlántica y para ningunear a Europa. En esa discusión, “más allá de Ucrania, está en juego toda la arquitectura de seguridad europea”, en palabras de Borrell.

Aunque este vacío es responsabilidad del Kremlin, en Bruselas convendría no rasgarse las vestiduras antes de elevar la mirada, porque lo cierto es que Europa hoy no está en condiciones de defenderse a sí misma y Putin lo sabe. El miedo a que Biden deje fuera a la Unión como ya pasó con la salida de Afganistán está justificado, pero la alerta de la presencia de las tropas rusas en la frontera de Ucrania fue de Washington —que no comparte vecindad con Rusia—.

Aunque Borrell acierta al decir que “cualquier discusión sobre seguridad europea debe involucrar a la UE y a Ucrania”, la opinión de los Veintisiete no siempre ha sido unánime. Es difícil actuar como bloque cuando se está dividido por desacuerdos sobre cómo lidiar con Rusia. La posición ahora es de unidad ante el miedo, pero por distintas razones. Francia quiere crear una política de defensa en Europa, y los países bálticos y Polonia temen que Biden pacte algo con Putin contra ellos.

Hace medio año el club de los Veintisiete se horrorizó ante la propuesta francoalemana de abrir canales de comunicación con Rusia. Entonces, Angela Merkel y Macron tuvieron que dar marcha atrás. Ahora, parte del ninguneo a las instituciones comunitarias también se produce porque tanto París como Berlín envían a diplomáticos para hablar con Moscú en privado mientras el Alto Representante pide una sola voz en su interlocución con Rusia. Pero, mientras no haya una posición común en Europa, es extraño que Alemania o la propia Francia —que es la principal potencia militar del continente y ha defendido siempre el diálogo con Rusia por razones históricas y geográficas— tengan que esperar el consentimiento de Lituania para hablar con Rusia. La crisis con Ucrania puede haber servido para que los Veintisiete empiecen a aceptar la importancia de mantener una posición fuerte en política exterior y el urgente desarrollo de una soberanía estratégica que evite de nuevo pillar a Europa con el pie cambiado.

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