Siempre dispuestos a partir
Es difícil saber el peso que tiene la vida de Jesús en una sociedad que igual se proclama nihilista que se rinde a la beatería
Cuando Ernest Renan se propuso en el siglo XIX contar la vida de Jesús supo que tenía un problema complicado de resolver: ¿cómo hacer creíbles, verosímiles, unas peripecias donde ocurrían con demasiada frecuencia milagros, sucesos excepcionales, que sanaran los enfermos, que resucitaran los muertos, que se pudiera caminar sobre las aguas o que se multiplicaran por las buenas los panes y los peces? Le interesaba el personaje de carne y hueso y conocer qué había sucedido para que su historia desenca...
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Cuando Ernest Renan se propuso en el siglo XIX contar la vida de Jesús supo que tenía un problema complicado de resolver: ¿cómo hacer creíbles, verosímiles, unas peripecias donde ocurrían con demasiada frecuencia milagros, sucesos excepcionales, que sanaran los enfermos, que resucitaran los muertos, que se pudiera caminar sobre las aguas o que se multiplicaran por las buenas los panes y los peces? Le interesaba el personaje de carne y hueso y conocer qué había sucedido para que su historia desencadenara un cambio que consideraba revolucionario, tan profundo y radical que había alterado de manera drástica el trato entre las personas y la relación de estas con la divinidad. Podía limitarse simplemente a decir, como hicieron los historiadores Flavio Josefo y Tácito, que se trataba de un hombre que “fue condenado a muerte por orden de Pilato a instigación de los sacerdotes”. Y punto. Pero entonces se quedaba con muy poca cosa.
Renan iba para sacerdote, Tuvo, sin embargo, una profunda crisis de fe y abandonó el seminario. Se dedicó entonces a la arqueología, la filología, la historia, el orientalismo. En 1863 publicó Vida de Jesús, y provocó un inmenso escándalo. “Sabio apacible y animado por el gusto del conocimiento puro, Renan fue uno de los hombres más odiados de su tiempo”, escribe Emmanuele Carrère en El Reino. Lo fustigaron de todas las maneras posibles, lo insultaron, la Iglesia lo excomulgó, le retiraron la cátedra en el Collège de Francia. “Admito gustosamente que este admirable relato de la Pasión encierra una multitud de inexactitudes”, explicó Renan en su libro, pero dijo también que hay tradiciones parcialmente erróneas que tienen “una porción de verdad que la historia no puede menospreciar”. Así que entró en materia con una idea clara, que todas esas leyendas, esos milagros, esos sucesos inverosímiles, podían proceder de hechos reales transformados por la imaginación. Los hombres cuentan, pensaba Renan; “la historia no es un simple juego de abstracciones”. Y esos hombres inventan y exageran y fuerzan las cosas y van armando sus relatos con una ligereza que puede exasperar a cuantos se aferran al dato incontestable.
Nada de eso sirve cuando se trata de Jesús, ni siquiera los cuatro Evangelios coinciden a la hora de narrar algunos hechos de su vida. Cuando se acerca la época en que se celebra su nacimiento, resulta difícil cogerle el pulso en relación al cristianismo a una sociedad que igual afirma su más radical escepticismo, y proclama su nihilismo, que se muestra beata y crédula, dispuesta a rendirse ante cualquier monserga bienintencionada. Más allá de la Iglesia y sus pompas y circunstancias, de su afán de poder y de sus líos y corrientes internas, ¿qué peso tiene Jesús en este tiempo, y qué crédito tiene su historia entre los más jóvenes? ¿Todavía siguen sus palabras produciendo alguna disputa o están calladas y arrumbadas en una esquina? Renan cuenta, cuando se ocupa de la llegada del reino de Dios, que Jesús decía que sería una sorpresa, “que había que estar a la espera, siempre dispuestos a partir”. Se tenga mucha, poca o ninguna fe, no es mala fórmula la que sugiere. Siempre dispuestos a partir: a cualquier parte.