Estupidez

Me pregunto qué piensa Tedros Adhanom Ghebreyesus cuando no está repitiendo la necesidad de repartir equitativamente las vacunas, desaconsejando cierres de fronteras

El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante una conferencia de prensa en Ginebra el pasado 20 de diciembre.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

A veces me pregunto qué piensa Tedros Adhanom Ghebreyesus en sus noches eléctricas. Tema no le falta: no sólo es el director de la Organización Mundial de la Salud sino etíope y, en su país, la hostilidad entre el Gobierno y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray produce por estos días una crisis bestial, con muertos y 28 millones de personas sin agua ...

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A veces me pregunto qué piensa Tedros Adhanom Ghebreyesus en sus noches eléctricas. Tema no le falta: no sólo es el director de la Organización Mundial de la Salud sino etíope y, en su país, la hostilidad entre el Gobierno y el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray produce por estos días una crisis bestial, con muertos y 28 millones de personas sin agua ni medicamentos. Me pregunto qué piensa cuando no está repitiendo la necesidad de repartir equitativamente las vacunas, desaconsejando cierres de fronteras. ¿Se pregunta qué parte del concepto “pandemia” no han entendido los gobiernos que dejan las patentes en manos privadas y reparten terceras dosis mientras en el continente del que él proviene apenas el 10,7% de la población ha recibido una? Yo, a veces, pienso que eso no es producto de un sistema siniestro sino de la estupidez. Dentro de unos años, cuando ya no nos alcancen los alfabetos para mentar variantes, cuando el virus haya mutado al punto de ser capaz de atacar poblaciones específicas —neozelandeses rubios con vocación artística, mujeres de un metro setenta con tendencia al narcisismo—, cuando el dueño de una corporación farmacéutica sea el nuevo presidente de Estados Unidos, cuando los países primermundistas hayan cerrado definitivamente sus fronteras al tercer mundo, cuando vivamos pringosos de vacunas ya inútiles, tapizados de certificados que no protegerán a nadie (como no nos protegen ahora: qué parte de “los vacunados también contagian” no entendieron, por ejemplo, en los cafés de París en los que semanas atrás me solicitaron el certificado para entrar y de los que salí pitando porque debía sentarme junto a personas pegadas a mi hombro que respiraban arriba de mi té), cuando todo eso suceda quizás nos digamos: “Debimos ser más egoístas y pensar en nosotros mismos: debimos vacunar a todo el mundo”.

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