La declaración de Arnaldo Otegi

No está acabado en el País Vasco el proceso de duelo por el terrorismo de ETA, pero ha calado la conciencia democrática de su trágico error

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, este lunes en San Sebastián.Javier Hernández

La gestión del pasado traumático es una tarea siempre pendiente en las sociedades democráticas: no tiene fin ni llega nunca el momento de una cancelación plena. Solo muy lentamente aprendió la sociedad española a hacerlo con el ciclo más destructivo de su historia contemporánea —la Guerra Civil, el exilio y el franquismo—. De forma aún más reciente se ha enfrentado a la comprensión integral del terror que ha significado...

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La gestión del pasado traumático es una tarea siempre pendiente en las sociedades democráticas: no tiene fin ni llega nunca el momento de una cancelación plena. Solo muy lentamente aprendió la sociedad española a hacerlo con el ciclo más destructivo de su historia contemporánea —la Guerra Civil, el exilio y el franquismo—. De forma aún más reciente se ha enfrentado a la comprensión integral del terror que ha significado la vida bajo ETA. Ningún proceso de duelo colectivo ante más de 850 muertos y miles de víctimas puede realizarse en lapsos breves de tiempo. Tampoco ninguna declaración política, por solemne que sea, va a borrar el dolor causado en cada una de las familias sobre las que cayó la bomba, el tiro en la nuca, el secuestro o la extorsión.

Hoy la realidad es otra y la vida en el País Vasco ha conquistado una forma de civilidad que no tuvo desde la Guerra Civil, ni bajo el franquismo ni bajo la era de ETA. A veces el contraste entre esas nuevas condiciones de vida y la agitación vociferante de la política parece quebrar esa seguridad en el sistema democrático y la convivencia, más allá de la evidencia de un pasado que nunca acaba de pasar del todo. El olvido selectivo es parte de la dieta que las sociedades se administran a sí mismas ante el dolor insoportable, pero la cercanía cronológica del terror dificulta todavía gravemente esa gestión paliativa. Hoy el olvido parcial y benefactor es parte de la nueva condición civil del País Vasco, pero no se puede convertir ese olvido terapéutico inicial en un borrado del pasado, ni se debe tolerar su manipulación presentista o la deformación blanqueadora de lo que fue tanto el terrorismo de ETA como la lucha contra el terror. El País Vasco ha empezado a suturar heridas e incluso a sumergirse en aquel pasado con un coraje moral que ha roto la espiral del silencio. Lo ha hecho con novelas de un éxito comercial insólito, con adaptaciones cinematográficas muy seguidas, con películas que regresan sin miedo a un tiempo tapado o deformado, y buena parte de ellas son teselas necesarias en la construcción de una nueva convivencia.

La declaración que leyó Arnaldo Otegi el lunes pasado, en el mismo palacio de Aiete en el que se anunció el fin de ETA, contenía una novedad rotunda, creíble y clarificadora sobre la visión que el entorno más cercano a ETA ha interiorizado 10 años después de su desaparición. No es poco tiempo una década, pero fue el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, responsable último de activar el final de la banda, quien explicó el domingo que en la izquierda abertzale “necesitan tiempo” para elaborar una autocrítica que “debe surgir de ellos como lo hicieron en el fin de ETA”. Tres años atrás, la misma banda reconoció el daño causado a víctimas que fueron “ciudadanos y ciudadanas sin responsabilidad en el conflicto”. Esa cruel discriminación en el dolor merecido o no merecido dejó paso el lunes a la identificación de una responsabilidad a otra escala moral.

Otegi evocó de forma rutinaria a “todas las víctimas”, pero por primera vez rompió el guion y destacó de forma “especial” a las “víctimas de la violencia de ETA”, sin ambigüedades nominativas y como prólogo a un triple y amargo reconocimiento: el error irreparable de haber causado un daño “que nunca debería haberse producido”, la insatisfacción actual por que “aquello sucediera” y el reconocimiento de una lentitud culpable en terminar con la actividad armada porque “deberíamos haber llegado antes” a esa decisión. En efecto, “nada de lo que digamos puede deshacer el daño causado”. Ni antes ni después de aquella decisión.

La tasación del dolor de las víctimas no es el terreno en el que la autoridad de Otegi pueda sentirse más segura. Asociaciones de víctimas, partidos políticos y el Gobierno han echado en falta el perdón debido a que Otegi no sabe todavía cómo administrar para culminar la pacificación íntima de la sociedad vasca. Su discurso lo excluyó mientras asumía el error y la derrota de un ideario sangriento.

Tampoco contribuye a mitigar el daño que ha dejado la historia de ETA una derecha política que devalúa cada conquista de la democracia, como lo es la confesión de los errores cometidos. La instrumentalización descarnada del apoyo de Bildu a los Presupuestos socialistas traslada al Gobierno una mancha moral que no le pertenece y enturbia la decisión política más vital —porque nos iba la vida en ello— de los últimos años en el País Vasco: el compromiso de Bildu de acatar el sistema democrático. Subrayarlo no supone darles las gracias por dejar de matar, bien al contrario, hay que exigirles completar el camino suspendiendo los homenajes a los presos de ETA excarcelados con condenas cumplidas. Esa inhumanidad residual, incluso en la parte de la sociedad que respaldó la acción violenta en el pasado, expresa de forma lacerante que la vida ha vuelto a ser vida en el País Vasco, pero no han terminado ni el duelo ni la gestión colectiva del dolor y la violencia.

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