Libros a contracorriente para Navidad

Leer es un acto de resistencia frente a la inmediatez, el regalo a golpe de clic y las notificaciones que parecen, solo parecen, urgentes

Clientes en el interior de la librería Rals Llibres, en Calonge (Girona).©Toni Ferragut (EL PAÍS)

Leer un libro es como ir abriendo un regalo empaquetado entre lazos, cajas, papeles y más papeles que despistan hasta dar con el misterio, con el objeto preciso que alguien ha elegido para brindarnos su dedicación. Descubrirlo es el fin inmediato, ilusionante; y disfrutarlo es el inicio de otra cosa, de algo más imperecedero que acaso puede permanecer para siempre. Un buen libro requiere ir desbrozando escenas, personajes, situaciones y dejarse contagiar por atmósferas envolventes que hay que aceptar tal y como vienen, aunque no lleguemos rápido a una meta. Y tiene algo, mucho, de ese salmón q...

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Leer un libro es como ir abriendo un regalo empaquetado entre lazos, cajas, papeles y más papeles que despistan hasta dar con el misterio, con el objeto preciso que alguien ha elegido para brindarnos su dedicación. Descubrirlo es el fin inmediato, ilusionante; y disfrutarlo es el inicio de otra cosa, de algo más imperecedero que acaso puede permanecer para siempre. Un buen libro requiere ir desbrozando escenas, personajes, situaciones y dejarse contagiar por atmósferas envolventes que hay que aceptar tal y como vienen, aunque no lleguemos rápido a una meta. Y tiene algo, mucho, de ese salmón que nada a contracorriente durante kilómetros y kilómetros para desovar en el mejor lugar, el más difícil.

Mientras crece la cultura de la inmediatez, el regalo a golpe de clic y el envoltorio en cartón de Amazon, leer es un acto de resistencia. El libro nos mantiene en ese territorio de la cocción lenta en el que los protagonistas dudan, evolucionan y tardan en darse cuenta de desastres que vemos con mucha más claridad que ellos. Merece la pena remontar ese río, ver pasar a todos los que se amontonan corriente abajo y vivir ese instante de rebelión contra la prisa, contra las notificaciones que parecen urgentes; que solo parecen porque, en realidad, siempre pueden esperar.

Me acompaña en estos días en los cascos Leonardo Padura, de una belleza narrativa explosiva y una meticulosidad deslumbrante en El hombre que amaba a los perros, vieja asignatura pendiente. En papel me embruja Catherine Fletcher, una varita mágica posada en el Renacimiento para que lo comprendamos. Y me ha agarrado por el cuello la violencia de la etíope Maaza Mengiste. En la mesilla pide paso Sasha Filipenko, uno de esos disidentes de voz necesaria para entender Bielorrusia, que equivale a entendernos a nosotros mismos. Y a la espera están grandes como Laura Fernández y Clara Obligado, que bien merecen ese salto a contracorriente a resguardo de la multitud.

Hoy son estos libros, como podían ser otros. Suele preguntar la gente qué amarras unen y a la vez separan el periodismo y la literatura. El primero debe ser directo, ir al grano, entregar el regalo sin envoltorios y sin pérdida de tiempo. Es urgente. Es necesario. La segunda nos envuelve en ese camino alambicado en el que el desempaquetado es lo importante, porque la técnica de empaquetarlo ha sido el mejor regalo. Vivan los libros. Vivan el uno y la otra. Y vivan, sobre todo, los saltos a contracorriente. @bernagharbour

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