Vistas desde el siglo XXII

Los periodistas deberían limitarse a escribir un primer borrador de la historia. El segundo es para los historiadores del futuro

La canciller Angela Merkel junto al antiguo canciller Helmut Khol, en una ceremonia en octubre de 2010 en Berlín.JOHANNES EISELE (AFP)

En estos días, los periodistas alemanes que se dedican a la política están muy ocupados elogiando a Angela Merkel, cuyos 16 años en el cargo terminan el miércoles. Hace algún tiempo, yo también escribí una columna para valorar la trascendencia de la todavía canciller, menos halagadora que la mayoría. De lo que todos deberíamos ser conscientes, yo incluido, es de que los coetáneos solemos ser malos jueces del papel histórico de un político. Nuestro trabajo consiste en narrar lo que hemos visto o comentar lo que pensamo...

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En estos días, los periodistas alemanes que se dedican a la política están muy ocupados elogiando a Angela Merkel, cuyos 16 años en el cargo terminan el miércoles. Hace algún tiempo, yo también escribí una columna para valorar la trascendencia de la todavía canciller, menos halagadora que la mayoría. De lo que todos deberíamos ser conscientes, yo incluido, es de que los coetáneos solemos ser malos jueces del papel histórico de un político. Nuestro trabajo consiste en narrar lo que hemos visto o comentar lo que pensamos, aunque sin olvidar que no escribimos la versión definitiva de la historia de nuestra época.

Recuerdo cómo en mi juventud se decía que Willy Brandt pasaría a la historia como un personaje importante. Fue un gigante de la política alemana de posguerra, y básicamente, el padre del actual SPD. Creó una cultura política que todavía repercute en la Alemania de nuestros días.

Pero, ¿realmente fue su ostpolitik [política hacia el Este] un logro histórico, como se pensaba entonces? Yo no lo creo. En todo caso, retrasó el proceso que desembocó en la caída del telón de acero y el Muro de Berlín 20 años después. A principios de la década de 1970, estos acontecimientos eran imprevisibles. La situación económica de la Unión Soviética y Alemania Oriental era razonablemente buena, o al menos mucho mejor que en la década de 1980.

La ostpolitik de Brandt tuvo enormes repercusiones en la vida de la gente. Yo nací en el Oeste, y recuerdo el momento en que hablé por primera vez con un familiar del Este. Estábamos profundamente agradecidos al entonces canciller por haberlo hecho posible. Pero no fue el acontecimiento histórico que nos dijeron que sería. La decisión de su sucesor, Helmut Schmidt, de permitir la instalación de misiles estadounidenses de alcance medio en territorio alemán seguramente tuvo un efecto en la Unión Soviética mayor que todo lo ocurrido durante el mandato de Brandt.

Más tarde se proclamó a Helmut Kohl padre de la unificación. En efecto, él era el canciller en aquel momento, y fue quien dirigió el proceso. Pero el gran logro histórico de entonces —tal como lo vemos hoy— no partió del Gobierno de Bonn, sino de los ciudadanos de Alemania Oriental.

Si Kohl desempeñó un papel histórico, probablemente no fue en el plano alemán, sino europeo. Él fue el padre del euro. Sin embargo, todavía es demasiado pronto para emitir un juicio histórico. Si el euro llega a buen puerto y refuerza la unidad europea, aquello será considerado el comienzo. Si, como sospecho, acaba por dividir a los europeos, entonces la valoración histórica será otra. Es demasiado pronto para saberlo, como dice el chiste sobre las consecuencias de la Revolución francesa.

¿Y qué hay de Merkel? Sin lugar a dudas, todavía es demasiado pronto para un juicio histórico. Mi primer borrador de la historia la considera alguien que no ha sabido afrontar los problemas profundos, como los desequilibrios económicos subyacentes que originaron la crisis de la deuda soberana de la zona euro. Cuando decidió abandonar la energía nuclear, expuso al país a una dependencia excesiva del carbón alemán y el gas ruso, una decisión que contribuyó directamente a que Alemania no lograra cumplir los objetivos acordados en materia de gases de efecto invernadero.

Pero reconozco que es perfectamente posible que la historia sea más benévola con ella que yo. No creo que a los futuros historiadores les importe mucho su longevidad política ni su capacidad para derrotar a los machos alfa de su partido. Puede que consideren su decisión de abrir las fronteras alemanas a los emigrantes en 2015 como un punto de inflexión para Europa. Tal vez juzguen su diplomacia amistosa con China como el inicio de la alianza estratégica más decisiva del siglo XXI —la del país asiático con la Unión Europea—, si es que esta llega a producirse. No estoy seguro de que eso vaya a ocurrir, pero tengo que reconocer que cosas mucho más raras han pasado a lo largo de mi vida.

En resumidas cuentas, no sabemos lo que pensará la gente en el futuro porque sus valoraciones tendrán lugar en el contexto de una historia que todavía está por suceder. Si vive en un mundo devastado por el cambio climático, mirará con ojos críticos a los Gobiernos de nuestra época, el de Merkel incluido. Si resurgen las tensiones del euro, apuntará a 2012 como el momento en el que la entonces canciller no supo ver una oportunidad histórica, y en lugar de ello optó por posponer el problema.

Tanto el futuro como el juicio futuro del presente dependen del camino que elijamos. Y por esa razón, los humildes escritorzuelos de nuestros días deberíamos limitarnos a un primer borrador. Es un noble cometido.

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