Las amenazas de Putin

Rusia finge mantener sus compromisos multilaterales, pero ha entrado en la senda de su constante vulneración

El presidente ruso, Vladímir Putin, el jueves durante una rueda de prensaNATALIA KOLESNIKOVA (AFP)

Al presidente de Rusia, Vladímir Putin, se le entiende todo, incluso cuando miente. Es lógico cuando se llevan 21 años en el poder y no hay intención alguna de dejarlo. Su conferencia de prensa anual de cuatro horas de duración el jueves no ofrece dudas. La técnica es conocida: el gigante abusador se lamenta porque se siente débil y amenazado. Ha contado con la complicidad de Lukashenko, el dictador europeo más veterano, par...

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Al presidente de Rusia, Vladímir Putin, se le entiende todo, incluso cuando miente. Es lógico cuando se llevan 21 años en el poder y no hay intención alguna de dejarlo. Su conferencia de prensa anual de cuatro horas de duración el jueves no ofrece dudas. La técnica es conocida: el gigante abusador se lamenta porque se siente débil y amenazado. Ha contado con la complicidad de Lukashenko, el dictador europeo más veterano, para crear artificialmente una crisis de refugiados en las fronteras europeas. Tampoco ofrece dudas su historial anexionista y desestabilizador en el exterior, y autoritario y sanguinario en el interior. Ahora está acumulando tropas, carros de combate y armamento en las fronteras con Ucrania. Pero señala a la Alianza Atlántica como una organización amenazante, mientras sus medios oficiales redoblan los tambores de una propaganda que atribuye las intenciones guerreras precisamente a quienes se hallan sometidos a sus intimidaciones.

Putin sigue el viejo consejo del presidente de Estados Unidos, Theodor Roosevelt: habla con suavidad sin dejar de esgrimir el enorme bastón de la intervención militar. Cuando dice que los europeos tienen garantizado el gas durante los meses de invierno, todo el mundo entiende que cerrará el grifo si se contrarían sus designios. Lo mismo sucede cuando atribuye instintos guerreros a Estados Unidos, a la Unión Europea y a la OTAN. El mundo está cambiando y Putin cuenta que este es el momento para aprovechar las debilidades de Washington, con su democracia amenazada en casa, y de una Europa dubitativa y dividida, cuya seguridad depende de Estados Unidos, sus calefacciones de Rusia y de los países árabes y sus fronteras de la cooperación no siempre diligente de sus vecinos autoritarios.

El objetivo, abiertamente esgrimido en público y con plazos perentorios, es obtener garantías escritas y vinculantes de que la Alianza Atlántica no seguirá ampliándose hacia el Este y Ucrania jamás se unirá a esa organización. Quiere un nuevo reparto de Europa como el que Stalin obtuvo en Yalta en 1945. La propuesta significa corregir la historia y dar por buena la vulneración de los acuerdos multilaterales del último medio siglo de la que él es el primer responsable, concretamente los de Helsinki de 1975, sobre la integridad de los Estados firmantes y la invulnerabilidad de sus fronteras, y el memorándum de Budapest de 1994, firmado por Moscú, por el que se mantenía la soberanía y las fronteras de Ucrania, con Crimea incluida, a cambio del desmantelamiento de su arsenal nuclear y balístico.

La Rusia de Putin es una potencia revisionista, que finge mantener sus compromisos multilaterales, pero ha entrado en la senda de su constante vulneración. Esgrime unos compromisos sobre la fijación de las fronteras de la OTAN y la creación de una zona gris entre Rusia y Alemania de los que no hay rastro alguno escrito y firmado. En cambio, desatiende los acuerdos multilaterales vinculantes, al igual que China ha hecho con Hong Kong.

Tal actitud evoca inevitablemente las lecciones extraídas de los años treinta del pasado siglo, cuando las políticas de apaciguamiento de las potencias europeas ante las amenazas de Hitler condujeron primero a las anexiones de Austria y Checoslovaquia y luego, a la invasión de Polonia y a la guerra.

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