¿Dónde volvemos cuando volvemos a casa?

La convivencia se nos presentaba como uno de esos dibujos de Louise Bourgeois en los que el cuerpo de la mujer estaba atrapado por una construcción de cemento

Mi Navidad fue, durante mucho tiempo, la puerta roja del edificio en el que vivían mis padres, de modo que cuando una revista local me encargó un artículo que sonara a turrón y mazapán, escribí sobre el trozo de hierro lacado que protegía mi infancia del mundo exterior. No publicó la revista mi canto de amor a la puerta. Quizás esperaban más espumillón, campanillas, lucecitas, la ternura de una familia que sonríe ajena a los altavoces que braman villancicos y se sienta alrededor de la mesa a m...

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Mi Navidad fue, durante mucho tiempo, la puerta roja del edificio en el que vivían mis padres, de modo que cuando una revista local me encargó un artículo que sonara a turrón y mazapán, escribí sobre el trozo de hierro lacado que protegía mi infancia del mundo exterior. No publicó la revista mi canto de amor a la puerta. Quizás esperaban más espumillón, campanillas, lucecitas, la ternura de una familia que sonríe ajena a los altavoces que braman villancicos y se sienta alrededor de la mesa a merendar galletas en forma de abeto o estrella. Ignora la familia, masticando el azúcar, los golpes que llegan de la casa de al lado, que sus vecinos son amorosos, han decorado la puerta con una corona de ramas de pino y bayas rojas.

Llegan estas fechas y nos ponemos tiernos. Echamos de menos el olor de la abuela, la mano que alzaba la copa y brindaba para que la familia creciera sin echar en falta a nadie, y pensamos en quién estaría en la mesa si el tío hubiera superado el cáncer, o si el embarazo de la hermana hubiera llegado a buen puerto. Espero no tropezar ahora con la trampa de los recuerdos: la familia también puede ser un lugar peligroso.

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Fue la editora chilena Paulina Retamales quien me habló de su familia disfuncional mientras tomábamos vino en el Mirador Matilde. Anochecía y la cordillera de los Andes se cubría de sombras. Hablábamos de lo difícil que se nos hacía encontrar pareja y compartir la casa, lo complejo que era para nosotras proyectar una vida como la de nuestras madres. Los hijos y la convivencia se nos presentaban como uno de esos dibujos de Louise Bourgeois en los que el cuerpo de la mujer está atrapado por una construcción de cemento que le borra el rostro. Los brazos salen por las ventanas y el pelo se cuela por la chimenea: la casa es la cárcel del cuerpo, y el hogar, un espacio de confinamiento impuesto por el contexto.

Pensaba en mi familia elegida y reparaba en que los afectos que más cuido suelen ser los de las personas a las que me une el interés por la plástica o la palabra. Pintó también Bourgeois espacios alejados de la consanguinidad y los vínculos legales, entendiéndolos como lugares de retiro deseado. Los talleres de creación eran para ella un nido, una madriguera, un espacio seguro. Las primeras mujeres casa de Bourgeois dieron paso a otras mujeres, a las Lairs, guaridas construidas sobre camas vegetales: lo humano se alejaba en esta nueva serie de la convención social y se fundía con la naturaleza. “La madriguera evoca el deseo de esconderse, de desaparecer de la vista de los demás, implica también la seguridad”, escribe Jean Frémon en Louise Bourgeois. Mujer casa. La familia tradicional y la disfuncional no son excluyentes, pero a menudo pienso: si hubiera tenido a aquella niña que no pudo nacer, ¿habría puesto tanto empeño en construir mi madriguera? ¿Habría cuidado con tanto esmero a mi familia disfuncional?

¿Dónde volvemos cuando volvemos a casa? Algunos, a un lugar seguro. Otros vuelven al infierno. Para algunas personas las casas no son nidos, sino jaulas llenas de violencias donde los hijos pueden ser agredidos por su orientación sexual, las mujeres pueden ser abusadas por el simple hecho de serlo y los niños ser maltratados sin motivo alguno. Existen otros que no tienen donde volver.

Mientras disfrutaba de la comida de Navidad con mi familia, pensaba en todas las personas que debían estar lejos de esa dicha. Los datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género correspondientes al segundo trimestre de este año cifran en 40.721 el número de denuncias presentadas y confirman que en un 48,5% de los casos la víctima mantenía una relación afectiva con su agresor en el momento de solicitar la orden de protección. Recordaba, mientras mi marido reía con mi padre, todas las Navidades que regresé a la casa de la puerta lacada de rojo con un novio violento y pensaba: “La vida me dio muchas cosas buenas, ya fui feliz. Ahora toca esto”.

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