¿Hasta cuándo?

Puestos a minimizar riesgos respecto al virus de la gripe y otros, como dice el Gobierno, aun con todos vacunados, la mejor medida no es la mascarilla, que al fin y al cabo minimiza pero no evita, sino el confinamiento

Decenas de personas, caminando por la Gran Vía en Madrid.Olmo Calvo

Hace varios meses un colega periodista científico resumía así el estado de la cuestión: “Viajamos en moto con el casco entre las piernas, y al bajar de ella nos lo ponemos en la cabeza”. El estado de la cuestión eran las mascarillas y el divertido uso que hacíamos de ellas: uno caminaba solo y al aire libre con ella puesta, hasta que llegaba al bar, donde le esperaban sus amigos, y allí, en contacto con otros seres humanos y en un lugar interior, podía sacarse por fin la mascarilla. Ya podía contagiarse tranquila...

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Hace varios meses un colega periodista científico resumía así el estado de la cuestión: “Viajamos en moto con el casco entre las piernas, y al bajar de ella nos lo ponemos en la cabeza”. El estado de la cuestión eran las mascarillas y el divertido uso que hacíamos de ellas: uno caminaba solo y al aire libre con ella puesta, hasta que llegaba al bar, donde le esperaban sus amigos, y allí, en contacto con otros seres humanos y en un lugar interior, podía sacarse por fin la mascarilla. Ya podía contagiarse tranquilamente: cuando no puedes, qué sentido tiene arriesgarse.

Al respecto de esto, la ministra de Sanidad ha dicho que la mascarilla ha llegado “para quedarse”, aunque luego matizó que “al menos hasta primavera de 2022″ y aún volvió a matizar: “mientras estén presentes el virus de la gripe y otros”. No se sabe si es peor no haber entendido nada de lo que dijo o haberlo entendido todo. En el primer caso habrá que esperar a que se ponga de acuerdo con ella misma. En el segundo ―que significa que este Gobierno se está empezando a encontrar muy cómodo con la mascarilla― hay que reprocharle a la ministra no ser lo suficientemente valiente: para minimizar riesgos respecto al virus de la gripe y otros, aún con todos vacunados, la mejor lección que hay que llevarse de la pandemia no es la mascarilla, que al fin y al cabo minimiza pero no evita, sino el confinamiento. Es decir, si el Gobierno cree que la mascarilla no sobra, y que es pertinente llevarla, y que con ella, independientemente del coronavirus, estamos todos mucho más seguros, no andemos con medias tintas: enciérrenos en casa.

Como soy viejo no sólo recuerdo la vida de antes, sino la vida de hace unos meses, cuando una campaña de vacunación funcionó en España extraordinariamente bien gracias a la obediencia de sus ciudadanos. Rápidos, ágiles y con confianza en la ciencia. Tan viejo soy que incluso recuerdo lo que ocurrió en la Feria de Libro de Madrid hace unas semanas, cuando, para evitar que se contagiase al aire libre gente vacunada y con mascarilla obligatoria, se les exigió hacer colas de dos horas a casi treinta grados al mediodía; para librarlos del virus, los expusieron a un golpe de calor.

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A mí no me molesta que la gente lleve mascarilla en exteriores ni en interiores, solo faltaba; valoro demasiado mi libertad como para coartar la de los demás. Tampoco me molesta en absoluto su recomendación, sino su obligatoriedad. No por ganas de disidencia, sino porque a estas alturas esa norma ya no tiene ningún sentido; el mismo sentido que le quita el propio Gobierno. Porque puedes estar seis horas sentado en la mesa de un bar con un montón de gente pero si te levantas tú solo para salir a fumar, o para ir al baño, tienes que ponértela. Porque se exige en los cines y en los teatros, hasta en los campos de fútbol, por la simple razón ―no seamos cínicos― de que en esos lugares no se puede beber alcohol. Porque se la tienen que poner los niños para jugar en el recreo al aire libre ―“justificado”, dice el Defensor del Pueblo Adulto― mientras los adultos se meten por centenares en discotecas durante horas sin ellas. Por muchos casos parecidos más, entendibles al principio, cuando todo era un caos, e inexplicables ahora, pura obstinación. El virus no se ha ido ni tiene pinta de que lo vaya a hacer; convivirá con otros. La vacuna funciona. Solo quien duda de ella puede seguir dudando, también, de cuándo levantar las últimas verjas.

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