Asimetría política (y testicular)

Se ha establecido una equivalencia falaz entre Podemos y Vox para justificar alianzas electorales cuando no son lo mismo: las ideas del primero no cuestionan la democracia como hace la extrema derecha

Eduardo Estrada

En nuestra vida cotidiana, buscamos la simetría. Los psicólogos de la Gestalt ya mostraron que la simetría nos proporciona una sensación de orden y estabilidad. Si tratamos con alguien cuyo rostro presente alguna asimetría llamativa, como en un retrato de Picasso, nos sentimos incómodos y percibimos fealdad. Lo mismo sucede si entramos en una estancia en la que los cuadros cuelguen inclinados en las paredes o los muebles se dispongan desordenadamente.

Tendemos a imponer simetría incluso allí donde no la hay. Esto da lugar a lo que se conoce como falacia de la falsa equivalencia, en la q...

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En nuestra vida cotidiana, buscamos la simetría. Los psicólogos de la Gestalt ya mostraron que la simetría nos proporciona una sensación de orden y estabilidad. Si tratamos con alguien cuyo rostro presente alguna asimetría llamativa, como en un retrato de Picasso, nos sentimos incómodos y percibimos fealdad. Lo mismo sucede si entramos en una estancia en la que los cuadros cuelguen inclinados en las paredes o los muebles se dispongan desordenadamente.

Tendemos a imponer simetría incluso allí donde no la hay. Esto da lugar a lo que se conoce como falacia de la falsa equivalencia, en la que suponemos que cosas distintas son asimilables, algo así como comparar peras con manzanas.

Viene todo esto a cuento de una falacia de falsa equivalencia que se ha establecido en la política española, sobre todo en los ambientes conservadores, según la cual Podemos y Vox son dos partidos equivalentes. Cada uno representa una opción radical, uno a la izquierda del PSOE, otro a la derecha del PP y son, por tanto, imágenes especulares situadas en los márgenes del espectro ideológico. A favor de esta tesis obran las encuestas de opinión, pues los ciudadanos tienden a situar a Podemos y Vox en los extremos, si bien no hay simetría perfecta: en la escala de 1 a 10 de ideología, a Podemos se le coloca a 1,4 puntos de la extrema izquierda y a Vox a sólo 0,6 puntos de la extrema derecha (según la encuesta postelectoral del CIS de 2019).

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De esta manera, se argumenta o bien que si el PP no debería pactar con Vox, tampoco lo debería hacer el PSOE con Podemos, o bien que si el PSOE ha pactado con Podemos, el PP podría hacer lo mismo con Vox. La derecha, curiosamente, bascula entre ambas alternativas. Unos días dice que el Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez es ilegítimo por haber permitido la entrada de Podemos en el Ejecutivo y otros que no hay ningún motivo para excluir la posibilidad de gobernar con Vox.

Lo que me interesa analizar no es la incoherencia del PP, sino si, verdaderamente, es lo mismo que el PSOE pacte con Podemos y que el PP lo haga con Vox. Es decir, si estando ambos partidos situados en los extremos de la escala ideológica, son equivalentes por ello a efectos de una coalición de gobierno.

Puede que a muchos les parezca una perogrullada lo que voy a decir a continuación, pero estoy convencido de que muchos otros piensan de manera distinta. En mi opinión, la simetría entre Podemos y Vox se rompe desde el momento en que abandonamos el plano de la ideología y nos situamos en el plano de la democracia. Los dos partidos, desde luego, se sitúan en posiciones ideológicas más extremas que PP y PSOE, pero lo más importante no es eso, sino si son equivalentes en sus credenciales democráticas. Es ahí donde deja de haber simetría y entra la falsa equivalencia. Es esta falsa equivalencia la que contamina los juicios sobre la legitimidad de las fórmulas de coalición.

Podemos tiene propuestas que, lógicamente, producen rechazo e incluso una sensación de ofensa en amplias capas de la ciudadanía. Entre otras muchas cosas, es un partido abiertamente republicano, tiene una visión crítica de la Transición española, está a favor de un referéndum de autodeterminación de Cataluña, promueve el impago de una parte de la deuda pública y apuesta por el lenguaje inclusivo. Este programa gustará más o menos desde la posición ideológica de cada cual, pero me parece evidente que ninguno de los puntos mencionados entra en colisión con los principios de la democracia. Pone en cuestión, desde luego, los cimientos del sistema: la monarquía, la unidad de España y la propia Transición. Pero nada de eso, por muy sagrado que se considere, destruye o erosiona la democracia como tal. Puede haber democracia sin monarquía, con Cataluña fuera de España si así lo desea una mayoría de catalanes, y sobre bases distintas de la Constitución de 1978.

En cambio, Vox defiende medidas excluyentes que contradicen principios democráticos básicos. La más notoria de todas ellas es la ilegalización de partidos nacionalistas. Vox antepone su exacerbado nacionalismo español a la democracia. La ilegalización de los partidos nacionalistas significaría, por ejemplo, que el 67% de los votantes del País Vasco en las elecciones autonómicas de 2020, que optaron por partidos nacionalistas (PNV y Bildu), quedarían sin representación política. De ahí que resulte un sarcasmo que haya quien considere que Vox forma parte del “constitucionalismo” y que el grupo al que me he referido en alguna ocasión como “los intelectuales de Colón” promuevan la movilización ciudadana en contra de los indultos a los líderes independentistas, sin hacer ascos a los apoyos que reciben de la extrema derecha. Prohibir partidos no violentos, sólo por sus ideas, con un apoyo mayoritario en algunas zonas de España, es una aberración democrática. Aunque suele hablar en términos deliberadamente ambiguos, Vox muestra también su carácter excluyente cuando se refiere a la inmigración y las cuestiones de género. Su xenofobia y homofobia son innegables. Con Vox la democracia se estrecha y bordea el autoritarismo.

La legitimidad de Podemos y Vox como potenciales socios de coalición es, por tanto, muy distinta. Insisto, más allá de la simpatía ideológica que tengamos por cada partido, no hay razón para afirmar que la inclusión de Podemos en el Gobierno sea un peligro para la democracia, mientras que, claramente, la de Vox sí lo es. Puede que en otros ámbitos ocurra al revés, pero desde luego en el plano de análisis más fundamental, que es el de democracia frente a autoritarismo, Podemos y Vox no son equivalentes.

Precisamente porque no lo son, la derecha lleva tiempo desenterrando la propaganda anticomunista de la Guerra Fría, como si hubiera algún peligro de involución totalitaria de signo comunista en los países occidentales. ¿Cuántas veces no han oído lo de “Gobierno social-comunista”? De lo que se trata con esta palabrería anacrónica es de deslegitimar la coalición que actualmente gobierna España.

Puesto que democráticamente hablando Podemos y Vox no son lo mismo, cabe argumentar la necesidad, en el caso de Vox, de establecer un cordón sanitario (no ilegalizando el partido, ni eliminando sus derechos políticos, sino renunciando a formar coalición con él o a depender de sus votos). Esto requiere que los partidos inequívocamente democráticos se pongan de acuerdo en evitar que la extrema derecha pueda condicionar la formación de gobierno. Así, en caso de que PP y Vox sumaran una mayoría absoluta, el resto de grupos políticos debería prestar sus votos al PP para que este gobierne sin necesidad de contar con Vox. En eso consiste un cordón sanitario y se justifica por la necesidad de preservar un bien mayor como la democracia.

En términos democráticos y de inclusión, Podemos y Vox no son equivalentes. Por mucha querencia que tengamos a la simetría, hay excepciones. Las excepciones, de hecho, no son exclusivas de la política; se dan también en la naturaleza y, curiosamente, también en torno a la distinción entre izquierda y derecha. La asimetría más llamativa se produce en los machos de la especie humana, cuyo testículo izquierdo cuelga más bajo que el derecho. Por algo será.

Ignacio Sánchez-Cuenca es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid.

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