Una brújula estratégica para Europa

La UE está en peligro, algo que se percibe por tener un alcance económico menor, un entorno estratégico más disputado y unos valores cuestionados. Es necesario cumplir con nuestras responsabilidades de seguridad

RAQUEL MARÍN

Una brújula ayuda a encontrar el camino, y el Compás Estratégico que he redactado a instancias del Consejo Europeo será nuestra guía operativa para el desarrollo y la toma de decisiones de la Unión Europea en materia de seguridad y defensa. El documento ha sido presentado ya a los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Unión Europea.

El Compás Estratégico está diseñado para responder a tres preguntas: ¿A qué retos y amenazas nos enfrentamos? ¿Cómo podemos agrupar mejor nuestros activos y gestionarlos eficazmente? ¿Y cuál es la mejor manera de proyectar la influencia de Europ...

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Una brújula ayuda a encontrar el camino, y el Compás Estratégico que he redactado a instancias del Consejo Europeo será nuestra guía operativa para el desarrollo y la toma de decisiones de la Unión Europea en materia de seguridad y defensa. El documento ha sido presentado ya a los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Unión Europea.

El Compás Estratégico está diseñado para responder a tres preguntas: ¿A qué retos y amenazas nos enfrentamos? ¿Cómo podemos agrupar mejor nuestros activos y gestionarlos eficazmente? ¿Y cuál es la mejor manera de proyectar la influencia de Europa como actor regional y global?

Nuestro análisis global de las amenazas muestra claramente que Europa está en peligro. La Unión Europea se arriesga a lo que he llamado un “encogimiento estratégico”. Esto se percibe desde tres puntos de vista. En primer lugar, nuestro alcance económico está cada vez más circunscrito. Hace 30 años, la Unión Europea representaba una cuarta parte de la riqueza mundial; dentro de 20 años, representará poco más del 10%. Nuestra contracción demográfica se desarrolla de forma similar: a finales de este siglo, Europa representará menos del 5% de la población mundial.

Y lo que es más importante, algunos de nuestros competidores económicos tienen valores muy diferentes a los nuestros, lo que supone una amenaza para nuestro poder normativo. La Unión Europea debe integrar este hecho en su formulación de políticas, reconociendo que la competencia por los estándares mundiales ya se está desarrollando en la carrera por el dominio de la inteligencia artificial, la computación en la nube, los semiconductores y la biotecnología.

En segundo lugar, el entorno estratégico de la Unión Europea está cada vez más disputado, debido a los desafíos de nuevos actores ambiciosos, a las demostraciones de fuerza militar y a las estrategias de desestabilización que incluyen la guerra cibernética y la desinformación. Han quedado atrás los días en que la paz y la guerra constituían dos estados claramente diferenciados. Nos enfrentamos y nos enfrentaremos cada vez más a situaciones híbridas que requieren una amplia gama de medios defensivos.

Por último, la esfera política de la Unión Europea se está reduciendo y nuestros valores liberales son cada vez más cuestionados. En la “batalla de las narrativas”, la idea de que los valores universales son en realidad sólo construcciones occidentales ha ido ganando adeptos. La vieja suposición de que la prosperidad económica llevaría siempre al desarrollo democrático ha sido refutada.

Para navegar por este entorno estratégico cada vez más competitivo, la Unión Europea debe convertirse en un proveedor de seguridad para sus ciudadanos, protegiendo nuestros valores e intereses. Pero para ello tendrá que actuar con mayor rapidez y decisión a la hora de gestionar las crisis.

Eso significa anticiparse a las amenazas que cambian rápidamente y proteger a sus ciudadanos contra ellas; invertir en las capacidades y tecnologías necesarias; y cooperar con socios internacionales para alcanzar objetivos comunes.

Estas medidas aumentarán nuestra capacidad de disuadir ataques, y de reaccionar ante uno cuando se produzca. El principal valor de la fuerza militar no es que nos permita resolver los problemas, sino que puede ayudar a evitar que los problemas se resuelvan en nuestro detrimento. Por eso el Compás Estratégico propone una capacidad de la Unión Europea para el despliegue rápido de fuerzas en todo el espectro de acciones previstas por los tratados de la Unión Europea.

Los intentos anteriores de desplegar rápidamente fuerzas de la Unión Europea sólo han tenido un éxito limitado. Pero el Compás Estratégico pretende que estos despliegues sean más operativos y eficaces de tres maneras. En primer lugar, seguiría un enfoque modular, siendo su composición definida por escenarios concretos y reforzada por entrenamientos conjuntos, en lugar de estar predispuesta como una fuerza permanente.

En segundo lugar, a través de unas directrices claras que establecerían que es la misión la que determina el tipo y tamaño de la fuerza, y no al revés.

Y, en tercer lugar, podríamos redoblar nuestros esfuerzos para superar las diversas deficiencias que han obstaculizado durante mucho tiempo nuestras capacidades operativas, con acciones claras que deberían recibir prioridad.

Todo esto requerirá legitimidad y flexibilidad. ¿Quién decidirá y cómo deberán aplicarse las decisiones? Sin poner en tela de juicio el principio de unanimidad, es posible actuar de forma creativa activando algunas disposiciones como la abstención constructiva o el artículo 44 del Tratado de la Unión Europea que permite la creación de coaliciones aprobadas por el Consejo. Por encima de todo, necesitamos voluntad política —sin la cual nada es posible— y eficacia operativa —sin la cual todo es inútil.

Obviamente, la Unión Europea no debe limitar sus acciones al despliegue de fuerzas militares. El Compás Estratégico también se centra en la seguridad cibernética, marítima y espacial. Para anticiparse a las amenazas, propone potenciar las capacidades de inteligencia y ampliar el conjunto de herramientas para contrarrestar los ataques híbridos y cibernéticos, así como la desinformación y la injerencia extranjeras. También establece objetivos de inversión para dotar a nuestras Fuerzas Armadas de las capacidades necesarias y de tecnologías innovadoras, para colmar las lagunas estratégicas y para reducir las dependencias tecnológicas e industriales.

Por último, quiero subrayar que este esfuerzo no contradice en absoluto el compromiso de Europa con la Alianza Atlántica, que sigue siendo el núcleo de nuestra defensa territorial. Este compromiso no debe impedirnos desarrollar nuestras propias capacidades y llevar a cabo operaciones independientes en nuestra vecindad y fuera de ella, especialmente en un momento en el que la atención de los responsables políticos de Estados Unidos puede estar centrada en otros lugares —sobre todo, en el Indo-Pacífico. La responsabilidad estratégica europea es la mejor manera de reforzar la solidaridad transatlántica. Este concepto está en el centro del nuevo diálogo sobre seguridad y defensa entre Estados Unidos y la Unión Europea.

Los europeos deben entender que el Compás Estratégico no es una varita mágica. Corresponde a los Estados miembros de la Unión Europea determinar si los cambios geopolíticos de hoy serán otra llamada de atención desatendida, y el renovado debate sobre la defensa europea otra salida en falso. El Compás Estratégico es una oportunidad para cumplir con las responsabilidades de seguridad de Europa directamente, ante nuestros ciudadanos y el resto del mundo.

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